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Pionero en la búsqueda de la raíces comunes, encontró en el folclore un sustrato cultural común

Béla Bartók “acusa” a Viktor Orban

El compositor húngaro trabajó por una Europa que está desfigurando el primer ministro

Béla Bartók se merece una moneda de euro -o de dos euros- acuñada con su efigie. Y no es necesario esperar que las divisa en cuestión sea de curso oficial en Hungría, pues ocurre que la aportación del compositor magiar a la identidad europea trasciende cualquier limitación fronteriza y contradice el sabotaje xenófobo y anticomunitario que representa el primer ministro Orban.

Es verdad que fue Bartók un patriota y que dedicó a Kossuth una de sus primeras obras, pero la experiencia de etnólogo en los Cárpatos o en los Balcanes desdibujó cualquier visión restrictiva del acervo común. Bartók descubrió que la música popular rebasaba la artificialidad de las fronteras. Relativizó el enfoque identitario con que fue degenerando el nacionalismo hasta precipitar la Gran Guerra. Bartok fue un pacifista en tiempos de beligerancia militar y fue un baluarte contra la xenofobia en tiempos de extremismos culturales y étnicos.

Su experiencia con los aldeanos de Hungría o de Rumanía lo reconciliaba con una Europa virgen e ingenua. Una Europa pura que compartía canciones comunes, que se mecía en el Canto largo y que se entretejía con el folclore y la música popular.

Bartók se vale del fonógrafo e Edison para sus grabaciones en los Cárpatos.
Bartók se vale del fonógrafo e Edison para sus grabaciones en los Cárpatos.

Ocupa Bartók una posición hegemónica en la vanguardia del siglo XX, pero conviene reivindicar su faceta de europeísta y de pionero en "la fraternidad de los pueblos". Se antoja ésta expresión un tanto ingenua desde la perspectiva contemporánea, pero Bartók tuvo la valentía de defenderla a contracorriente de la devastadora endogamia europea, cuando el trauma de la Gran Guerra ni siquiera escarmentó la resaca de la II Guerra Mundial, purgando cualquier atisbo de proyecto común en el continente, exponiendo las diferencias desde el delirio de la superioridad.

No podía asistir Bartók al descoyuntamiento de "su" Europa. Se marchó desde Lisboa a bordo del Excalibur hacia EEUU. Allí murió más o menos desahuciado. Murió desarraigado, aunque el regreso de sus restos en 1988 a Budapest supuso una manera de "replantarlo" en Europa y de visitarlo como garante de una cultura común.

Su trabajo de investigación y de musicología -y de antropología experimental...- forma parte de las mayores empresas culturales que se concibieron en el siglo XX. Bartók impresionaba a los aldeanos con sus artilugios. Y "seducía" a las matronas para que le confiaran los ecos de las civilizaciones remotas. "Árbol de canciones", las llamaba.

Tuvo su recompensa. Y no sólo por haber reconstruido un tesoro musical cuya supervivencia dependía de la tradición oral. También porque los hallazgos rítmicos, cromáticos y estructurales -la escala pentatónica, la politonalidad, la fascinación de la música religiosa- representaron una camino fabuloso para extrapolar la música popular a la "culta" sin las tergiversaciones comerciales ni oportunistas. Bartók llegó a la esencia y concibió una música esencial. Por eso nos resulta abrumadora no ya la contemporaneidad sino la atemporalidad del canto de la tierra.

Y por eso resulta estomagante que un compatriota de Bartók, Viktor Orban, aspire a descoyuntar “la fraternidad de los pueblos”, levantando muros y alambradas en nombre de una superioridad étnica o cultural que lo convierten en feroz condotiero.

Viktor Orban ha ganado las elecciones húngaras. Muy lejos del plebiscito de su admirado Putin, pero el 49% de sufragios que ha obtenido el domingo consolida su papel de patriarca magiar y refuerza su desafío a la Unión Europea. Que no es solo suyo, sino de Eslovaquia, Chequia y Polonia, implicados todos ellos en el sabotaje del proyecto comunitario. Porque representan la antigua amenaza del nacionalismo. Porque abjuran de la cesión de soberanía. Porque discrepan de la política migratoria común. Y porque han corrompido la separación de poderes, la libertad de prensa, predisponiendo una democracia más o menos fingida.

Orban no es digno de la Hungría que compuso Bartók.

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