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Rafael Tegeo, el primer pintor antisistema ‘manchado’ por la política

El Museo del Romanticismo inaugura una retrospectiva de una figura insólita en el siglo XIX, que destacó por sus retratos, su oposición a Fernando VII y por ser concejal en Madrid

'Hércules y Anteo', obra de Rafael Tegeo, hacia 1828.
'Hércules y Anteo', obra de Rafael Tegeo, hacia 1828. Museo del PRado

Es probable que usted no haya oído hablar nunca de él. Es uno de esos pintores comidos por la historia, que aparecen con una fuerza rebelde capaz de hacer un corte de mangas a la academia y al poco desvanecerse entre las páginas de los manuales. Rafael Tegeo (Caravaca de la Cruz, 1798-Madrid, 1856) se muestra de vez en cuando en alguna exposición, salpicándola con un cuadro, pero ninguna hasta el momento se había detenido a admirar su extraña presencia en la historia de la pintura española. Nunca encajó en ningún molde de la época.

Las crónicas recuerdan que su fuerte personalidad —en este caso, eufemismo de honestidad— no se lo puso fácil a su legado: “Debieron sus obras darle mayor reputación que tiene, pero su carácter brusco y oscuro le perjudicó para hacerse valer en vida. La posteridad, por lo general, prefiere perpetuar los nombres que ya vienen ensalzados a meterse en rehabilitaciones”. Entre las virtudes del pintor no se hallaba la corrección política ni la habilidad social, en un entorno en que ambas eran imprescindibles para lograr el reconocimiento, aunque no fuera merecido. Tegeo se quedó sin el que se había ganado.

Sí, era un hombre intransigente con el precio del éxito. “Es muy buen artista, de una calidad muy superior a sus coetáneos y solo equiparable con Vicente López, pero nunca llegó a medrar en la corte por el tinte político al que nunca renunció. Ese compromiso fue más una mancha que le perjudicó con la aristocracia”, explica Carlos García Navarro, especialista en pintura del siglo XIX en el Museo del Prado y comisario, junto con Asunción Cardona Suanzes, de la primera exposición dedicada a quien sus biógrafos han recordado como un tipo muy riguroso y exigente contra la corrupción.

El Museo del Romanticismo (Madrid) inaugura mañana martes la cita que dará a conocer la vida y obra de esta rareza plástica y política, del que compró la exquisita La virgen del jilguero en 2017. Un año después llegó la donación de los dos retratos del matrimonio Galaup. El total de piezas identificadas en instituciones públicas españolas no alcanza la treintena y la mitad no se expone al público. Otro dato importante para tener en cuenta su ausencia. El Prado conserva hasta 15 pinturas y expone una: Pedro Benítez y su hija María de la Cruz (1820). Este museo, además, recibirá próximamente el espectacular Combate de Lapitas y centauros, una donación comprometida por el historiador y coleccionista William P. Jordan, antes de su fallecimiento.

Es un romántico templado por el neoclasicismo de Jacques-Louis David. Ajeno por completo a la adulación y el efectismo. Modesto y sobrio. Sencillo y ecléctico. Su atención por el naturalismo en los fondos de los retratados siempre fue lo más aplaudido de su trabajo. A pesar de identificarse en aspecto con la escuela española, priorizó el dibujo y los tonos fríos para acompañar el carácter de sus austeros retratados de la burguesía liberal. Como pintor de historia brillantísimo nadie le ha reconocido. Los responsables de la investigación de este “fantasma” de la historia del arte destacan el interés de Tegeo por hacer estallar el canon en mil pedazos, mezclando géneros (como el retrato con el paisaje) o rescatando a pintores menos famosos que Rafael y Guido Reni, como Bronzino.

Es un artista plenamente moderno en su comportamiento, en su soberanía e independencia de la nobleza. Quienes le apoyan en sus compras son liberales como él, la nueva clase emergente que terminará derrocando a la caspa absolutista. Porque Tegeo quedó marcado para siempre en su determinación contra el régimen de Fernando VII. El artista murciano era, sobre todo, un liberal de los de antaño: amante de la igualdad, de la libertad y la Constitución que acababa de echar a andar. De hecho, Tegeo es el primer artista que accede con cargo a un ayuntamiento constitucionalista, en Madrid, el primero en posicionar su ideario político en público y el primero, también, en ser depurado por ello.

Vivió muy seguro de sus recursos y habilidades, apoyadas por una clientela estable que nunca dejó de encargarle retratos. Esto le convirtió en el favorito de los liberales —clientes y afines ideológicamente— y le permitió trabajar con la tranquilidad y la independencia que dan no depender del dinero público de las grandes instituciones. García Navarro asegura que los retratos de mayor interés de Tegeo son los de esa burguesía rebelde que quiere hacerse con el poder político del país, porque rompen con el aparato del género.

Su conciencia política estaba por delante de todo, incluso de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Cuando la repudia y renuncia a seguir siendo académico de honor, la reina Isabel II le escribe para tirarle de las orejas y reclamarle menos vehemencia. Debía, según la monarca, dar ejemplo a los demás. La rebeldía antisistema nunca ha estado bien vista... por el sistema. Eso no le impidió que la reina, en 1846, le nombrase pintor de cámara, ya al final de su vida.

Asunción Cardona escribe en el catálogo que Tegeo era un hombre de origen humildísimo, “hecho a sí mismo a través exclusivamente de su esfuerzo, su tesón y pundonor”. La directora del Museo del Romanticismo cuenta en su investigación que no pudo superar lo que él juzgaba una insuficiente consideración de su obra. Lo vivió como una afrenta personal. “El desengaño mermó su salud hasta provocarle la muerte”, a los 56 años, cuenta Cardona. Su fortuna póstuma navegó a la deriva, entre “tímidos reconocimientos y feroces críticas”.

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