‘Comedia aquilana’: un dulce placer estético
La puesta en escena de la comedia renacentista dirigida por Ana Zamora es una gozosa experiencia teatral
Es un hecho que el teatro renacentista español permanece aplastado por el barroco. No solo por la brillantez de los autores del Siglo de Oro, con Lope de Vega y Calderón a la cabeza, sino también porque el primero resulta más lejano al público actual: el castellano medieval es difícil de decir y de entender, los temas parecen ajenos y las tramas demasiado simples. Es lógico que las compañías que apuestan por obras clásicas prefieran escarbar en el Siglo de Oro que remontarse al Renacimiento. El esfuerzo y el riesgo es menor.
Pero viendo la Comedia aquilana que ha puesto en escena la compañía Nao d’amores, la única especializada en España en teatro renacentista, con Ana Zamora a la cabeza, uno se pregunta si el problema no es tanto la lejanía como la falta de práctica en la puesta en escena de aquellos textos. Para empezar, es un gozo descubrir en esta obra de Bartolomé Torres Naharro las bases sobre las que luego se asentará el teatro barroco. Por ejemplo, podemos comprobar que la trama no es ni más ni menos que la típica de las comedias amorosas de enredos del Siglo de Oro: dos amantes imposibles, dos criados burlones, galanteos, peleas de honra, un engaño y un final feliz.
Comedia aquilana
Texto: Bartolomé Torres Naharro. Dirección: Ana Zamora. Intérpretes: Silvia Acosta, María Besant, Javier Carramiñana, Juan Messeguer, Belén Nieto, Alejandro Saá, María Alejandra Saturno, Isabel Zamora. Escenografía: Ricardo Vergne. Vestuario: Deborah Macías. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. En gira durante el verano.
Pero no es esta la única virtud de este espectáculo. Si fuera así estaríamos hablando de un simple acercamiento arqueológico a un texto olvidado del siglo XVI, con todo el valor cultural que eso supone, ciertamente, pero no de una experiencia teatral jugosa en sí misma. Y no es este el caso. Esta Comedia aquilana se disfruta como se disfruta un bodegón floral renacentista. Es alegre, juguetona, fresca, delicada, llena de detalles, exquisita y virtuosa: todo se ensambla suavemente, la música, el verso, la escenografía, el vestuario. Un puro placer estético.
Tiene esto que ver con el magnífico trabajo de investigación previo que suele hacer Ana Zamora antes de abordar una nueva producción. En este caso, el estudio condujo a la directora a la comedia del arte, un tipo de teatro popular que triunfó en el Renacimiento italiano, pues fue en Italia donde Torres Naharro vivía cuando escribió la mayoría de sus obras, incluida esta. La aplicación de las ingeniosas estrategias escénicas y los arquetipos característicos de la comedia del arte a la Comedia aquilana deriva en un espectáculo plenamente disfrutable en el siglo XXI. No solo por lo divertido que resulta, sino por la utilización de ese distanciamiento burlón que practicaban las compañías del género en Italia, humillando a las clases altas a través de los criados y haciendo cómplices al público de sus chanzas.
La directora ha convertido esas chanzas en una fina ironía contemporánea y también ha podado el verso, limpiándolo sobre todo de ripios, para hacerlo más digerible. La música en directo no solo acompaña, sino que da ritmo a muchas escenas. La escenografía recuerda a los tablados donde las compañías italianas desarrollaban sus piezas de pueblo en pueblo, con cortinillas para evocar diferentes decorados, y el vestuario es un prodigio de belleza y eficacia, que permite a los actores, estupendos todos, interpretar varios papeles y cambiar de uno a otro con ligereza. El conjunto, en fin, es un disfrute.
El espectáculo se estrenó en febrero en el Teatro de la Comedia, en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, para emprender después una gira por los principales festivales de verano: acaba de visitar los de Cáceres y Alcalá y pronto se verá en Peñíscola, Olmedo, Almagro y El Escorial.
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