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Columna
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Jon Hamm no es demasiado guapo para ser gracioso

Tras el final de 'Mad Men', Hamm solo siguió los pasos de Clooney en los anuncios de Emidio Tucci

Eneko Ruiz Jiménez
Jon Hamm en 'Unbreakable Kimmy Schmidt'.
Jon Hamm en 'Unbreakable Kimmy Schmidt'.

“Si luces demasiado bien, ya no eres gracioso”. La humorista Kate McKinnon reconocía a Jerry Seinfeld en Comedians in Cars Getting Coffe que se afea de manera consciente. Tiene miedo a que si se muestra demasiado guapa, quizás no la tomen en serio como cómica. No es nada nuevo. Lo hacía Phyllis Diller y también Tina Fey. El atractivo puede intimidar al público.

Cuando Jon Hamm presentó en 2008 el programa de sketches Saturday Night Live, lo primera que apareció en la mente de Fey, que lo quería en 30 Rock, fue desconfianza: “¿Es Don Draper gracioso?" ¿No sería demasiado guapo? Mad Men llevaba un año en emisión, y se estaba convirtiendo en un fenómeno cultural, pero su alcohólico y varonil protagonista al que algunos ya comparaban con George Clooney, estaba lejos de parecer el payaso de las fiestas. Fue una sorpresa descubrir que, debajo de su cara de príncipe Disney, había un friki de la comedia que recitaba monólogos de memoria. De un día para otro, el futuro profesional de Hamm cambió.

Tras el final de Mad Men, Hamm solo siguió los pasos de Clooney en los anuncios de Emidio Tucci. Pese a algún acierto como The Town y Baby Driver (brillante como maníaco villano alejado de su guapura), sus oportunidades cinematográficas han sido limitadas. La televisión y el humor, sin embargo, acaban de concederle una de las temporadas más eclécticas e inesperadas del año. Ha pasado de narrar con profundidad el mito de la cueva de Platón en la surrealista Legión a recuperar vídeos de su juventud en un programa de citas para Unbreakable Kimmy Schmidt. Mientras, espera en la recámara un Arcángel Gabriel de jersey de cuello vuelto para Buenos presagios (Good Omens, de Neil Gaiman)

Desde que presentó SNL (la noche que Elisabeth Moss conoció a su primer marido, Fred Armisen), Jon Hamm ha vuelto al estudio una decena de veces. Ha imitado a Robin Williams, abierto un restaurante con Michael Bublé, tocado el saxofón y explotado su gamberrismo. Pero, sobre todo, se ha juntado con un grupo de amigos humoristas como Amy Poehler y Wiig que siempre tienen oportunidades para él. Con 47 años y una carrera recién descubierta, el futuro de Hamm suena más interesante que como galán de comedia romántica. Sin miedo a participar en la película más tonta como si se creyera John Belushi, a morir segundos después de aparecer en El último hombre en la tierra o a ponerse barba postiza y sorprender como demente líder de una secta. Tras una carrera de papeles menores por su cara bonita, Hamm ha venido a pasárselo bien. Quizás sí se podía tener todo.

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Eneko Ruiz Jiménez
Se ha pasado años capeando fuegos en el equipo de redes sociales de EL PAÍS y ahora se dedica a hablar de cine, series, cómics y lo que se le ponga por medio desde la sección de Cultura. No sabe montar en bicicleta.

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