_
_
_
_

El viejo lobo sigue aullando

Asier Mendizabal plantea un contradiscurso a las formas sobrantes de Jorge Oteiza

Una de las obras de la exposición 'Incurvar', de Asier Mendizabal.
Una de las obras de la exposición 'Incurvar', de Asier Mendizabal.

La complejidad de la escultura de Jorge Oteiza (1908-2003) tiene que ver con el espacio esencialmente óptico, pero, sobre todo, con lo que éste pierde. Suena traumático, sí, pero al contrario que el psicoanálisis freudiano, donde la diferencia sexual surge a partir del concepto de castración —que las niñas no tienen ese algo que el niño puede perder—, en Oteiza, la desocupación, lo que sobra, es pura energía. Goce. La escultura nace en un espacio increado, metafísico, de la fusión o acoplamiento de unidades ligeras. Como Picasso, cuando abordaba sus esculturas cubistas —“¡Dejad de temer al espacio, dadle forma!”, solía decir a otros artistas—, Oteiza entendió muy pronto que los signos escultóricos no tenían por qué ser sólidos. “Se nos acaba la escultura y comenzamos a recordar, hacia delante”, escribe en Propósito experimental, en 1957. Ese mismo año, presentó en el pabellón español de la Bienal de São Paulo un conjunto de 28 transestatuas (para esquivar las normas que permitían solo 10 piezas por artista, decidió agruparlas en 10 familias); consiguió el primer premio, en un palmarés donde también estaban Giorgio Morandi y Ben Nicholson. En cuestión de horas, pasó de ser un auténtico desconocido a sentirse prestigiado. Y decidió autoboicotearse. Abandonó la práctica artística convencido de que su proceso de experimentación como escultor se había agotado. En adelante, sería un “artista desocupado”.

Asier Mendizabal (Ordizia, Gipuzkoa, 1973) añade una segunda capa a la generación de la nueva escultura vasca que creció bajo su sombra, pero a diferencia de aquéllos (Badiola, Moraza, Bados), nunca se relacionó ni trabajó con él. En Alzuza (Navarra) presenta ahora su contradiscurso, en una muestra íntima y a la vez política, como no podía ser de otra manera. Desplegados y expuestos en el marco institucional —la transarquitectura de Francisco Javier Sáenz de Oiza—, sus obras son reformulaciones realizadas a partir de las formas sobrantes de algunas esculturas de Oteiza y otros recursos que le proporciona el museo.

La obra del artista guipuzcoano corteja la posibilidad de que el propósito experimental de la escultura es un proceso en conclusión

Con Mendizabal, la materialidad del lenguaje escultórico quiere ser simbólica. Desde esta premisa, su formalismo no es “moderno” (la forma es/afecta al contenido), sino estructuralista. Dicho de otro modo, se puede idear estructuralmente el espacio a través del uso exhaustivo y activo del vacío (cero negativo, lo llamaba Oteiza), generar una poética de formas, incurvaciones, con sus lecturas adicionales. Lo vemos en la escultura Bentahandi, en la manera como Mendizabal interpreta una de las versiones de Par móvil (1957), una estela funeraria formada por dos medias circunferencias de acero unidas en sus respectivos lados rectos, que pueden rodar en un vaivén potencialmente infinito; en Agoramaquia, parte de Homenaje a César Vallejo (1958), la escultura que Oteiza dedicó a su admirado poeta peruano y que se instaló tres años después en una plaza de Lima; Una carta llega a su destino deriva de su texto de protesta dirigido al jurado del concurso internacional impulsado por el ICA de Londres, en 1952, para la creación del Monumento al prisionero político desconocido y que provocó un furibundo pero fructífero debate ideológico en torno al arte realista y abstracto en la España de los cincuenta. En aquella escultura —levantada 40 años después en un parque público de Pamplona— la desocupación del espacio es un titán triunfante despojado de cualquier miedo. Oteiza la asocia a Odiseo, “con su corazón activo en el exterior”. Y matiza: “El vacío interior de la obra constituye su sustancia expresiva y trágica”.

La obra de Mendizabal corteja la posibilidad de que el problema/propósito experimental de la escultura nunca está concluido, como hubiera querido Oteiza, sino que es un proceso en conclusión. La verdad, como el espacio, se escapa siempre. Pero esto sería otro psicoanálisis. Atención, el viejo lobo sigue aullando.

Incurvar. Asier Mendizabal. Fundación Museo Oteiza. Alzuza. Navarra. Hasta el 3 de junio.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_