¿Existe hoy la contracultura?
Gestores, artistas y escritores contestan esta pregunta
Grace Morales. Escritora. Fundadora de la revista 'Mondo Brutto'.
Internet ha permitido el acceso a la información, y con ello, el nacimiento de pequeños grupos y personajes “al margen de”, “enfrentados a”. No buscan los objetivos de la contracultura, porque la sociedad está demasiado fragmentada y no reconoce aquellos ideales, dado su dudoso resultado práctico, sino que es una manera de sobrevivir, una afirmación simbólica de fuerza desde el punto más alejado de la inercia del consumo y el comercio: la escena musical del trap, los nuevos cineclubs, las organizaciones vecinales y feministas… Soy Una Pringada es para mí el personaje más genuino de este tiempo.
Manuel Segade. Director del Centro de Arte Dos de Mayo.
La puesta en circulación de modos de subjetividad siempre viene entrelazada a la existencia de una contracultura, de un discurso paralelo subalterno que un colectivo o una comunidad desarrolla para formular interpretaciones opuestas de sus identidades, intereses y necesidades. Lo contracultural es hoy un contrapúblico que no es pasivo, sino que es también un agente productor. No se trata tanto de lo que se dice, de los contenidos, sino del lugar desde el que se habla: una posición contracultural es un espacio crítico entre las relaciones culturales e importa en tanto que su sola existencia ya modifica las posiciones relativas de las demás formaciones dentro de ese campo social. Evidentemente, para que esas resistencias sean asumidas y regresen a un orden donde lo “contra” se pierde en un ciclo continuado.
Mónica Carroquino. Directora de Cultura de La Casa Encendida.
Quizás haya que buscar lo contracultural en lo desconectado, aquello que intencionadamente quiere pasar desapercibido, como declaración de intenciones. Lo clandestino ha vuelto. Intentar proteger el momento de la contaminación digital y salvaguardarlo del discurso comercial. El formato como arma contracultural: ediciones de tiradas pequeñas, fiestas de música electrónica donde utilizar las redes sociales es un sacrilegio, proyectos artísticos que reivindican el ruralismo 3.0, encuentros de pensamiento en formato reducido donde la experiencia “desconectada” empieza a generar nuevas formas de estar. Lo pequeño gana terreno en festivales y encuentros de toda índole. El boca-oreja. El aquí y ahora. También en lo global se dan algunas manifestaciones: el trap que está fuera de los circuitos comerciales, en Nigeria, Sudáfrica o Egipto. Y, desde dentro del propio sistema conectado, el meme como la nueva propaganda, el hackeo como el nuevo activismo y la Deep Web como el nuevo espacio de resistencia, clandestino e ilegal.
Ernesto Castro. Filósofo.
Toda cultura hegemónica genera, por definición, sus culturas contrahegemónicas. El problema para los periodistas y sociólogos actuales es que en sociedades tan fragmentadas y volátiles como las nuestras es muy difícil identificar si hay o no una cultura hegemónica a la cual quepa oponer una cultura contrahegemónica. Quizás sería mejor hablar en plural, de una pluralidad de culturas que se aproximan o se alejan de la hegemonía. Cuando hablamos de contracultura normalmente pensamos en música, pero la ética, la moral y la política también forman parte de ella. En este sentido, se podría decir que el feminismo, hasta hace poco contracultural, parece haberse convertido recientemente en la cultura hegemónica en el ámbito del sexo y el género.
Mery Cuesta. Crítica de arte, comisaria de exposiciones y dibujante.
La contracultura funciona hoy principalmente como un mito cultural, igual que el underground o el punk. Son conceptos que provienen de otro paradigma de consumo cultural que fue propio del siglo XX, pero que hoy – dentro del entorno de la cultura digital – van vaciándose de potencial ideológico y político en favor de su estetización. ¿Cómo ser contracultural en una sociedad en la que toda expresión cultural espontánea es rápidamente expuesta, interpretada y monetizada? Lo contracultural se compone de un espíritu de disidencia y necesita de una atmósfera de cierto secreto para germinar: lo contracultural hoy (si es que el término nos sigue siendo válido) pasaría necesariamente por aquello que no es mostrado en Internet ni transmitido mediante datos.
Pedro G. Romero. Artista y comisario
Hay ecos y espejos de eso que, históricamente, conocemos como “la contracultura”, no sé, la Comuna Antinacionalista Zamorana resuena en Espai en Blanc o en los Tiqqum en Francia o en México, Ocaña y Nazario son fácilmente transportables a cierta formas de lo queer o la rumba suburbial tiene la misma poesía que el trap que escucha flamenco; pero, creo, lo interesante es observar la paradoja, anunciada por Gonzalo García Pelayo o Antonio Escohotado de que la contracultura, o sea, los enemigos del comercio descarriados, no era más que la vanguardia del capitalismo, su renuevo, la forma que tenía lo financiero de colonizar nuevos territorios físicos y mentales. Las clases culturales, al día de hoy, siguen estructuradas a partir de líneas de producción que van desde la bohemia a la contracultura, precisamente, y conocer bien esa genealogía nos permitiría entender mejor nuestra forma-de-vida.
Jimina Sabadú. Escritora, guionista y crítica.
Hay una película de The Lonely Island que pasó sin pena ni gloria llamada Popstar en la que el personaje protagonista, absorbido por el mundo de la fama, dice algo así como que ya no existe la expresión “ser un vendido”. Dice: “Ahora si no te vendes piensan que no le interesas a nadie”. Pues es verdad. Todo lo que se consideraba contracultural o underground o ligeramente moderno está fagocitado por las marcas y la publicidad. Vemos a las estrellas supuestamente modernas anunciar que se han sacado esta foto con su smartphone marca tal y todos los contenidos son branded content. Hay una contracultura pero no la vemos. Precisamente está escondida donde no mira nadie, como las mejores fiestas. Además, como vivimos ofendidos y tratando de ser Buenos (así, con mayúscula), no nos da tiempo a ser contraculturales porque estamos ocupados siendo correctos. Me parecen más contraculturales los cuatro que siguen quedando a través de Badoo que la Pringada, la verdad. McNamara hablando de Franco en femenino es más contracultural que, por poner un caso, PutoChinoMaricón. A lo mejor ya la contracultura ni siquiera es de izquierdas, qué le vamos a hacer. Total, ya la gente que veía la tele en los noventa se considera underground, pues venga: barra libre.
El Niño de Elche. Músico.
Entiendo la contracultura como una cultura “a la contra” o una “ofensiva contra la cultura predominante”, pondría especial atención en esos agentes artísticos que individualmente, ni como colectivo ni como escena artística pero conectados entre sí desde diferentes actitudes no convencionales, generan distintas lógicas que consiguen tensionar espacios estancos como son hoy en día la cultura predominante u oficial y el underground. Estos agentes operan en esas grietas que me gusta tildar como los entres. Habitar los entres es entender las lógicas predominantes y las acciones artísticas-sociales-políticas que desde ahí se generan para crear otras formas de relación, ampliar sensibilidades. No entiendo hoy cultura y contracultura como filosofías antagónicas, sino creo que “lo otro” se encuentra en ese enfrentarse a esos espacios convencionales y extremadamente codificados que proponen dichas etiquetas. No es un buscar el equilibrio, sino todo lo contrario, ya que el equilibrio es lo que se propone desde esos posicionamientos conservadores y, como decía el filósofo, el equilibrio es la muerte.
Pepe Ribas. Editor de 'Ajoblanco'.
La contracultura nace en un contexto de revuelta, antes de que el mundo del dinero ganara por kaó como valor social. En aquellos tiempos se vivía con muy poco. Compartíamos lo poco que teníamos y nadie preguntaba: quién eres, qué tienes, ni de dónde vienes. Nació en la era del nosotros y de la vida comunitaria, a años luz del individualismo. La contracultura es una forma de vida, una cultura viva que no se pliega a los cánones impuestos por el poder, la familia, el gremio o la institución. Tampoco sigue los preceptos para comercializar el acto creativo. Contracultura es no-miedo y rebeldía. Jamás pedir permiso. En un tiempo, como el de ahora, no puede haber contracultura. Contracultura es generosidad y trueque. Quizá en los márgenes más lejanos de nuestros mundos cotidianos existan aún hechos contraculturales. El acto contracultural nunca es producto, ni puede ir a los museos. Ante todo es acción y pedazo de vida, libre y espontánea que actúa sobre el marco social de forma tan inmediata como efímera.
Jordi Costa. Periodista y crítico de cine.
La contracultura fue una sensibilidad integradora bajo cuyo amparo dialogó lo que nunca había dialogado antes. Ahora, el enemigo común –la tecnocracia- sigue ahí y los territorios de exclusión desde los que formular un discurso disidente han aumentado, aunque todo está regido por la fragmentación: las diversas células de resistencia no se comunican entre sí. La llama contracultural está en el trap, en rincones de la cultura youtuber, en memes y gifs, en historietas independientes, en el otro cine español, en algunos monólogos cómicos, pero ninguno de esos territorios expresivos parece dispuesto a mezclarse con el que tiene más allá.
Germán Labrador. Profesor y ensayista.
El espíritu contracultural lo detecto hoy escuchando a los chavales de La Vendición hoy, mezclando a Camarón con la música de Bollywood, la electrónica y el reguetón, los sonidos del Magreb y los de Atlanta, que hablan con crudeza y piedad de su desamparo juvenil en los guettos de las ciudades españolas, y de su voluntad de darse allí libremente amor y belleza, en eso que se ha llamado trap, pero que es muchas cosas a la vez, ahí está la contracultura hoy en la península. Ahí o en los poemas de Emilio José que nos recuerdan que otro mundo es posible y los caminos que nos llevan a él. Y en otros muchos sitios, claro.
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