El toro de lidia moderno es un atleta abrumado por el estrés y la obesidad
Dos expertos veterinarios reflexionan sobre el misterio de la selección y sus consecuencias
“El toro de lidia es un atleta agobiado por el estrés y fatigado por la obesidad. Está acostumbrado a vivir en libertad y todas las faenas que se le realizan hasta su salida al ruedo le afectan mentalmente. Sufre una excitación profunda desde que sale de su entorno natural. Y está superalimentado porque se le exigen muchos kilos en la plaza. Casi todos sufren de sobrepeso, y ese es el origen de muchos problemas”.
Los que así opinan son dos veterinarios del toro bravo: Juan Miguel Mejías (Las Navas de la Concepción, Sevilla, 1948), una reconocida autoridad que desde hace 42 años dedica media vida a la clínica, la cirugía y la reproducción en el quirófano abierto de la dehesa brava, y Francisco Herrera (Sevilla, 1963), veterinario de la plaza de la Maestranza desde hace 25 años.
Ambos se sienten rendidos ante la presencia de “un animal emblemático de nuestra cultura, y probablemente el más cuidado y mimado que existe en el mundo”, según el primero, y ante “el sol del universo animal, el más brillante y el de más solidez”, en opinión de Herrera.
“Es un animal prehistórico que vive gracias a la lidia”, recalca Mejías; “muy armónico, de una belleza extraordinaria y condiciones físicas excepcionales, que se mantiene desde el bos taurus primigenio, porque lo único que se ha modificado ha sido su comportamiento, pero no su constitución”.
“Para mí, es una mezcla de bravura y nobleza, cualidades que se complementan para que sea posible un espectáculo fabuloso en el ruedo”, añade Herrera.
Pero los dos expertos hacen hincapié en el intrincable misterio del toro bravo, de cómo su éxito o fracaso en el ruedo dependen de mil variables, entre las que destacan los gustos del público, las exigencias de los toreros y la quimera del ganadero.
"El toro es el sol del mundo animal, el más cuidado y mimado de la naturaleza"
“El toro es, sin ninguna duda, una joya de nuestro patrimonio genético, pero también es consecuencia de los cambios que se han marcado en el laboratorio de la selección”, afirma Mejías. “Todos los animales, de un modo u otro, son producto de la manipulación del hombre para aumentar, por ejemplo, la producción de carne o de leche, pero en el toro se buscan cualidades para definir un carácter que se acomode en cada momento al espectáculo”.
Ambos están de acuerdo en que el toreo artístico de hoy obliga a profundos cambios en el comportamiento del animal; el toro se debe someter a un durísimo examen en la plaza: que sea bravo y noble, encastado y fuerte, que repita en la embestida, que dure tres tercios, que empuje en el caballo, que humille y tenga recorrido en veinte tandas de muletazos, que mantenga la boca cerrada, y que no muja ni escarbe ni recule a las tablas.
Esa es la selección, sobre la que los dos expertos veterinarios no tienen duda a la hora de esbozar una definición: es el gran misterio de la tauromaquia.
“Es muy fácil, relativamente”, asegura Mejías, “que una vaca produzca 40 litros de leche, porque es un objetivo mensurable, pero lo que no se puede medir es la bravura, la casta o la nobleza; con los toros pasa como con las personas: del mismo padre y madre nacen hijos ejemplares y algún que otro marrajo”.
“La selección es un milagro de la naturaleza”, en opinión de Francisco Herrera. “Lo que consiguen los buenos ganaderos”, continúa, “es que un animal primitivo sea un atleta con capacidad para afrontar el duro examen de la lidia actual”.
“Es verdad ese dicho de que todos los animales se parecen a su amo”, tercia Juan Miguel Mejías.
- ¿Pero quién manda en la selección: el ganadero, el torero, el público…?
- “Todos”, responde el veterinario de Las Navas; “el ganadero selecciona según los gustos de las figuras y del público; y hoy se pretende que el toro dure, repita y humille. Así es el toreo moderno, y no hay que olvidar que antes se lidiaba y hoy se torea”.
“Llamo la atención de que hablamos de ‘público’ y no de aficionados”, interviene Herrera. “Y son dos concepciones muy distintas de la fiesta; hoy se aplaude todo y se ha rebajado la exigencia. Todo ha cambiado mucho. Incluso parece que duele más una cornada a un caballo de picar que a un torero; con eso está dicho todo”.
“El toro no está creado para comer piensos compuestos que lo engorden”
“Creo que se le está quitando más picante de la cuenta al toro, y este animal debe transmitir sensación de peligro”, aclara Mejías. “Existen unos límites muy finos entre bravura y nobleza, y, si esta es excesiva, el toro se para, y, por el contrario, la bravura puede derivar en genio agresivo”, afirma Herrera.
- Hay quien mantiene que el toro es un bovino que tiene tendencia a huir ante el peligro.
- “No estoy de acuerdo”, responde Mejías. “Los rumiantes comen con rapidez para esconderse de sus depredadores, pero no es el caso del toro. Este animal pelea y se vuelve hacia el picador en el tentadero a campo abierto. Es valiente y se defiende atacando; pero, como ocurre con el ser humano, también hay toros cobardes y mansos que huyen ante el acoso”.
Juan Miguel Mejías y Francisco Herrera vuelven una y otra vez sobre un asunto capital en la tauromaquia moderna: el peso. Y los dos insisten, además, en la importancia del estrés en el comportamiento del toro en la plaza.
“El toro está muy bien alimentado; yo diría que está superalimentado”, afirma Mejías.
“El animal come de lo que crece en el campo hasta que cumple los dos años”, continua; “y a partir de entonces se le alimenta fuerte porque se le exigen muchos kilos en la plaza”.
Los piensos compuestos son un concentrado de cereales y leguminosas, con un adecuado porcentaje de proteínas e hidratos de carbono, en opinión de los dos veterinarios, aunque estiman que todos los toros están por encima -50 o 60 kilos- de su peso ideal, “lo que supone una fuente de problemas”.
“El toro no está creado para comer piensos compuestos”, opina Mejías, “sino de lo que produce el campo, y si el ganadero mueve mucho a los toros, no engordan, y, si no ganan kilos, no son aprobados por los equipos presidenciales de las plazas; es decir, un círculo vicioso”.
La experiencia de Francisco Herrera como veterinario de la plaza de Sevilla es muy esclarecedora.
“A veces, vemos en el campo los toros anunciados para la Feria de Abril y comprobamos que les falta ’remate’ (kilos), y la solución es que coman y no corran durante un tiempo, porque el público quiere ver toros lustrosos con más de 500 kilos”.
“Pero hay un problema”, según Mejías. “En primer lugar, -aclara-, el toro bravo es un animal hipométrico (pequeño) dentro de su especie, y, después, el toro debe tener el peso que su condición de atleta requiere; si lo mueves durante un año y lo paras veinte días antes de su lidia, el toro sale al ruedo con agujetas”.
Y el estrés.
“Un toro se pasa cuatro años libre en la dehesa, y, de pronto, se ve fuera de su ambiente, en lugares extraños, el cajón, el viaje en camión, los corrales… y esos cambios le afectan mucho”, en opinión de Mejías. “Ves a los toros el día del embarque y no parecen los mismos en la plaza. Si no comen ni beben durante un día puede llegar a perder 60 kilos, si se tiene en cuenta que pueden beber 50 litros de agua, y comer unos 8 kilos de pienso y 6 o 7 kilos de hierba”.
- ¿Y ustedes suelen comer carne de toro?
- “Sí. Y sabe igual que la de otro bóvido si se ha sacrificado en el matadero; si el animal ha muerto en la plaza requiere de una maduración distinta, tiene menos grasa y es más dura, pero su sabor es excelente”.
- ¿Y creen, cono se dice, que el rabo de toro que se consume es, en su mayoría, rabo de canguro?
- “Me río”, comenta Mejías, “porque tanto rabo de toro no hay”.
- “No me lo creo”, termina Herrera, “porque sería un fraude impropio del prestigio reconocido de la sanidad alimentaria española”.
- Por cierto, ¿qué se perdería si desapareciera la fiesta?
- “Desaparecía el toro, porque como producción ganadera es totalmente antieconómico”.
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