El ojo que todo lo oye
José Iges, uno de los nombres propios del arte sonoro en España, presenta sus nuevos trabajos versionando algunas de sus mejores obras
No son frecuentes las exposiciones de artistas sonoros, así que ese es el primer motivo para ir a ver la de un referente en España: José Iges (Madrid, 1951). El segundo motivo riza el rizo y pasa por celebrar su primera individual hasta la fecha. Sí, sorprende pensar que un creador con una de las carreras más coherentes y sólidas no haya expuesto nunca en solitario. La mano se la ha tendido la galería Freijo, rara avis entre el panel galerístico en Madrid, que hace unos meses acogía también el trabajo de Los Torreznos, en un intento de rescatar del olvido a esos artistas pegados a lo multidisciplinar que escapan del consumo rápido de vista y mercado. José Iges lleva años utilizando el paisaje sonoro como sustrato de sus instalaciones y performances. Muchas de ellas las ha hecho junto a Concha Jerez en un diálogo incansable con el que se escribe un capítulo importante del arte contemporáneo español. También ha escapado de él mirando los mundos colaterales de lo acústico en su labor como compositor, productor radiofónico, ensayista y comisario de exposiciones. La más reciente, en la Fundación Juan March, repasaba los últimos 50 años de arte sonoro en España, desde los Encuentros de Pamplona de 1972 a La mosca tras la oreja, de Llorenç Barber, de 2010, sorteando un coleccionismo institucional y privado más que escaso.
También aquí ha sido un reto para José Iges exponer el Sonido visible de sus partituras, composiciones y dedicatorias en una muestra llena de flashforwards. Uno de ellos nos lleva a 2001, cuando compuso Dylan in Between, una obra estereofónica que llegó como invitación de la revista Erratum Musical y de Joachim Montessuis, un artista algo desconocido aquí pero que hace unos años celebraba el Palais de Tokyo por su mirada al ruido y sus códigos poéticos. En esos primeros dos mil , Iges registró el ruido recogido por la aguja del tocadiscos en las áreas situadas entre canciones de distintos LP de Bob Dylan, junto a fragmentos residuales de algunas de sus canciones. En 2017 lo que ha hecho es trasladar la obra de 2001 a dos objetos. Uno recoge la representación gráfica de su forma de onda, tal como se vería en un editor digital de audio. El otro es un disco de vinilo traslúcido, fabricado con ese audio. Sus surcos, que se ven a simple vista, son de otro tipo de huellas, sobre las que se podrán acumular otras nuevas, dependiendo de la cara del single que uno escuche.
Las posibilidades y las referencias se disparan cuando el artista pasa de lo puramente musical a los recovecos que abarca el arte sonoro, por donde invita a recorrer algunos de sus trabajos de los noventa, dignos de una buena colección documental. Entre ellos, uno de 1982, Gestos: una obra abierta de duración variable pensada para un grupo indeterminado de intérpretes y cercana a una partitura gráfica. O Cristal II (1990), partitura que emplea la transformación electrónica en vivo para un resultado de tintes elegiacos. E incluso La isla de las mujeres (1996), donde el montaje sonoro crea un espacio teatral virtual para las evoluciones de quien le puso voz, Esperanza Abad.
En los nuevos trabajos, Iges versiona alguna de sus obras sonoras de un minuto, conocidas como Dedicatorias, desde lo performático aunque tiempo atrás él las llamaba present-acciones (conferencias-audiciones- performances). Son una excusa, porque parte de su contenido ni siquiera se inspira en ellas y dispara hacia otros lugares, esos que aparecen en la disyuntiva de escuchar el silencio o escuchar a los otros. Y he aquí el tercer motivo para redescubrir a este artista. Sobre todo, por el pensamiento que sus obras proyectan. Por ejemplo, invitan a ver cómo nuestra sociedad es cada vez más visual, por lo que nuestra escucha es cada vez más estética. También, cómo la tecnología es tan intercambiable como el tiempo o cómo el acopio de sonidos ensordece hoy la mirada llana y simple en una especie de espejismos acústicos. Todo suena a todo y nada es casual.
En el libro Conferencias sobre arte sonoro, editado por Árdora hace año y medio (una joya si quieren tirar de este hilo musical), José Iges se detiene en un epílogo con forma de puerta. Dice desde el quicio que toda puerta sirve para impedir o permitir el paso, pero también la mirada hacia lo que está tras ella. El sonido la traspasa, con lo que nuestra curiosidad hacia lo que ocurre al otro lado queda satisfecha. Es la experiencia de lo acústico, lo que se oye pero no puede verse. Abran esa puerta.
‘José Iges. Sonido visible’. Galería Freijo. Madrid. Hasta el 3 de marzo.
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