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Columna
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Alucinaciones

En la primera secuencia de 'La mano de Dios', un poderoso juez clama desnudo en la fuente de una plaza pública una ininteligible letanía. Está hablando con Dios

Ángel S. Harguindey

Un poderoso juez, en realidad un cacique que controla la ciudad, sufre una serie de alucinaciones desde el suicidio de su hijo. En la primera secuencia de la primera temporada de La mano de Dios (Amazon), clama desnudo en la fuente de una plaza pública una ininteligible letanía. Está hablando con Dios y nosotros hablamos de Ron Perlman, un actor con una muy larga trayectoria, desde la estupenda El nombre de la rosa (allí hablaba en latín) hasta el coprotagonismo en Hijos de la anarquía.

Naturalmente, hay policías corruptos, altos funcionarios corruptos, honradas prostitutas, asesinos profesionales, alcalde servil, infidelidades, magnates de las nuevas tecnologías demoniacos... Hay de todo, incluso hasta en exceso, porque los diez capítulos de la primera temporada se hacen algo reiterativos. Y, sin embargo, una vez comenzada resulta difícil dejarla de ver.

La segunda temporada, también de diez capítulos, se ve con más fluidez. Sigue habiendo corruptos, asesinos y diálogos bíblicos por doquier, pero con una mayor diversidad de situaciones, y los personajes ya no necesitan de tanta contextualización. Importan la acción, el conocimiento progresivo de las razones del suicidio, con sus vueltas de tuerca y sus falsas apariencias.

Los guionistas no dudan en utilizar profusamente las alucinaciones del poderoso juez para desarrollar la trama. Es un truco argumental como otro cualquiera, aunque resultan más consistentes y funcionales que, por ejemplo, las alucinaciones de Torra y Puigdemont sobre su Arcadia feliz, que ya no es tan feliz por culpa de la maldita y prosaica realidad.

La serie, por su reparto y poderosa producción, era una de las grandes apuestas de Amazon. Cosa distinta es su éxito popular; no ha alcanzado el que esperaba, pues, pese a que la segunda temporada deja un final abierto, ya se ha anunciado que no habrá una tercera. El pragmatismo de las cadenas es indiscutible: vales lo que vale la audiencia.

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