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LUCES DE BOHEMIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El Gran Vía Crucis de Max Estrella

El director Alfredo Sanzol dirige con acierto la obra de Valle-Inclán

Javier Vallejo
Escena de 'Luces de bohemia', dirigida por Alfredo Sanzol.
Escena de 'Luces de bohemia', dirigida por Alfredo Sanzol.SAMUEL SÁNCHEZ

Una puesta en escena plausible, catalizada por la interpretación espírita de Juan Codina. “Monumental edición crítica de la sociedad española contemporánea”, en apreciación certera de Alonso Zamora Vicente, Luces de bohemia parece a priori obra demasiado holgada para las magras hechuras de la escena española actual. En un espacio tan vacío como la armadura de El caballero inexistente, desplazando y haciendo rotar dos o tres espejos sobre bastidores, el director Alfredo Sanzol y su inspirado equipo artístico avivan las transiciones, multiplican la movilidad de los intérpretes y refuerzan la coralidad del montaje: ponen el azogue del callejón del Gato al servicio del espectáculo.

Hay en esta obra central de Valle-Inclán premoniciones de la Guerra Civil y de la revolución orquestada por los anarquistas en la retaguardia republicana, prospecciones de calado en la miseria y la grandeza insondables del alma humana y burlas que, por su vigencia, parecen escritas por Sanzol al hilo de la actualidad, pero que figuran en el texto original, agudo siempre.

Sanzol ha dado con el tono de la pieza y con su piedra angular. Max Estrella, personaje inasible por su complexión trágica embutida en terno grotesco, interpretado por Juan Codina tiene carnalidad táctil, hondura sin desgarro, fatalismo épico y una luz como la que El Greco pone en el rostro del enigmático personaje central de Una fábula. Resultan formidables el ritmo y la expresividad precisa en la elocución del actor, lo orgánico de la ceguera iluminada de su Max Estrella, la facilidad con la cual consigue que el elaborado tropel de alusiones literarias que Valle-Inclán pone en su boca con intención paródica parezca prosa llana y monda, sin perder un ápice de musicalidad…

Codina es galvanizador de un trabajo interpretativo coral soberano, en el cual se singularizan la candorosa prostituta encarnada por Lourdes García (la escena donde seduce a Max, con el resto de personajes oteando su intimidad, es un pleno al quince), el ramillete de personajes episódicos interpretados por Ascen López con humor afinado y contenido, la vigorosa Madame Collet de Natalie Pinot, la afilada Pisa-Bien de Paula Iwasaki, el retórico Don Peregrino de Paco Ochoa, el achulado Rey de Portugal de Guillermo Serrano, el categórico Zaratustra de Jorge Kent…

El reparto es extenso, de época más generosa. Chema Adeva ha asido el personaje de Don Latino por donde mejor le acomoda, con eficacia que no llega a tocar médula. Notables la labor de caracterización general (Chema Noci), el espacio de Alejandro Andújar y la luz de Pedro Yagüe, que es también escenografía. Acertados la alusión que Sanzol hace a La rosa de papel, la exposición de la teoría del esperpento entre bastidores y los guiños al género chico.

Luces de bohemia. Ramón del Valle-Inclán. Dirección de Alfredo Sanzol. Teatro María Guerrero. Madrid. Hasta el 25 de noviembre.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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