Se han escrito varios crímenes
Sobre todo en verano practico esa clase de riesgo con lo que antes se llamaban (sin más) novelas policiacas
1. Negruras
Nunca he practicado deportes de riesgo. No me verán jamás (salvo que regrese el Movimiento Nacional) escalando rocas inaccesibles sobre precipicios sin fondo como Tom Cruise, ni lanzándome en paracaídas, ni balanceándome en el vacío sujeto a una cinta de bungee dumping, ni planeando agarrado a un ala de parapente. Que yo recuerde —y dejando aparte algunas azarosas carreras durante la dictadura—, el único deporte de riesgo que practico de vez en cuando es tomar un VTC para que me lleve al aeropuerto a mitad de precio, y eso me lo estoy pensando, no sea que alguno de los enfurecidos luditas del monopolio del transporte urbano la tome con el vehículo y lo convierta en chatarra. A mí lo que me gusta es el riesgo leído. Uno se la juega cuando lee una novela exigente, pongo por caso La muerte de Virgilio, de Hermann Broch (Alianza), o Los embajadores, de Henry James (Penguin Random), pero también cuando se deja agitar por un buen relato de intriga. Sobre todo en verano practico esa clase de riesgo con lo que antes se llamaban —sin más adjetivos— novelas policiacas. Estos días, por ejemplo, después de ver por enésima vez La ventana indiscreta, en la que Hitchcock adaptó un relato de Cornell Woolrich (más conocido por William Irish), he retomado uno de los tomos de sus obras que publicó en los sesenta Acervo para releer Rendez-vous en negro (hay edición moderna en RBA), una novela delirante y deliciosamente imperfecta que cuenta la venganza sistemática de un hombre contra los asesinos —más bien homicidas— de la mujer con la que estaba a punto de contraer matrimonio. Lo mejor es el crimen en sí mismo, verdaderamente fortuito y trágico: un grupo de miserables borrachuzos que van de celebración en una avioneta casi a ras del suelo arrojan por una ventanilla la botella que golpeará el cráneo de la muchacha, causándole la muerte. Después, y aprovechando la racha Woolrich/Irish, releí el cuento (‘It Had To Be Murder’, 1942) en el que se basó la película de Hitch y que puede encontrarse en castellano en el tomito de Austral La ventana indiscreta. Tengo que decir que la peli es muchísimo mejor que el relato, algo que sucede a menudo. En todo caso, Woolrich, uno de los escritores policiacos más prolíficos y con más obras adaptadas al cine, es un clásico imprescindible del gran momento de la novela negra norteamericana de los años cuarenta. Busquen sus obras y disfrútenlas.
2. Asesinatos
En mi criba de los avances de novedades aprecio quizás un ligero descenso en el número de novelas negras respecto al de otras rentrées. Aun así, las hay muy apetecibles, incluyendo algunas reediciones espectaculares, como la de las 12 novelas de Fred Vargas que relanza Siruela (septiembre) en una edición especial. De lo que he visto, y sobre el papel, me quedo con algunos títulos y autores que me interesan especialmente, advirtiendo a mis improbables que, como siempre, soy subjetivo, no exhaustivo. Salamandra publicará en septiembre En el vientre de la roca, de Jerónimo Andreu, una novela negrísima situada en La Línea y el Campo de Gibraltar, en un ambiente sórdido y violento de miseria y narcotráfico; y en octubre, Después de la caída (Since We Fell), de Dennis Lehane, un thriller psicológico contado desde el punto de vista de una mujer. De Anagrama espero con curiosidad Los casos del comisario Croce, una recopilación de cuentos policiacos (algunos inéditos) de Ricardo Piglia que forman parte de un legado que su agencia (Schavelzon-Graham) va soltando con calculado cuentagotas. Alfaguara anuncia, entre otras, dos negras que pintan bien: La ira (septiembre), de Zygmunt Miloszewski, protagonizada por el siempre atribulado fiscal Teodoro Szacki (¿lo recuerdan en la estupenda El caso Telak?), y, como curiosidad, El caso de las japonesas muertas (octubre), de Antonio Mercero, una investigación de Sofía Luna, la primera comisaria transgénero de la novela española. Por último, Literatura Random House publicará (octubre) Asesinato en el parque Sinaloa, de Elmer Mendoza, otro thriller protagonizado por el Zurdo Mendieta, en el que su autor vuelve a ofrecernos una panorámica negrísima del México de ahora mismo. En cuanto a El hombre de la dinamita, del llorado Henning Mankell (1948-2015), que Tusquets anuncia para primeros de septiembre, siento decepcionar a los seguidores del comisario Wallander, pero se trata del rescate de una novela primeriza y de fuerte contenido social que nada tiene que ver con las que fundamentaron la fama mundial de su autor. Y bien que lo lamento.
3. Olores
En el inicio de esa obra maestra del cine negro que es Perdición (Double Indemnity; Billy Wilder, 1944, guion del propio Wilder y Raymond Chandler), basada en la novela homónima de James Cain, Walter Neff, el personaje de Fred MacMurray, comienza su “confesión” al dictáfono con una frase memorable en la que evoca su llegada a la casa donde vive Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck): “Cómo imaginar que el asesinato puede oler a madreselva”. Los grandes aficionados a la novela de intriga saben que el crimen puede oler a cualquier cosa, incluso ser tan inodoro como el agua con la que aclaro mis johnnie walker. Criminal-mente (Ariel), de la abogada y criminóloga Paz Velasco de la Fuente, es un vademécum imprescindible para entender la mente criminal y todos sus posibles perfiles: a mí me ha resultado una apasionante (y a ratos) morbosa lectura de la que he sacado docenas de ideas por si algún día me da por escribir un thriller tan perfecto que acabe con todos los thrillers. En esta misma línea pedagógico-criminal, pero centrada en un tipo concreto de asesino, Ariel publicará en septiembre Asesinos múltiples y otros depredadores sociales, de Vicente Garrido, “el criminólogo más prestigioso de España”, un análisis exhaustivo (con ejemplos de lo más reciente) de sus características psicológicas y sociales y de sus modus operandi.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.