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in memoriam
Columna
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Julio Maruri, un vuelo por la poesía

El poeta y pintor santanderino muere a los 98 años

El poeta y pintor santanderino Julio Maruri fallece a los 98 años.
El poeta y pintor santanderino Julio Maruri fallece a los 98 años.EUROPA PRESS

Julio Maruri (Santander, 1920) narró la memoria del poeta en camino que era en un libro escrito con una sensibilidad transparente: De un Santander perdido (2010), donde habla del colegio de madame Josephine Latapie, del Teatro Pereda, de la calle del Sol, de la bahía natal, de José Luis Hidalgo o Manuel Llano, de los jardines de Pereda, del veraneo regio en el Palacio de la Magdalena, de las primeras y decisivas lecturas… En 1938 se le acabó la infancia. Sin terminar la guerra civil le llegó la obligación de un servicio militar que duró seis años y le llevó a Logroño, Guadalajara, Madrid, Valencia, Irún y San Sebastián. En el Madrid de 1943 conoció el Café Gijón y al poeta García Nieto; lee a Oscar Wilde, la antología de Gerardo y La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre. Sus primeros versos le llegan a un amigo que le lleva a visitar a Aleixandre, y en Velintonia conquistó la inteligencia poética del futuro premio Nobel, quien lo retrata en su libro Los encuentros. Es el propio Aleixandre quien le habla de la revista santanderina Proel, justo en el momento en el que le toca regresar a la ciudad que le vio nacer.

Estamos en 1944. Da comienzo la vida pública de Maruri en Santander: se hace proelista y se entrega a una intensa actividad cultural que abarcará el periodo 1944-1951. Publica Las aves y los niños (Proel, 1945), Los años (Adonais, 1947), realiza su primera exposición de dibujos en el saloncillo de Alerta (1948), participa en la Escuela de Altamira, ejerce la crítica de arte, organiza exposiciones… Y por supuesto están los amigos y los maestros: José Luis Hidalgo, Carlos Salomón, José Hierro, Pancho Cossío, Pablo Beltrán de Heredia, Solana, Ricardo Gullón, Gerardo Diego. Mathias Goeritz, Alberto Satoris, Carla Prina, la obra del Grupo Pórtico…

Y llega la crisis personal. A finales de 1950 ingresa en el colegio preparatorio de los Carmelitas Descalzos. En 1951, en Larrea, Vizcaya, toma el hábito con el nombre de fray Casto del Niño Jesús. Comienza así una nueva etapa que llegará hasta mediada la década de 1960. Bilbao-Santander-Bruselas-Brujas-Roma-Lille…, son lugares que configuran su geografía física y espiritual. Entre 1955 y 1966 su obra pictórica pudo verse en la galería Sur (Santander, 1958), en la librería Fernando Fé (Madrid, 1958) y en el Salón de Artistas Actuales (Barcelona, 1958 y 1961). Además, su Obra poética, editada en 1957 por Pablo Beltrán de Heredia en la santanderina imprenta Bedia, obtiene el Premio Nacional de poesía. En estos años entabla amistad con Blas de Otero y el grupo de Agustín Ibarrola. Las influencias que se constatan entonces en su pintura pasan por la modernidad adquirida en el contacto con los colegas extranjeros de la Escuela de Altamira. Así hay rastros de Goeritz, Baumesister, Picasso, Miró, Klee, el grupo Pórtico, Oteiza, Serge Polikoff…, y Pancho Cossío, siempre Pancho Cossío.

El año 1965 marca el inicio de otra etapa en su devenir vital. Abandona el Carmelo y se instala en la región francesa de Compiège, donde un matrimonio de pedagogos, los Cramard, siguiendo las ideas de Arno Stern, le ofrecen dirigir un taller de pintura para niños y adolescentes “especiales”. La escuela se llamó Les Samuels, y en ella trabajó hasta 1978, época de gran estabilidad y felicidad personal. En 1968 conoce a la que será una de sus más grandes amigas, la montadora

cinematográfica Sabine Mamou. A finales del año 1975 expone en la parisina La Galerie invitado por el reconocido crítico Louis Nallard. En 1976 expone en el Salón des Realités Nouvelles, cita anual a la que acudirá puntualmente hasta la desaparición del salón, veinticinco años más tarde. Además, en 1970, publica en Santander, otra vez al cuidado de Beltrán de Heredia, Entre Laredo y Holanda, selección del entonces inédito Como animal muy limpio, poemario en el que trabajaba desde 1963.

En 1978 cierra Les Samuels, y Maruri, invitado por el ayuntamiento de Noyon, se traslada a esta localidad al norte de París para impartir clases de pintura. Trabajará en la escuela de Noyon hasta su jubilación en 1985. Es este otro periodo de serenidad y calma en el que el pintor y poeta, dueño ya de una personalidad en plena madurez, regresa a una cierta sobriedad de recuerdo informalista, preludio de las terrazas, los guerreros, las damas y las escalas que ideará en años posteriores, y en las que no es difícil rastrear un “elementalismo” de origen africano y una rotundidad heredera de Brancusi y Poliakoff.

En 1987 se instala en París, ciudad que habitará hasta su regreso definitivo a Santander, mediados ya los años dos mil. Noyon-París-Santander es el triángulo geográfico que sitúa su existencia entre 1978 y 2004. Un tiempo en el que Sabine Mamou estrenó el cortometraje Promenades avec Julio Maruri (1991); en el que vieron la luz sus poesías completas, Algo que canta sin mí, 1944-1992 (1993), y el libro Paseando con Sabine Mamou (2002); o en el que mostró su obra plástica en la Fundación Santillana (1983), Galería Riedinger (Lille, 1983), La Galerie (París, 1984), Galería Aperta (Módena, 1990), Galería Noir d’Ivoire (París, 1990), sala Martín Chirino (San Sebastián de los Reyes, 1993), La Petite Galerie (París, 1997), y el Museo de Bellas Artes (Santander, 2003).

Residiendo de nuevo en Santander, y con casi noventa años a sus espaldas, la actividad de Julio Maruri no cesó. Se le brindan homenajes, elabora el cartel de la edición número 60 de Festival Internacional, expone en la galería Siboney (2012), aparecen sus ya mencionadas memorias de infancia, ve editada su correspondencia con Beltrán de Heredia (2009) y una antología poética en la colección Visor con edición literaria de González Fuentes y Lorenzo Oliván. Además, su archivo personal (correspondencia, obra original, autógrafos, fotografías...) pasa a formar parte de los fondos del Archivo Lafuente.

Para Víctor García de la Concha la poesía de Maruri, si se lee con atención, encarna “la sonrisa que brota de la amargura de la conciencia”; es una lírica de engañosa ternura. Algo no muy diferente puede señalar quien contempla sus cuadros, sus dibujos. Y es que la creatividad de Maruri, su concienzudo y concienciado tejer espacio y tiempo mediante palabras, trazos y colores, habita siempre un mismo ámbito: el del vuelo definitivamente herido por la poesía

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