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La muerte sin eco de un militante del FRAP

¿Qué hacía una persona pacífica como Cipriano Martos en el FRAP?, se pregunta el periodista Roger Mateos en un libro sobre el militante que murió en 1973 tras ser torturado

Luis R. Aizpeolea
Cipriano Martos.
Cipriano Martos.

La sigla FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico) evoca el 27 de septiembre de 1975 cuando sus militantes Humberto Baena, José Luis Sánchez y Ramón García, junto con dos miembros de ETA, se convirtieron en los últimos fusilados del franquismo. Pero casi nadie sabe que dos años antes, en 1973, otro militante del FRAP, Cipriano Martos, de 31 años, murió en un hospital tarraconense tras ser torturado en el cuartel de la Guardia Civil de Reus. El periodista Roger Mateos ha investigado su historia en Caso Cipriano Martos.

Detenido el 25 de agosto de 1973, dos días después, el 27, Martos fue hospitalizado en estado muy grave tras ingerir ácido sulfúrico. Abrasado su aparato digestivo, falleció el 17 de septiembre. Tuvo una atención médica insuficiente; no pudo entrevistarse con su abogado; la justicia no investigó y su familia no fue avisada. La versión oficial fue suicidio. Pero el periodista señala que, aunque no hay pruebas fehacientes, es “más plausible” la hipótesis de que le obligaron a ingerir el veneno. Varios testigos confirman que fue salvajemente torturado. En contraste con Salvador Puig Antich, asesinado por garrote vil en febrero de 1974, y con los fusilamientos de septiembre de 1975, que tuvieron gran eco nacional e internacional, las autoridades franquistas lograron, con Martos, ocultar la verdad. No tuvo eco.

Pero Mateos, que atesora una sobresaliente investigación, trasciende en su libro el caso Martos y penetra en un mundo bastante desconocido, el del FRAP, único partido de la izquierda revolucionaria española que practicó el terrorismo al final de la dictadura. El GRAPO era otra historia.

La propia constitución del FRAP en 1971 en un piso en París, propiedad del dramaturgo Arthur Miller, con la presencia estelar de Julio Álvarez del Vayo, exministro socialista en el Gobierno de Negrín en la Guerra Civil, tiene mucho de novelesco. En 1973 plantea dinamizar la lucha callejera —sus auténticos dirigentes fueron Benita Ganuza, Elena Ódena, y Juan Miguel Fernández, Raúl Marco, residentes en Ginebra— y el Primero de Mayo un militante del FRAP asesinó de un navajazo al policía Juan Antonio Fernández. El franquismo colocó al FRAP como objetivo con sus métodos expeditivos: detenciones masivas y torturas —en ese contexto muere Cipriano Martos—, y la organización resulta prácticamente desmantelada.

La ausencia de autocrítica está vinculada, como explica Mateos, a la clandestinidad obligada por la dictadura y a la disciplina militar de los miembros del FRAP, cuya vida estaba teledirigida por unos dirigentes iluminados. ¿Qué hacía una persona pacífica como Martos en el FRAP? Se pregunta el periodista, y contesta: Había vivido la explotación del campo andaluz y la emigración a Cataluña. El FRAP le ofreció cauce a su indignación y sentirse importante, partícipe en contribuir a cambiar el mundo.

¿Fueron fanáticos o víctimas? Como dice Mateos, los relatos sobre la extrema izquierda en el franquismo tienen un final amargo porque persiguieron el espejismo de una revolución que nunca fue alternativa verosímil a la Transición, y personas como Martos merecen más compasión que otra cosa cuando, además, su sacrificio fue olvidado.

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