Una mirada irónica a la mitología griega
'El rey de las hormigas', de Zbigniew Herbert, es una recreación personalísima de algunos mitos griegos
Zbigniew Herbert (1924-1998) es uno de los más grandes poetas europeos del siglo XX. Además de por su obra poética (Poesía completa, Lumen, 2012), ha sido conocido y admirado en España también como ensayista. De su amor por la antigua Grecia procede El laberinto junto al mar, un conjunto de siete ensayos excepcionales sobre el mundo helenístico, y este El rey de las hormigas, ambos editados por Acantilado.
El rey de las hormigas es una recreación personalísima de algunos mitos griegos, donde toma como punto de partida a una serie de figuras míticas, algunas muy conocidas y otras de rango inferior o casi desconocidas, con los que elabora una suerte de mitología personal fundada en el deseo de acercar a la contemporaneidad tales mitos, contribuyendo a ello como narrador y apoyándose en una de las cualidades de su poesía: la ironía. Ni que decir tiene que la escritura de este ¿ensayo? posee una belleza y precisión declaradamente poética. Su mirada apunta a la esencia y la temporalidad con belleza, inteligencia y un saludable descaro.
El narrador expone el mito, lo recrea y, con extrema naturalidad, lo comenta mezclando lenguaje popular y culto con verdadero refinamiento. A medida que expone el mito, entra en consideraciones sobre él, bien entrelazándolas con la exposición, bien como conclusiones, desde una perspectiva moderna; todo ello sobre un fondo de confrontación tradición-progreso templado por la mordacidad del narrador. Un ejemplo lo aclarará enseguida. En modo conclusivo: “El tiempo: en toda épica digna de llevar ese nombre se mantiene a un lado como un mayordomo, en el exterior de las personas y de las cosas. Sólo las catástrofes lo arrancan de su sitio, y entonces irrumpe en el interior con todo su poder destructivo: rompe, pisotea, reduce a escombros”. En modo expositivo: “Llegado a este punto, Zeus se atascó. Acababa de soltar una majadería. ¡A fe que más valía no haber tocado esta nota! La homilía se había ido al traste, las palabras habían caído rodando por inercia, las cuentecillas de las imágenes giraban en el aire, pero ninguna moraleja se desprendía de su largo parlamento”. En modo opinión: “A Narciso se le metió en la cabeza que Eco estaba arruinando su vida espiritual, como si fuera posible arruinar algo que no existe”. Y hasta ofrece teoría literaria a propósito de las actitudes de los dioses: “Heliodoro describió su travesía con todo lujo de detalles, multiplicando innecesariamente los peligros y las peripecias, lo cual debemos perdonarle. Se plegó a los dictados de la forma y, a menudo, la forma devora el contenido”.
Como se puede observar, es el alegre e imaginativo descaro de su relato el que nos ofrece, con toda pertinencia, esa aproximación temporal y nueva mirada a las historias de Anteo, Tersites, Cleomedes, Narciso, Endimión, Prometeo, el Minotauro, Pentesilea y Aquiles, y tantos otros. Todos ellos tienen algo que decirnos acerca de nuestro presente gracias a la extrema mirada con la que Herbert percibe su inmortalidad y la convierte en luz para el espíritu. La edición incluye unos impagables ‘Diez senderos de la virtud’ y unos apéndices que recogen textos en estado de espera de ser integrados en la obra, rescatados de entre los manuscritos del autor por el editor. Como curiosidad, señalo el capítulo ‘Aracne’ (donde integra el mito dentro del cuadro de Velázquez Las hilanderas) no sin comentar que cuando Herbert se enfrentó a los grandes cuadros de Velázquez en El Prado, le sobrevino lo que se conoce como “síndrome Stendhal” y cayó al suelo desvanecido.
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Autor: Zbigniew Herbert (traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski).
Editorial: El Acantilado (2018).
Formato: tapa blanda (176 páginas).
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