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El corazón es un fruto agridulce

Denise Despeyroux sirve 'Un tercer lugar', un carrusel de amores y desamores, maravillosamente escrito, dirigido e interpretado por un sexteto afinadísimo

Marcos Ordóñez
Un momento de la representación de 'Un tercer lugar', de Denise Despeyroux en el Teatro Español.
Un momento de la representación de 'Un tercer lugar', de Denise Despeyroux en el Teatro Español. Sergio Parra

Nueva y gozosa visita al planeta de Despeyroux. ¡Qué digo planeta! Últimamente, Madame Denise se mueve por constelaciones. El año pasado nos hizo conocer Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales (que era una constelación familiar) en la sala de la Princesa del María Guerrero, y ahora hay que entrar en otra caja mágica, la sala Xirgu del Español. Eduardo Moreno multiplica los espacios y Pau Fullana las luces y los claroscuros. El viaje nos lleva a Un tercer lugar, título que alude a una idea de Handke: el extraño territorio, “lo más lejano posible a cualquier tipo de patria o confortabilidad doméstica”, que recorren algunas parejas antes de encontrar la felicidad (o todo lo contrario). Denise Despeyroux despliega, pues, un carrusel de amores y desamores, donde el amor es la fusión y el desamor es dejar de ser percibido. Una función maravillosamente escrita, dirigida e interpretada. Un texto brillante, original, profundo, inesperado paso a paso. Te ríes, pero va creciendo la tristeza. Quince escenas, quince juegos peligrosos. Retengo los formidables títulos de algunos episodios: ‘Un perro lleno de dolor o de tristeza se vuelve pendenciero’, ‘Jamás un rayo de sol iluminó de esa forma la estantería de literatura asiática’.

Un elenco actoral que suena como un sexteto afinadísimo. Como no quiero destripar demasiado sus historias cruzadas, trataré de cercar sonoridades y ecos posibles en personajes e intérpretes. El material (por enfoque, por perfume) me resultó muy francés. Quizás era mi día, porque me levanté escuchando a Trenet, y por la noche Despeyroux me hizo pensar en un cóctel de Boris Vian y Raymond Queneau (que sí). Cordelia (Vanessa Rasero), que sería una cítara o un salterio, es amada por Samuel (Giovanni Bosso) y por Tristán (Jesús Noguero). Samuel quiere ser la encarnación del amor cortés y su instrumento sería una zanfona. Ese hombre que lleva años diseñando una maqueta con la casa de sus sueños puede llegarnos al alma y también atemorizarnos. Me hizo pensar en un personaje de Bresson interpretado como un cruce de Ernesto Alterio y de Borja Cobeaga (pero a su manera, claro). Jesús Noguero aparece tocando un acordeón, aunque su voz suena como un oboe, y lo que realmente le va a Tristán es un bandoneón electrizado en una noche de mucha garúa.

A mi entender, los personajes centrales, porque su historia es la más intensa y conmovedora, son Tristán y Matilde (Lorena López). Matilde es una criatura preciosa, rebosante de luz y de amor; una sensibilidad extrema que suena como una viola de amor. Pongamos que me recordaron a Oliveira y La Maga, que eran muy porteños y también muy parisienses. Como en manos de Despeyroux todo se vuelve psicogeografía, no es raro que en las de Matilde el barrio de Usera se convierta en un lugar tan misterioso como el Parque Chas de Buenos Aires. Para Matilde, Usera (y la tierra entera) es una rayuela llena de mensajes, códigos cifrados, juegos y más juegos. Juegos arriesgados, porque no acaba de ser buen sistema que en los restaurantes y en la vida pida el plato que menos le apetezca para que, por azar contrario, le sirvan el que realmente desea. Digamos, buscando redondear el perfil, que Matilde podría ser un personaje de Rivette y Tristán una criatura godardiana. Noguero nos va mostrando a cada encuentro (y no es tarea fácil) su verdadera naturaleza, y Lorena López, que es pura ligereza y dulzura, vuela y vuela, y acaba cortando el aliento en su aria, el bellísimo y terrible monólogo final, que está entre las joyas de Despeyroux.

Esta obra nos lleva de viaje a ese extraño territorio que recorren algunas parejas antes de encontrar la felicidad (o todo lo contrario)

Otro gran personaje femenino es Carlota (Sara Torres), abogada cultísima, manipuladora y generosa, dama inaprensible, con grandes frases que escancia a lo Conchita Montes: “Nunca interrogue a una mujer conmovida”. Quiere educar y guiar por los senderos de la filosofía (Hume, Berkeley, Wittgenstein) a Ismael (Pietro Olivera), un ingenuo delicioso, y descubre que lo que necesita, desde pequeño, es una hermana espiritual. Singular episodio, que podría transcurrir en un salón dieciochesco, empapado en esencia enciclopedista. Carlota sería una viola da gamba e Ismael un ukelele. Yo hubiera querido que tuvieran más espacio los personajes de Samuel y Cordelia. Pienso que el trabajo de amor de la maqueta quizás acabe floreciendo en el corazón de Cordelia (como tal vez florezca la carta final), pero me hubiera gustado conocerlos un poco más. Es como cuando lees una novela y quisieras que todos tuvieran un libro para cada uno, a la manera de Durrell en El cuarteto de Alejandría. O que se expandieran en una miniserie. Aplaudí puesto en pie Un tercer lugar, y también les recomiendo Tebas Land, de Sergio Blanco, que Natalia Menéndez ha dirigido en El Pavón Teatro Kamikaze. Una pieza pasoliniana, con un impecable y rotundo Israel Elejalde, secundado con coraje por Pablo Espinosa, que ahí es nada tomar la alternativa toreando a su lado. La semana que viene me explayo.

Un tercer lugar, escrita y dirigida por Denise Despeyroux. Teatro Español (Madrid). Intérpretes: Jesús Noguero, Lorena López, Sara Torres, Pietro Olivera, Vanessa Rasero y Giovanni Bosso. Hasta el 17 de diciembre.

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