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Mi vida con Pelléas

El barítono francés Le Roux narra su relación con la ópera de Debussy, la única que le resulta esencial junto con las de Mozart

Partitura de 'Pelléas et Mélisande' (1902).
Partitura de 'Pelléas et Mélisande' (1902).GETTY

Pelléas et Mélisande, de Debussy, es la obra lírica que me ha acompañado durante toda mi carrera. Al principio canté el papel de Pelléas durante 10 años (de 1985 a 1995), y después, el de Golaud (de 1997 a 2012). Me es una obra muy querida y, junto con las óperas de Mozart, creo, la única que me resulta esencial (una especie de casa de la que tengo la llave).

Sin embargo, cuando Simone Féjard (1911-2012), la gran coach francesa, me sugirió prepararla, creo que en 1980, tuve miedo. De entrada, porque era la primera ópera que había visto (en 1969, en la Opéra-Comique de París, ¡con los decorados del estreno!), a los 14 años, y porque entonces me había parecido mal teatro (yo era un aficionado al teatro dramático). Luego porque, siendo barítono, sabía de oídas que Pelléas es un papel de una tesitura extrema (va del do grave al la agudo). Pero Simone me propuso trabajarlo con ella y, durante dos años y medio, recorrimos la obra en todas sus dimensiones. Ningún intérprete digno de este nombre ha podido memorizar esta obra con la misma facilidad que cualquier otra del repertorio. Y es que la interpenetración del pensamiento, de las palabras y de la música es total y única (dentro del repertorio francés, en todo caso). De ahí esta duración inhabitual de su aprendizaje

La “psicología” de los personajes, relacionada con la experiencia vivida de cada uno de ellos, tal como la enseña generalmente la técnica teatral o cinematográfica, no puede ser una clave. ¿Por qué? Porque el teatro de Maeterlinck, por más que parezca estar relacionado con el teatro burgués, y aun con la comedia ligera (aparecen en escena el marido, la mujer, el amante, la familia…), supone en realidad una desviación, que no consiste ni en una tragedia propiamente dicha ni en un melodrama; busca superar las apariencias, ahondando en lo no dicho, la mentira, el misterio. Debussy, el más literario de los músicos franceses, comprendió esto tan bien que inventó un modo de expresión y una lengua musical que se corresponden con este teatro y con lo que él pensaba que podía hacer la música (como él mismo dijo, “ir allí donde las palabras son incapaces de expresar”). El drama de Maeterlinck es, sin duda, el soporte que buscaba, situando al hombre (y a la mujer) en el centro de un enigma múltiple.

Es necesario que el intérprete cantante sea a la vez más “instrumental” (o menos solista, en el sentido histriónico del término) y más permeable a la materia misma de la obra, esa liquidez de la que tanto se ha hablado. Puede decirse que la orquesta desempeña el papel tan maeterlinckiano del destino, del fatum, o de otro deus ex machina invisible, contra el que cada personaje actúa o reacciona, o, como a veces se dice, “es actuado”. Para el cantante, esto implica poder deslizarse dentro de la orquesta, o emerger de ella, o elevarse desde ella, alternativamente. Ello da lugar a una utilización de los colores, del fraseo, que no es nunca independiente del resto de los elementos de la obra. Se trata, por tanto, de conocer no solamente tu parte, sino toda la partitura, incluida la orquesta. Porque las réplicas cantadas no se responden siempre directamente y los “monólogos” cantados son, de hecho, superficies visibles (audibles) que reposan sobre abismos musicales. El cantante debe ser instrumental, esto es, el color vocal debe aplicarse a frases muy largas, sin que el acento surja de una sílaba aislada. El cantante debe verificar de oído que su voz se mantiene igual, y con el mismo color, a lo largo de toda una frase que a menudo no está constituida por una sola réplica o incluso por diversas réplicas sucesivas o separadas unas de otras, sino que “fluye” de un personaje a otro, o de la orquesta al canto.

El resultado es que, una vez que te has “apropiado” de la obra, ya no es posible dar marcha atrás. Es una adicción, e incluso hoy día no puedo ir a ver una representación de Pelléas et Mélisande en un estado de total relajación: tanto es lo que me ha impregnado. Afortunadamente, puedo enseñarla y se trata de una dicha renovada, donde vuelve a surgir la “intoxicación”, y puede ser comunicada. Haber vivido realmente Pelléas et Mélisande supone plantear preguntas sin cesar y no encontrar nunca una sola respuesta, sino pistas infinitas de exploración musical, sensorial y poética. ¡Una obra única, verdaderamente!

François Le Roux es un barítono francés, intérprete del papel de Pelléas en la clásica grabación de ‘Pelléas et Mélisande’ dirigida por Claudio Abbado (Deutsche Grammophon).

Traducción de Luis Gago.

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