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sillón de orejas
Columna
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Recordando con Modiano

Anagrama suma tres nuevos títulos a su catálogo de libros del último Nobel francés

Manuel Rodríguez Rivero
Aurore Clément y Pierre Blaise en 'Lacombe Lucien', de Louis Malle.
Aurore Clément y Pierre Blaise en 'Lacombe Lucien', de Louis Malle.

1. París

Hay libros que se adelantan a sus lectores. Sus editores los publican en un momento en que el lectorado mira a otra parte, o —también ocurre— no los saben vender, ni los críticos atraer el interés hacia ellos, ni los libreros destacarlos convenientemente en la montaña de novedades sujeta a la vertiginosa rotación impuesta por un mercado sobresaturado. Luego, años —a veces décadas— más tarde, otros editores los retoman, les dan otro empaque, los promocionan como es debido, los “recuperan”, a menudo con honores de novedad. He pensado en ello a propósito de una frase deslizada en la hoja de prensa en la que Anagrama anuncia con orgullo —y a propósito de la publicación de tres “nuevos” modianos— los 23 títulos del último premio Nobel francés ya incorporados a su catálogo: “Un autor que había sido publicado por excelentes editoriales que no continuaron con él por sus escasos lectores”. Una de esas editoriales, quizás la más importante en su tiempo, fue Alfaguara. Todavía conservo los ejemplares con la cubierta solo tipográfica en colores blanco, gris y azul de Enric Satué y traducción de Carlos R. de Dampierre. Anagrama los ha ido incorporando y, lo que es más importante, difundiendo, aunque hay que reconocer que un premio Nobel es un prescriptor más eficaz y duradero que cualquier publicidad. De los tres libros recientemente publicados por el sello fundado por Herralde, dos son recientes: la pieza teatral Nuestros comienzos en la vida y Recuerdos durmientes, una nouvelle que se lee en poco más de una hora y que constituye una especie de breve summa —y perdonen el oxímoron— del universo modianesco. Como ocurre en muchos de sus libros, la trama se disuelve hasta casi desaparecer en una atmósfera de tonos grises cuya única precisión consiste, precisamente, en la obsesiva minuciosidad de las direcciones de las calles y las casas, de lugares cuya realidad —más allá de dicha exactitud inútil— es siempre precaria, una geografía de un París a la vez preciso y de ensueño. El pretexto de esa indagación modianesca en el pasado es el peso anímico de una serie de “recuerdos durmientes” con media docena de mujeres ocurridos hace 50 años, cuando el narrador estaba en la veintena, y cuya recurrencia le impele a una indagación que finalmente se resuelve en la escritura: Modiano en estado puro. La tercera incorporación al catálogo es Lacombe Lucien, el guion coescrito con Louis Malle y que, convertido en película, suscitó un escándalo morrocotudo en la biempensante Francia posmayo, obligando al cineasta a tomarse unas vacaciones en el exilio a cuenta de su puesta en solfa del heroísmo francés durante la Ocupación. De alguna manera, por cierto, su asunto me trae a la cabeza una estupenda historia — la educación sentimental e ideológica de un fascista— de Jean-Paul Sartre: ‘La infancia de un jefe’, un relato largo incluido en la recopilación El muro (1939). Se me olvidaba decir que los tres nuevos modianos han sido traducidos por María Teresa Gallego Urrutia, una de nuestras mejores traductoras del francés.

2. Infantiles

Una de las tesis de Luise Berg-Ehlers en Inolvidables (Maeva), un estupendo homenaje ilustrado a las autoras que han escrito para niños en los dos últimos siglos es que la (re)lectura de los cuentos infantiles que nos marcaron es una de las vías fundamentales para regresar, siquiera por un tiempo limitado, a nuestra infancia. Claro que, para hacerlo bien, se requiere lo más difícil: una disposición a olvidarse en el corto plazo del presente. En todo caso, Berg-Ehlers no ignora que, para los niños de hoy, la lectura no tiene ni la importancia ni la exclusividad que tuvo para los del pasado, por lo que su libro es, sobre todo, un monumento a la nostalgia a partir del recuerdo de los cuentos que leímos o que nos leyeron cuando la tecnología aún no se había apoderado de los ocios infantiles. Mujeres que escribieron cuentos para niños, una de las pocas actividades —junto con la enseñanza— que podían desempeñar sin menoscabo de su dignidad, por eso en muchas de sus biografías observamos que entre estas creadoras abundan las institutrices y las maestras, al menos hasta entrado el siglo XX. Inolvidables trata de muchas de esas mujeres creadoras de ilusiones, desde Louisa May Alcott, Johanna Spyri, o Beatrix Potter —por citar a algunas de las pioneras— hasta Cornelia Funke o J. K. Rowling, todavía en activo, pasando por las escritoras que alumbraron las tardes de siesta veraniegas de los baby boomers: Enid Blyton, con sus series Aventura y Los cinco; Astrid Lindgren, con la anarquista Pippi Calzaslargas, o Christine Nöstlinger, una de las autoras más prolíficas y leídas de la literatura alemana del siglo XX. La representación española está formada por Elena Fortún (1886-1952), Gloria Fuertes (1917-1998), Ana María Matute (1925-2014) y Carme Solé Vendrell (1944).

3. Gráficas

Imperdonablemente, no conocía hasta ahora la obra de Hans Hillmann (1925-2014), uno de los grandes de la cartelería cinematográfica alemana. Su extensa obra figura por méritos propios junto a la de los grandes del género, como Saul Bass (1920-1996) o Isolde Baumgart (1935-2011), cuyos pósteres originales alcanzan precios de vértigo en las subastas. Libros del Zorro Rojo ha publicado recientemente la adaptación que realizó Hillmann (1975) del relato Matamoscas (1929), del gran Dashiell Hammett, a la vez un magnífico homenaje al noir cinematográfico y una obra fundamental en la historia de la novela gráfica. Más de 250 acuarelas en todas las gamas del gris ilustran, a través de una planificación cinematográfica, una típica historia en la que el agente de la Continental tiene por misión encontrar a una heredera huida de casa. Por lo demás, entre la cosecha “gráfica” del último mes, destaco también Unreal City (La Cúpula), una antología de cinco relatos de pesadilla en los que D. J. Bryant muestra la influencia de Daniel Clowes y Charles Burns.

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