Jon Hamm: “Es duro convertirse en el centro de atención”
Por muchos proyectos que emprenda, el protagonista de 'Mad men' será toda la vida Don Draper, y él lo sabe
Entrevistar a un actor que se lo debe casi todo a un único papel puede terminar en fiasco. Hay que andarse con cuidado: frecuentemente el entrevistado rechaza cualquier pregunta que pueda implicar esa idea y prefiere que se hable de otras cosas, solo de otras cosas, de cosas más recientes. De lo que sea menos de El Personaje, La Serie o La Película.
Sin embargo, Jon Hamm (San Luis, Estados Unidos, 1971) no muestra el menor signo de incomodidad cuando gran parte de las preguntas que recibe son sobre Mad men. Si le molesta, no se nota. Vestido con chinos, cárdigan y zapatillas deportivas y perfectamente peinado, el mítico Don Draper nos recibe en Madrid entre sesión de fotos y sesión de fotos.
Ha venido para participar en una campaña publicitaria de Emidio Tucci que, sin ningún tipo de reparo (ni falta que hace), muestra a Hamm como una actualización del personaje que lo convirtió en la estrella que es ahora. Pocas semanas después de hablar con ICON, la imagen del intérprete está en vallas y spots televisivos. La elegancia adulta e hipermasculina de Don Draper canalizada por Jon Hamm. O viceversa.
“Es duro convertirse en el centro de atención, tanto profesional como personalmente”, responde cuando se le pregunta por su llegada relativamente tardía al estrellato. Hamm tenía ya 37 años cuando Mad men vio la luz, allá por 2008. Ese mismo año el actor ganaría su primer Globo de Oro y recibiría su primera nominación al Emmy, premio que finalmente obtendría en 2015, tras ocho frustrados intentos.
Muchos recordarán cómo en el momento de recogerlo, Hamm no parecía muy feliz. “Tenía muchas más cosas de las que preocuparme que de si ganaba o no el Emmy”, dice con cierta desgana, incluso cuando el periodista desliza una opinión personal: la industria televisiva prácticamente le debía aquel reconocimiento. “Nunca he entrado en una gala de premios esperando nada. Creo que eso es absurdo”, continúa. “En ocasiones, se trata de estar en el lugar y el momento correctos; en otras depende de un millón de cosas más”.
"Nunca he entrado en una gala de premios esperando ganar nada. Creo que eso es absurdo. A veces se trata de estar en el lugar y el momento correctos y otras depende de un millón de cosas más"
Como Bryan Cranston (Breaking bad) o Julianna Margulies (The good wife), Hamm es una estrella puramente televisiva, producto del auge de las series. Su carrera en el cine es digna pero discreta, quizá para no dar la sensación de querer sacudirse a Don Draper de encima desesperadamente. En la pequeña pantalla, tras el final de Mad men, Hamm ha optado por papeles alejados de ese registro dramático.
Tanto en la ya finalizada Rockefeller Plaza como en la más reciente Unbreakable Kimmy Schmidt, comedias delirantes e hiperaceleradas, se desvincula todo lo posible de Draper. “Sabía que a algunas personas les sorprendería que alguien que interpretaba a un tío tan serio hiciese ahora personajes enloquecidos, pero estos últimos se parecen más a cómo soy en realidad”, apunta. Ese cambio de rumbo profesional fue idea suya (“las decisiones sobre mi carrera las tomo yo siempre”), aunque reconoce estar más a gusto en el drama que en la comedia.
También admite que en su caso el salto de registro no es automático. “Hay actores como Elisabeth Moss que pueden hacer así [chasquea los dedos] y conectar y desconectar; a mí me cuesta más”, dice. Para Moss solo tiene elogios. Su compañera de reparto en Mad men no ganó ninguno de los seis Emmys a los que optó por la serie. Su Peggy Olson es la otra gran protagonista de la serie, pues su historia es tan importante y, desde luego, mucho más simbólica que la de Don. “Es irónico que una serie que se titula Mad men sea tan de mujeres, aunque yo no creo que sea solo sobre mujeres”, puntualiza.
Draper también es un icono de moda. “Mad men recuperó cierta manera de vestirse, cierto estilo de vida”, dice Hamm al tiempo que reconoce no tener demasiado sentido del estilo él mismo. “Ponerse un traje es una manera rápida de tener buen aspecto” no es lo que uno espera escuchar de boca de alguien que encarnaba a uno de los personajes televisivos mejor vestidos.
Por otro lado, y al contrario que tantos otros actores poco dados a aparecer en los medios, Hamm es tan guapo fuera de la pantalla como dentro, y sorprendentemente alto y atlético. Es todo lo Don Draper que puede ser alguien en 2017. En el momento de esta conversación es evidente que está cansado (los planes de producción de una campaña publicitaria no suelen ser precisamente relajados), pero a los 46 años Hamm tiene la apariencia que uno imagina tenían las estrellas del Hollywood clásico. Su próximo trabajo, que él cita con entusiasmo pero sin insistencia, le traerá de nuevo a Europa: su presencia en la miniserie Buenos presagios, de Amazon y BBC 2, está confirmada: será el arcángel Gabriel.
Más de dos años después del final de Mad men, Jon Hamm sigue capitalizando a Don Draper. Y muy probablemente podrá hacerlo durante toda su vida. De estrellas de la tele que se cargaron su aura a base de intentar patéticamente ser alguien en el cine, después de haberlo sido todo en televisión, está el mundo lleno. También de juguetes rotos desahuciados antes de los 30.
Jon Hamm, que ha rechazado más de un lucrativo papel de superhéroe, no parece estar demasiado obsesionado con la gloria cinematográfica. Y a lo de estrella juvenil prematuramente retirada por suerte llega muy tarde. Su entrada real en nuestras vidas ocurrió hace menos de 10 años, en una serie en la que se bebía y se fumaba como si no hubiera un mañana. Mad men pronto se convirtió en uno de los tótems culturales de comienzos del siglo XXI y Hamm, en su cara más reconocible. Mientras lo ve caminar entre el equipo madrileño que lo convertirá en una de las caras del otoño publicitario en España, uno recuerda eso de “las mujeres quieren estar con él y los hombres quieren ser él”. Creo que eso se dice de Don Draper en Mad men. Y si no se dice, debería decirse.
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