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Las estancias secretas de Gala

Una exposición en Barcelona revisa de forma exhaustiva la figura de Gala, la pieza clave en el tablero creativo de Dalí

Dalí y Gala trabajan en Sueño de venus (1939).
Dalí y Gala trabajan en Sueño de venus (1939). eric schaal

La figura de Helena Dimítrievna Diákonova, Gala (Kazán, 1894- Portlligat, 1982) continúa siendo un enigma. “Gala era el castillo inexpugnable que nunca había dejado de ser”, escribe Dalí en 1971 después de más de 40 años de relación ininterrumpida. Gala es la pieza que falta en el juego del tablero surrealista y la mujer que fue considerada por sus amigos de la vanguardia europea como fascinante, solitaria, luchadora, mujer fatal, mundana, egoísta, calculadora y apasionada antes de caer en el olvido. Figuras antitéticas que se superponen en su rostro pálido de ojos negros encendidos, rostro que muchas veces ella recortaba de las fotografías donde aparecía. Dos biografías, Querida Gala (2003), de Estrella de Diego, y La intrusa (2018), de Monika Zgustova, recientemente publicada, han abierto nuevas fuentes de información, que la exposición Gala Salvador Dalí. Una habitación propia en Púbol pretende interpretar con documentación inédita, fotografías, objetos personales y obras de artistas vinculadas con su biografía.

La primera reflexión es que su infancia y la adolescencia en Rusia tiene un papel relevante: hija de familia acomodada vinculada con la intelligentsia de Moscú y amiga de Anastasia Tsvietáieva, hermana de Marina, la gran poeta rusa del siglo XX, compartirá con ellas la pasión por la poesía. Los libros de Alek­sandr Blok, Pushkin o las novelas de Dostoievski y Tolstói la acompañarán durante toda su vida. La casa de verano familiar en Siberia, en plena naturaleza (“Silenciosa como el corazón de un bosque infinito”, escribe), y su entorno de culturas ancestrales y ritos chamánicos —que también pintó Natalia Goncharova— serán importantes para su futura imagen de visionaria de la realidad, la tarotista de objetos secretos. Pero su infancia tiene también sombras inesperadas, como su relación con su hermano Kolka, que la acecha de noche como el personaje de la leyenda en verso El demonio, de Lérmontov.

Debido a su amor por Dalí, Gala abandona su mundo. Una etapa difícil que marca el inicio de la autoría compartida de las obras

La narración de la exposición comienza por el final de su vida en Púbol, en el castillo “de amor cortés” que le regaló Dalí y en el que Gala se refugió durante sus últimos años. Un edificio austero y noble del gótico catalán que Gala ayudó a restaurar y rediseñar, y donde Dalí tenía que escribirle antes de visitarla. Para Estrella de Diego, comisaria de la exposición, el castillo de Púbol es el lugar de la memoria, del silencio y de la lectura, pero también “es un extraordinario objeto surrealista que representa la culminación del proyecto artístico a dos, Gala Salvador Dalí, incluso el más sofisticado de sus productos”. Los bocetos del jardín, las fuentes-ojo de ascendencia manierista italiana, la decoración austera pero teatral con rostros wagnerianos son como un gran reducto fin-de-siècle al estilo de las novelas de Joris-Karl Huysmans. Allí se encuentran sus afeites, objetos raros y exquisitos, los iconos rusos, algunas joyas y vestidos bordados de Dior y de Schiaparelli, el sombrero-zapato y los bonetes cónicos de terciopelo de Suzanne Rémy. Este es el espacio donde se proyecta retrospectivamente su imagen de dandi, elegante y contradictoria. En Púbol se encuentran también sus escritos, proyecto inacabado que fue publicado con el título de La vida secreta: diario inédito (2011), sus libros dedicados y —lo que es más importante— la correspondencia de su primera venida a Europa, las imágenes de su encuentro con el poeta Paul Éluard.

'Gala Placidia. Galatea de las esferas' (1952), de Dalí.
'Gala Placidia. Galatea de las esferas' (1952), de Dalí.Salvador Dalí (Fundació Gala-Salvador Dalí)

Gala tiene 18 años cuando llega, en 1912 y enferma de tuberculosis, al sanatorio de Clavadel, el hotel más exclusivo del cantón de los Grisones, en los Alpes suizos. Es el mismo año que Thomas Mann comienza a escribir La montaña mágica. Allí empezará su relación con el futuro poeta francés, viviendo su amor entre la luz de la nieve y la presencia de la muerte, con el propósito de la creación. Restablecidos de su enfermedad, se casarán en París en 1917, después de que Gala sufra las consecuencias de la revolución rusa y atraviese toda Europa para reunirse con él. Su hija Cécile nacerá pocos años más tarde. Excepto por una sola vez, Gala no volverá nunca más a su tierra natal, convirtiéndose en una exiliada perpetua voluntariamente. “Mi texto, mi cuerpo”, escribe Hélène Cixous. La poesía y el arte van a ser el motivo de su existencia, aunque sean realizados —con su fuerza, protección, complicidad intelectual y en una lengua extranjera— por sus esposos, amigos y amantes; entre ellos, Max Ernst, René Crevel o Giorgio de Chirico.

Cuando Gala llega a Cadaqués en 1929 a pasar las vacaciones con su familia se produce el encuentro con Salvador Dalí y que él mismo narra en su Vida secreta: “Ella ya estaba allí. ¿Quién? No me interrumpan. Dije que ella estaba allí, y esto debería bastar. Gala, la mujer de Éluard. ¡Era Ella! Galuchka Rediviva”. A causa de su amor por Dalí, Gala abandonará todo su mundo para ir a vivir a una humilde casa de pescadores en Portlligat, cerca del cabo de Creus, sin agua y sin luz, huyendo del veto y de la ira del padre del pintor catalán. “Enamorada como un joven animal ciego”, escribe Gala en un poema. Una nueva época de su vida comienza, dura y difícil, pero también marca el inicio donde aparece la autoría compartida de la obra. Este proyecto creativo se llamará Gala Salvador Dalí. Un ejemplo lo tendremos en el pabellón para la Exposición Universal de Nueva York, El sueño de Venus (1939), donde vemos a Gala trabajando en la creación de objetos surrealistas. Según De Diego, “se podría aventurar cómo es ella la que elige la imagen a través de la cual quiere presentarse y, sobre todo, representarse. Es posible diseñar el propio autorretrato sin ser autora de una obra pictórica tangible”.

Gala aparece en numerosas obras de Dalí, presentes en la exposición, pintada como una virgen primitiva en La madona de Portlligat (1949) o como la figura de una diosa en Leda atómica (1947). Encontramos su rostro en la matemática de Galatea de las esferas (1952) y en Retrato de Gala llevando dos costillas en equilibrio sobre su hombro (1934); o su cuerpo desnudo en Un segundo antes del despertar de un sueño provocado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada (1944). También hay retratos terroríficos de ella, como Retrato de Gala (1976); otros oscuros o suspendidos en el cielo del nuevo mundo, como el estudio de El descubrimiento de América (1958). Imágenes caleidoscópicas, juego de espejos.

“Tete à Chateau”, escribe Dalí sobre la frente de una fotografía anónima de Gala. Cabeza coronada. Con esta imagen medieval se cierra la exposición del Museo Nacional de Arte de Cataluña, que evoca también, en su conjunto, una gran melancolía, como escribe su amigo poeta Joë Bousquet desde el castillo de Carcasona: “Les images ont fait la lumière plus seule et le vent et les jours…” (“Las imágenes hacían la luz más solitaria y el viento y los días…”); exposición que podría ser mostrada como una performance inédita de Gala o la recuperación de su rostro recortado en las imágenes difusas de su mundo interior.

Gala Salvador Dalí. Una habitación propia en Púbol. MNAC. Barcelona. Hasta el 14 de octubre.

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