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DÍA INTERNACIONAL DEL TRABAJO

Ocho libros para reconciliarse con la oficina (o no)

Una selección de títulos en los que el oficinista es el rey o, por qué no, la malograda víctima de un sistema psíquicamente caníbal

Laura Fernández

LA HERMOSA BURÓCRATA. Helen Phillips. 

Josephine Anne Newbury tiene un nuevo empleo. Es un empleo de oficinista. No sabe bien a qué se dedica, más allá de convertir carpetas en datos que se suman a otros datos, datos que acumula en su ordenador. El tipo que la entrevistó –y le dio el empleo– es un tipo gris –en ciertos momentos no sabe si es un hombre o una mujer, lo único que sabe de él es que tiene mal aliento, y le llama así: La Persona con Mal Aliento– que de vez en cuando se deja caer por su cubículo para comprobar que todo marcha como debería. Josephine aborrece su trabajo, pero prometió que no se quejaría cuando encontrara uno –había pasado demasiado tiempo en el paro–, además, el suyo es el único ingreso de la familia –formada por ella y su marido, un tal Joseph Jones–, a la que acaban de desahuciar. El mundo de Josephine y Joseph es un mundo del futuro incierto, una suerte de pesadilla imaginada por un J. G. Ballard que hubiera preferido los despachos a los rascacielos que son, en realidad, civilizaciones al borde del abismo, o en el abismo mismo. Porque la vida de Josephine, y su enigmática y aparentemente simple tarea, la tarea que lleva a cabo en el despacho 9997, va volviéndose, con el tiempo, aterradora. Al principio lo achaca a su propia condición de fóbica a la oficina –las cuatro paredes que la rodean, poco a poco, empiezan a acercarse, presionando unas contra otras, cerrándose sobre ella, o, al menos, eso parece– y a su deseo de estar ahí fuera, con todos los demás, con todos aquellos nombres que desfilan por las carpetas que tiene entre manos, pero para cuando su marido desaparezca y descubra que aquella misteriosa oficina no es lo que parece –o que, qué demonios, es justo lo que parece–, habrá en juego algo más que su cordura. El primer disparo de Helen Phillips (Colorado, 1983) es un ataque frontal (y lynchiano) contra el concepto mismo del género office. (Traducción de Daniel de la Rubia. Siruela).

EL DEMONIO. Hubert Selby Jr.

He aquí el libro favorito de Andy Kaufman. No, no es un libro divertido. Es un libro durísimo. Su protagonista, Harry White, deambula por las calles de Nueva York (nunca antes los rascacielos resultaron tan amenazantes, nunca antes la ciudad que nunca duerme se pareció tanto a una jungla en la que el fantasma de cualquier cosa con garras puede, en cualquier momento, devorarte) en sus ratos libres, cuando abandona su oficina, y tiene citas con todo tipo de chicas, chicas a las que destruye, chicas que lo destruyen, y luego compra plantas, llena su casa de plantas, su casa es un pequeño apartamento y está atestado de plantas, porque, quién sabe, quiere cuidar de algo, pero luego un día decide dejar de cuidar de ese algo y su casa se convierte en un mausoleo, y en realidad, Harry está perdido, no sabe lo que quiere, no sabe, en realidad, si quiere algo, sólo va de su apartamento al trabajo, y el trabajo es tan ridículo, le deja tan vacío, que lo está matando. Hubert Selby Jr., el fascinantemente obsesivo autor de Última salida para Brooklyn y, cómo no, Réquiem por un sueño, parecía gritar (¡AUXILIO!) en cada uno de sus libros, y en este el grito resuena desde un rascacielos repleto de oficinistas, y lo articula un tipo que podría ser un tipo cualquiera si no hubiese perdido la cabeza por tratar de ser una pieza más del engranaje de tan desquiciante sistema. Una lectura ardorosamente siniestra. (Traducción de Juan Miguel López Merino. Huacánamo).

EL REY PÁLIDO. David Foster Wallace

El protagonista de la última (e inacabada, pero igualmente brillante) novela del genio de la digresión David Foster Wallace es un funcionario de Hacienda al que su inevitablemente monótona existencia va sumiendo en un otro mundo únicamente habitado por un tedio insufriblemente infinito. Le seguimos del Centro Regional de Examen de la Agencia Tributaria de Peoria, Illinois –exacto, el Fin del Mundo, o las afueras del mismo– a su puesto de trabajo, en el que, como en todo lo que tocaba Wallace, cada minúsculo movimiento se amplía hasta adquirir el aspecto de un monstruoso edificio capaz de devorarte. Hablando de devorar, nunca antes Foster Wallace se había dejado poseer hasta sus últimas y brillantes consecuencias por el espíritu de su adorado Donald Barthelme, que le lleva a firmar algunas de sus más apasionantes páginas: todas aquellas que tienen que ver con el oficinista que no puede dejar de comer y que acaba convertido en un monstruoso montón de carne que pide clemencia o quién sabe qué en mitad de la calle. La novela no es en realidad una novela, sino pedazos de una futura novela que prometía llevarnos aún más lejos – y en una dirección menos inequívoca – que La broma infinita, explorando el tedio, y el tedio asociado con la idea de sentarte cada día ante el mismo ordenador en el mismo cubículo rodeado de la misma (triste) gente. (Traducción de Javier Calvo. Literatura Random House).

EL HOMBRE DEL TRAJE GRIS. Sloan Wilson

Tom Roth no es Don Draper pero podría serlo. Hay quien asegura que parte de lo que cuenta Sloan Wilson en El hombre del traje gris, clásico donde los haya de la office novel, sirvió de punto de partida a los creadores de Mad Men para construirle al personaje interpretado por Jon Hamm toda esa angustia existencial de la que no puede escapar. Porque a Tom Roth también lo atormentan fantasmas del pasado y, aunque tiene una bonita casa en las afueras, una mujer estupenda, tres hijos maravillosos, y, por supuesto, un gris trabajo de oficina que lo aliena hasta tal punto que hace que vuelva una y otra vez a la época en que era un soldado y en que casi estuvo a punto de morir. El conflicto en cuestión es la Segunda Guerra Mundial. La novela supuso tal hit el año de su publicación (1955) que el título de la misma se convirtió en frase hecha, la frase con la que se hablaba de ese tipo de hombres de negocios, de ese tipo de oficinistas con una aparente vida perfecta en las afueras que, quién sabe si, como el protagonista de esta historia, eran incapaces de escapar de su propia tragedia personal. (Traducción de Baldomero Porta. Libros del Asteroide).

TODO VA BIEN. Socrates Adams

Socrates Adams nació en 1984 en Bath (Reino Unido), y probablemente tenga un pasado ligado a algún tipo de trabajo horrible en el que la vida se convierte en un laberinto, y tú, en la rata que intenta escapar del mismo sin saber que, como diría Patrick Bateman, no existe una salida. Veamos. La historia es la siguiente. O, más bien, el protagonista de la historia es el siguiente: un tipo, llamado Ian, que cree tener una hija. Su hija, Mildred, en realidad, es una tubería. Él va con ella a todas partes. Le ha comprado incluso un portabebés. Ian es un personaje fascinante. Su jefe también es un personaje fascinante. Lo único que quiere Ian es irse de vacaciones, pero no tiene dinero. Nunca tiene dinero. Lo único que tiene son obligaciones. Tiene que vender una serie de cosas porque Ian es vendedor, y su jefe quiere que venda esa serie de cosas, pero Ian nunca vende nada porque no es un buen vendedor, y su vida es la vida de un hámster, atrapado en una rueda que nunca va a dejar de girar, y en la que no está solo. Recordémoslo. Ian tiene una hija, pero esa hija es una tubería. Una delicia. (Traducción de José Luis Amores. Pálido Fuego).

MICROSIERVOS. Douglas Coupland

Si en vez de una película de Ben Stiller (ajá, Ben Stiller) Reality Bites hubiera sido una novela, habría sido sin duda una novela de Douglas Coupland. El Rey de la Generación X, el inventor, en realidad, del término Generación X (el apelativo fue primero novela de Douglas Coupland y luego apelativo), es también un experto en novelas de oficina, que se estrenó en tan nutritivo arte con Microsiervos (pero no se quedó ahí, pensemos en El ladrón de chicles y en Jpod), la historia de un puñado de geeks hacinados en una oficina de Silicon Valley en una época (los 90, claro) en la que todo era aún posible y en la que estaba naciendo un nuevo tipo de ser humano: el homo informaticus. Los protagonistas de esta imprescindible (y divertidísima) novela de Coupland nunca salen de su despacho, viven para su trabajo, se alimentan con raciones extracalóricas de bits y se comunican por internet. Todo lo que saben del mundo exterior es que no saben nada del mundo exterior. Eso, y que no les gusta. Tienen su propio idioma, y su mundo es tan pequeño como lo son las pantallas de sus ordenadores. El año 1995, Coupland estaba anticipando el futuro sin tener ni la más remota idea. (Traducción de Gabriel López Guix y Carmen Francí Ventosa. Ediciones B).

DESDE LA OFICINA. Robert Walser

Herman Melville, Franz Kafka y el mismísimo Henry Miller no son los únicos clásicos que se han sumergido en el mundo del tecleo sin fin y a menudo sin sentido, Robert Walser firmó un buen puñado de relatos, a ratos, divertidos, a ratos, angustiosamente desesperados, sobre la vida entre despachos y cubículos. Walser trabajó de aprendiz en un banco, y no tardó en descubrir lo irritantemente inhumano del trasiego de carpetas e informes, pero a la vez, se dio cuenta, que nada como un lugar así, un lugar capaz de despojarte de todo lo que eres, o de todo lo querrías ser, para propulsar tu imaginación y tu, por qué no, ambición, hasta límites insospechados. Porque sí, en los relatos de Walser la oficina es un lugar desesperante, pero también es el lugar en el que uno puede permitirse soñar con algo mejor, porque peor, claro, no se puede estar (Traducción de Rosa Pilar Blanco. Siruela).

ENTONCES LLEGAMOS AL FINAL. Joshua Ferris

La protagonista de esta novela no es de carne y hueso. La protagonista de esta novela es una agencia de publicidad de Chicago. Sus empleados son, como los empleados de toda oficina que se preste, una pequeña familia. La clase de familia que no eliges, pero ¿acaso alguien elige a su familia? El caso es que Joshua Ferris reflexiona, en una primera persona del plural, una polifonía de voces unidas por la paranoia de que el Fin del Mundo está cerca, lo que, en lenguaje de oficina se resume en una palabra (DESPIDO), sobre aquello que nos une a aquellos con los que no decidimos compartir nuestra vida pero con los que tenemos que compartirla de todas formas. ¿El motor de la historia? Un bache económico que hva a obligar, efectivamente, a los tipos de arriba, a despedir a alguien. Y, claro, lo que sigue es chismorreo, conspiración, y las inevitables y tan necesarias pausas para el café, el cigarrillo y quién sabe qué más. Porque cuando la oficina es tu mundo, a veces no puedes evitar intentar encontrar a tu alma gemela (o a algo que se le parezca) en él. (Traducción de Jordi Fibla. RBA).

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Sobre la firma

Laura Fernández
Laura Fernández es escritora. Su última novela, 'La señora Potter no es exactamente Santa Claus' (Random House), mereció, entre otros, el Ojo Crítico de Narrativa y el Premio Finestres 2021. Es también periodista y crítica literaria y musical, y una apasionada entrevistadora de escritores y analista de series de televisión.

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