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Pensar en carne viva

Enrique Ocaña repasa magistralmente en 'Confesiones de un filósofo desaparecido en combate' su vida como “politoxicómano bipolar”

Un adicto a la heroína en Filadelfia (EE UU).
Un adicto a la heroína en Filadelfia (EE UU).spencer platt (getty)

"Estoy a punto de cumplir 45 años. Mi infancia fue feliz; mi adolescencia sólo se vio truncada con la ruina económica de mi padre, su depresión y su posterior muerte, cuando yo tenía unos 17 años. Hasta los 13 estudié en un colegio del Opus, sin saber siquiera lo que significaban tales siglas. Durante el instituto fui un alumno ejemplar, en la universidad obtuve el premio extraordinario de doctorado y durante años he seguido un programa de administración de metadona. Me han diagnosticado como politoxicómano bipolar”.

En el arranque de Confesiones de un filósofo desaparecido en combate ya están todas las líneas temáticas que van a desarrollarse, así como algo quizá más determinante, la tonalidad: su franqueza. Porque quien fuera uno de los filósofos jóvenes más prometedores de los años noventa, Enrique Ocaña (Valencia, 1965), autor de El Dioniso moderno y la farmacia utópica (1993) y Sobre el dolor (1997), practica en estas Confesiones una profunda disección de su vida “neuronal” en horas bajas, cuando ha caído en desgracia y vive “recluido en soledad”. Pero al terminar de leerlo, uno tiene la certeza de que el “desaparecido” para la Academia nunca ha estado más cerca de la momentánea verdad de las cosas como en este libro.

Confesiones, breve y prismático, reconoce su modelo en Confesiones de un inglés comedor de opio, de De Quincey. Puede leerse como una autobiografía psíquica con calas en el historial médico, pero también es una penetrante fenomenología de las drogas: en particular, de los opiáceos. Asimismo es la crónica de un desclasamiento familiar en la España del desarrollismo: Ocaña es hijo de madre gitana, coplista y bailaora, y del vástago de una familia valenciana de la burguesía empresarial. Y finalmente, Confesiones es una celebración de la vida sin profilaxis, de los bajos fondos y la amistad del autor con el gran poeta Miguel Ángel Velasco, otro “hermoso vencido”.

El estilo fragmentario y digresivo sirve para reforzar el cálculo de tensiones de una narración que se juega en varios frentes a la vez, pero también ayuda a la cohesión un recurso predilecto de Ocaña: la invocación a una segunda persona más poética que retórica (pienso en Cernuda), un tú que es consecuencia de una doble renuncia: Ocaña esquiva a la vez el“pathos de la distancia”, del que abusan los filósofos cuando la vida los supera, y el victimismo de quien elude su capacidad de formular conceptos arriesgados, de desenmascararse. Porque Confesiones es un poderoso ejercicio de desdoblamiento con un gran sentido moral, un libro único en la literatura española con, por momentos, la potencia de un clásico.

¿Cómo un libro sobre las drogas se convierte, finalmente, en un tratado ético contra la vanidad del pensamiento y una relectura crítica del proyecto ilustrado de autonomía, un libro contra el puritanismo y la presbicia moral? Conviene matizar la adscripción genérica: si esto es un “ensayo” (ha sido publicado en una colección de pensamiento), lo es en el sentido vívido que le dan Montaigne y Adorno, una obra expuesta al error y a la transformación, a forzar sus límites. No en vano Ocaña es traductor de Odo Marquard, Ernst Jünger, Jean Améry…, maestros del pensamiento encarnado. Y en Confesiones el pensamiento es una cualidad inseparable de la experiencia, es la costura (y el destejer) de la experiencia, así como una de las más altas formas de literatura.

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Autor: Enrique Ocaña.


Editorial: Pre-textos (2018).


Formato: tapa blanda (128 páginas).


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