‘Guilgamesh’, belleza al anochecer
Gran trabajo de Oriol Broggi en la puesta en escena de la leyenda más antigua del mundo
Nueve de la noche, cielo turquesa, brisa de verano, sol naranja que acaricia gradas y escenario del Grec. Oriol Broggi despliega el espacio y la puesta de El poema de Guilgamesh, rei d’Uruk, en hermosa versión catalana de Jeroni Rubió y bajo el patronazgo espiritual de Peter Brook, el mago Gandalf de la escena europea: imposible no pensar en el atardecer en la cantera de Aviñón, hace tantos años, y en el eterno, rebrotado perfume del Mahabharata. Arena. Cañas de bambú. Un charco que quiere ser el Tigris o el Éufrates. Al fondo, el alto roquedal se convierte, a nuestros ojos, en las puertas de Uruk, la ciudad amurallada. A la izquierda, sentado sobre una alfombra, Yannis Papaioannou tañe su laúd.
Guilgamesh probablemente sea la leyenda más antigua del mundo, que pasó de boca en boca como un legado y fue compilada en 12 tablillas de arcilla, cuyo texto Broggi y Rubió han expurgado y resumido para crear un espectáculo de dos horas. ¿Largo? No lo es, desde luego, comparado con el original o, sin duda, con el Mahabharata, su primogénito hindú, pero quizá se podía haber podado un poco para su versión escénica. Única pega, a mis ojos, porque la función rebosa belleza. Y generosidad: es un trabajo de amor ganado, amor al arte y a la escena, en el que se han embarcado, solo por tres días, del 2 al 4 de julio, para inaugurar el festival Grec, una compañía de 30 intérpretes, músicos y técnicos (que también suben a escena) a las órdenes de Broggi. Un asunto de familia, familia teatral: la banda de La Perla. Y con la posibilidad de que la próxima temporada pueda encontrar un espacio semejante, del que todavía es pronto para hablar: cruzo los dedos.
Al ver esta obra en el Grec es imposible no pensar en el eterno y rebrotado perfume del Mahabharata de Peter Brook
La epopeya sumeria es un gran relato del que reconocemos poderosos ecos en la Biblia y en la mitología grecolatina, con la Odisea a la cabeza. Esencialmente, narra las aventuras de Guilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, valeroso y tiránico, o, como dice Jacinto Antón, “viajero y semidiós, matador de monstruos y edificador de templos”. Y su amistad con Enkidu, casi un hermano o un doble, gigante modelado en barro, majestuoso e indomable. El periplo en el que ambos desafían a los dioses enfrentándose al guardián Humbaba y al Toro Celeste se salda con el descubrimiento de la muerte y da inicio a un segundo viaje iniciático que pasa de la épica a la introspección. El dolor de Guilgamesh por la muerte de su compañero Enkidu (¿quién tiene un spoiler más antiguo?) es uno de los grandes momentos del relato.
Cinco intérpretes de lujo (Ernest Villegas, David Vert, Màrcia Cisteró, Toni Gomila, Sergi Torrecilla) encarnan, alternados, los roles principales, y la estupenda Màrcia Cisteró es también Shamhat, la sacerdotisa que seduce a Enkidu, y la diosa Ishtar. Voces épicas, voces que resuenan como una salmodia o un conjuro, movimientos coreografiados por Marina Mascarell, buscando la mayor sencillez y logrando la mayor fuerza.
Estrellas invitadas: Clara Segura como la diosa Ninsun, madre de Guilgamesh; Ramon Vila como un viejo ciudadano de Uruk; Marta Marco como la sabia tabernera Shiduri, y Luis Soler como el inmortal Utnapishtim, guía del impetuoso rey. Hay que aplaudir (aunque es imposible citarlos a todos) a los integrantes del coro, y a Quico Gutiérrez (luces) y a Damien Bazin (sonido).
Cae la noche, brotan las antorchas y desfilan, como figuras vivas, los maravillosos trucajes videográficos de Francesc Isern: las olas rompiendo en la arena; y en la piedra se deslizan las nubes, y los rostros, y los pájaros, y los árboles movidos por el viento. Guilgamesh llega al final de su aventura. Entran el acordeonista Joan Garriga y los guitarristas Marià Roch y Marc Serra para acompañar a Papaioannou en Sto Perigiali, de Theodorakis, con la que Broggi cerraba L’orfe del clan dels Zhao. Y se cierra otro círculo: como una aparición, cruza el desierto el caballo azabache de Bodas de sangre, montado por Montse Vellvehí, y el coro, en un momento estremecedor, prende el fuego de Ederlezi, la canción gitana de las fiestas de la primavera, canto de vida y renacimiento, que popularizó Goran Bregovic, y el público del Grec se pone en pie para aplaudir una y otra vez.
¿No me dejo nada? Desde luego, pero ha sido a propósito para cerrar con el recuerdo de las palabras de Utnapishtim el Lejano, que vuelven como un vino antiguo servido por Lluís Soler, otro soberbio actor invitado, tan parecido a Erland Josephson, y va otra ovación para la bella traducción catalana de Jeroni Rubió, que intento imitar en castellano: “Y tú, Guilgamesh, tú que llegaste aquí tras un viaje muy largo y peligroso, regresa a casa tranquilo y con el alma serena, y no te obstines en recuperar la fuerza de tus primeros años, porque la planta de los latidos, la flor de la vida, el remedio contra la angustia no existen. La vida se nos escapa entre los dedos, rey de Uruk, y lo único que puedes hacer es vivirla”.
‘El poema de Guilgamesh, rei d’Uruk’. Versión de Jeroni Rubió. Dirección y espacio: Oriol Broggi. Intérpretes: Màrcia Cisteró, Toni Gomila, Sergi Torrecilla, David Vert, Ernest Villegas y muchos más. Teatre Grec (Barcelona). Del 2 al 4 de julio.
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