La fusión de paganismo y cristianismo explica el éxito de Halloween
La fiesta, ahora infantil, nació en Irlanda y se popularizó a través de Estados Unidos
Halloween, por supuesto. Antaño, cuando dominaba el negro en este perro mundo, el pueblo llano no desperdiciaba la ocasión para escapar o reírse de su mala suerte, en primer lugar, de la machacona amenaza de caer en el más hondo de los infiernos si no se hacía caso a la superioridad, eclesiástica por supuesto. Así sobrevivieron los carnavales pese a las execraciones papales, y por los mismos motivos fue abriendo senda otra fiesta, consolidada ya en España, con una rara característica solo mundana: la de divertir a la muchachada, incluso a los más niños, mediante el feísmo y el horror, en unos días en los que, quien más quien menos, tiene la tristeza de recordar a seres queridos que se han ido. Para entrar en el luto sin congoja, la noche antes de acudir al cementerio se cosechaban calabazas de cáscara dura, sazonadas ya para soportar los fríos otoñales.
Noche de las Brujas. Noche de los Muertos. En realidad, Hall Hallows Eve no significa otra cosa que la Víspera de Todos los Santos, una fiesta civil de las de guardar, de misa obligada si se es católico. Es frecuente escuchar que Halloween es una mala costumbre importada de Estados Unidos, contra la que abundan condenas episcopales. Cada año son menos solemnes o se dicen con menos convencimiento. Es más, empiezan a oírse sermones intentando argumentar que, en realidad, se trata de una fiesta cristiana. Es como si se quisiera inmatricular (hacer propia) una jornada que triunfa en gran parte del mundo.
Hay varias teorías sobre el origen de Halloween. Algunas acaban de nacer de la mano de sesudos teólogos, escrituras sagradas en ristre, de manera que lo escrito ahora puede no valer para el año que viene. Apuntemos la versión tradicional, que nada tiene que ver con la literatura o el cine de terror, sino con algo tan humano como la celebración del fin del verano, para los agricultores una estación de partirse el espinazo a trabajar (entre los romanos, la fiesta de la cosecha), pero también con el inicio de la estación oscura.
Irlandeses y britanos, celtas insulares, tenían una festividad similar conocida como Calan Gaeaf (primer día del invierno) en la que, como ahora, usaban trajes y máscaras, convencidos de que de esa manera espantaban de verdad a los espíritus malignos tomando la apariencia de, precisamente, otro espíritu maligno. Como se ve, ninguna broma, ningunas risas (salvo al final de la noche de vísperas, en la que se bebía a placer y se acababa celebrando macabros banquetes sobre tumbas de antepasados).
¿Cómo una tradición pagana devino en fiesta cristiana? Se hizo respetando las fechas para no molestar, pero integrando los fastos principales en una festividad romana, que el papa Gregorio III (731-741) bautizó (es un decir) como Día de Todos los Santos. Hasta entonces se celebraba a los muertos el 13 de mayo; nada impedía al Pontífice romano trasladar el duelo al 1 de noviembre.
Todo era entonces sepulcral y macabro, y de ello escribió José Zorrilla antes de elevar a categoría popular el don Juan burlador del fraile Tirso de Molina. La vertiente festiva e irreverente no cuajó masivamente hasta 1921, que fue un año necesitado de olvidos después de una guerra espantosa, y ocurrió, sí, en Estados Unidos, desde donde pasa a Canadá y, poco a poco, al resto del mundo. Fueron los inmigrantes irlandeses quienes transmitieron versiones de una tradición que se hizo necesaria durante la Gran hambruna en su país. Fueron ellos quienes difundieron la costumbre de tallar las calabazas gigantes huecas con una vela dentro (jack-o’-lantern: linterna de Jack), inspirada en la leyenda de ‘Jack el Tacaño’. El resto, hasta su internacionalización entre 1979 a 1980, lo hizo la televisión y el cine, sobre todo con el estreno en 1978 de Halloween, de John Carpenter, una película de culto ambientada, cómo no, en la víspera de Todos los Santos y referencia todavía para el cine de terror de serie B, con incontables secuelas. La publicidad comercial con niños disfrazados de duendes, fantasmas y demonios, pidiendo dulces por las casas (truco o trato, trick or treat, susto o golosina) ha hecho el resto.
Pero, ¿por qué las brujas en una fiesta cristiana? Es la vertiente pagana del simpático jolgorio infantil. Ahí sí que queda rastro del origen irlandés de la fiesta. Está documentado que el obispo san Patricio, evangelizador de Irlanda, entre las muchas dificultades de su misión, no fue pequeña la de luchar contra el dominio de brujos, hechiceros y todo tipo de fantasmas sobre los nativos. Como tantas otras tradiciones cristianas y muchas de sus fiestas, el famoso obispo se rindió a la evidencia. Le atribuye la tradición la hazaña de haber librado la isla de serpientes. No pudo con las brujas. No es disparatado concluir que, como en tantas otras ocasiones en su Iglesia, el gran prelado aceptó de buena gana integrar paganismo y cristianismo.
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