Todos somos de los Kinks
'Atardecer en Waterloo' es la biografía definitiva en castellano de la irrepetible banda británica
Hay una canción de los Kinks para cada momento de la vida, porque las canciones de los Kinks describen nuestras vidas de una forma que muy pocos artistas han conseguido hacer: con sencillez, con cercanía y con honestidad. Ray Davies no solo es ese gran cronista social del Imperio Británico decadente o ese genial compositor visionario e innovador: estamos hablando, sin lugar a dudas, del mejor retratista de las pasiones y frustraciones de ese hombre corriente que todos llevamos dentro. Esa persona que se levanta temprano todas las mañanas para coger el mismo tren de A well respected man. Ese tipo que, aunque lo haya perdido todo, se aferra a la indolencia de los últimos rayos del sol en Sunny afternoon. O ese joven primerizo que cree enamorarse una noche vaporosa de la mujer de sus sueños y descubre que es un travesti llamado Lola.
Los Kinks siempre navegaron a contracorriente, quizá por eso nunca reinaron en el disputado olimpo de la British Invasion. Cuando triunfaban las melodías edulcoradas del merseybeat, los Kinks se inventaron el sonido rompedor, rabioso y sexual de You really got me o All day and all of the night; cuando todo el mundo pop se miraba ensimismado en el Swinging London y se pavoneaba como una mariposa por las boutiques de Carnaby Street (Dedicated follower of fashion), los Kinks alertaban de que aún había mucha gente que pasaba hambre y moría en los callejones sin salida de Dead end street. Si el mundo del rock giraba en torno a la psicodelia y los viajes astrales, ellos se recluían en la campiña inglesa, en ese parque rural imaginario donde surgían las fascinantes historias de The Village green preservation society.
Los Kinks no eran como los demás (I’m not like everybody else podría ser su mejor seña de identidad) porque no querían ser como los demás. Y así les fue. Muchos de sus discos —ahora venerados— fueron estrepitosos fracasos comerciales: la crítica no siempre entendió sus giros estilísticos y el gran público los ha visto, en general, como un grupo de los 60 a pesar de que su carrera abarca más de tres décadas. Es cierto que su maravillosa producción en los 60 tiende a eclipsar el resto de su discografía. Pero los cambiantes y vodevilescos Kinks de los 70 están llenos de matices y sonoridades exquisitas, y los Kinks de los 80 son capaces de llenar estadios intergeneracionales al mismo tiempo que ofrecen himnos imperecederos como Come dancing o Living on a thin line. Hasta en los últimos discos de los Kinks hay perlas interesantes que rescatar. Un ejemplo, Scattered, de las pocas canciones del grupo que hablan de la muerte, con un toque filosófico y esperanzador.
Lo dijo el mismísimo Dylan: “Ray Davies es un genio, nunca me preguntan por él y siempre he sido fan suyo desde sus inicios”. Que un premio Nobel de Literatura admita algo así muestra la trascendencia y relevancia de la música de los Kinks.
Es cierto que los Kinks son el grupo inglés por antonomasia, que inmortalizaron a los personajes y situaciones de su barrio, Muswell Hill, ese norte de Londres bucólico y proletario a la vez. Pero sus historias trascienden fronteras, épocas y generaciones. Se puede no haber pisado nunca Londres y emocionarse con su música (aunque si se visita la capital británica se alcanza un nivel de kinkología superior). Porque todos somos Terry y Julie, esos personajes de Waterloo Sunset que quedan todos los viernes por la tarde en la estación de Waterloo, cruzan el viejo río sucio para contemplar la puesta del sol y sentirse como en el paraíso. Ray Davies lo ve todo desde su ventana y hace poesía con apenas unos retazos como un pintor impresionista. La belleza de lo cotidiano.
Descubrí a los Kinks con 13 años, en ese momento vital donde la música te marca de por vida. Y por supuesto mi vida cambió para siempre. Desde entonces vivo en una permanente fantasía de rock and roll. Mi compañero Iñaki García y yo hemos dedicado casi tres años de nuestra vida a escribir Atardecer en Waterloo (Sílex, 2017) la que esperamos sea la biografía definitiva de los Kinks en castellano: 783 páginas dedicadas a reivindicar su legado y llenar un vacío bibliográfico que no les hacía justicia. El libro está teniendo un alcance que jamás habíamos imaginado. Ray nos da la razón. Como cantaba en Celluloid heroes: todos somos soñadores y todos somos estrellas. A lo que yo añado: todos somos de los Kinks.
Manuel Recio es autor junto a Iñaki García de la biografía de los Kinks, Atardecer en Waterloo.
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