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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Rolling Stones: hora de echar el cierre

De manera impecable, Charlie Watts sugiere que es hora de finiquitar la carrera de la banda

Los Rolling Stones en una imagen promocional.
Los Rolling Stones en una imagen promocional.
Diego A. Manrique

Es raro que el baterista de los Rolling Stones conceda entrevistas. Lo hace cuando se lo ordena el capo del grupo y no siempre se consigue el resultado deseado. Charlie Watts apenas oculta su desinterés por la música del grupo, algo muy evidente cuando la conversación deriva hacia el be-bop y otras amadas variedades del jazz.

A finales de febrero, obligado a publicitar la nueva gira europea, Watts habló con la prensa británica. Básicamente, saboteó su misión. No, nada sabe del montaje escénico. Sí, tienen nuevas canciones pero no se atrevería a describirlas (“podría decir que parecen grabaciones de Stax Records y luego, cuando salen, suenan como discos de Motown”). No, imposible afirmar si esta es la última gira.

Charlie Watts.
Charlie Watts.

Hablando con The Guardian, soltó un par de bombas. Primero, que no entendía tanto alabanza a David Bowie (“era un tipo encantador y compuso un par de buenas canciones pero yo no le llamaría un genio musical”). Luego, con típico understatement británico, afirmó: “no me importaría si los Rolling Stones dijeran que ya basta”. Con 76 años, sugiere, ansía la jubilación. Pero la decisión, reconoce, corresponde a Mick Jagger y Keith Richards (ni se menciona el nombre de Ronnie Wood, a pesar de que el guitarrista toque con ellos desde 1975).

Los Stones integran una organización muy jerarquizada. Y tremendamente opaca. Desde 1970, cuando rompieron con el neoyorquino Allen Klein, el mánager del grupo ha sido…Mick Jagger. Nunca se reconoció: en tiempos contraculturales, eso habría dado mala imagen; posteriormente, habría atentado contra el perfil hedonista del cantante.

Pero sí, Jagger negociaba porcentajes y adelantos con las disqueras que aspiraban a editar sus lanzamientos. También se ocupaba de las tácticas para evitar el tramo alto de los brutales impuestos británicos, mediante exilios fiscales y empresas constituidas en Holanda u otros países de legislación benévola. Como todos los grupos históricos, tras ser desplumados ignominiosamente en los años 60, los Stones se volvieron implacables con el dinero.

Con astucia, Jagger repartió las responsabilidades de la gestión entre Marshall Chess (responsable de Rolling Stones Records), el príncipe Rupert Loewenstein (finanzas) y Billy Graham (grandes giras). Pero todo bajo su atenta supervisión: si descubría que Graham se embolsaba los ingresos por unos centenares de entradas para los estadios, se le despedía discretamente y se pactaba con un promotor canadiense, Michael Cohl, que garantizaba impresionantes cantidades millonarias (tardaron en enterarse de que también descontaba un impuesto federal que –sorpresa, sorpresa- terminaba en su hucha particular).

Sin sentimentalismos. Aunque se trate de creaciones colectivas, fruto de narcóticas jam sessions, las canciones de los Stones aparecen firmadas por Jagger-Richards. Las excepciones se cuentan con los dedos de las manos: solo la persistencia de Keith Richards logró que se reconociera que Marianne Faithfull, antigua novia de Jagger, era coautora de “Sister morphine”.

Atención: no pretendo establecer un pliego de cargos contra Jagger, que quizás se porte con mayor decencia que el 90 % de los mánagers del rock. Lo que intento sugerir es su anomalía como banda y como empresa. Jagger y Richards han reiterado que serían inconcebibles unos Stones sin el ritmo sólido de Charlie Watts. Pero esta es una banda que ha sobrevivido al despido de su líder fundador (Brian Jones) y que prescindió de su pianista original (Ian Stewart) por razones estéticas. No resulta imposible imaginar a unos Stones octogenarios tocando con un discípulo de Charlie Watts. Que cobraría un sueldo, nada de porcentajes.

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