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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El tiempo de los “crate diggers”

Los discos más oscuros ahora son accesibles, gracias a coleccionistas con afán proselitista

Diego A. Manrique

Entre las abundantes consecuencias del encogimiento del mercado discográfico, una de las más lamentables es el olvido de sus funciones culturales. Me refiero a que la industria actual se desentiende de esos lanzamientos que no generaban muchos ingresos pero sí prestigio; aunque, ojo, a la larga podían convertirse en fenómenos millonarios, como aquella Colección de Música Antigua Española del sello Hispavox, algunos de cuyos volúmenes que se reciclaron en CD de cantos gregorianos de The Benedictine Monks Of Santo Domingo de Silos.

También están desapareciendo las recopilaciones eruditas que iluminaban el pasado cercano. Pienso en lanzamientos como Nuggets, aquel doble LP de temas estadounidenses grabados entre 1965 y 1968. Su autor, Lenny Kaye, crítico musical y futuro guitarrista de Patti Smith, quería explorar “la primera era psicodélica” pero su trabajo permitió definir lo que se conocería como garage rock, el primero de muchos subgéneros que solo fueron percibidos nítidamente a posteriori.

Felizmente, esas funciones son ahora desempeñadas por coleccionistas. Coleccionistas de vinilos, aunque –como luego veremos- también trabajan con otros soportes. Son los crate diggers, “los que excavan en los cajones de discos”. Hasta que Alex Grijelmo nos proporcione una formulación más elegante, los denominaremos rebuscadores de discos.

Los primeros rebuscadores eran pinchadiscos y productores de rap, que buscaban fragmentos aptos para construir nuevos fondos instrumentales. Seguramente conocen la historia de Funky drummer, aquel single de James Brown ignorado por el público y que, tras ser descubierto por Hank Shocklee, ha terminado sonando al menos en 1.400 discos posteriores.

Durante un tiempo, ese método permitía elaborar hip-hop de forma económica. No entraremos en la moralidad de esa práctica, que fue domesticada por abogados de artistas y disqueras que exigían (y conseguían) una porción del pastel. Claro que la aparición del MP3 y la implantación de servicios como Napster eliminaron la necesidad del crate digging, que era (y es) una labor desagradable: conviene llevar guantes, mascarilla y un tocadiscos portátil.

Para entonces, otra especie humana exploraba los caladeros de discos olvidados. Eran hipsters que rechazaban el recio canon del rock y revalorizaron otras músicas que se habían desarrollado sigilosamente durante los sesenta y los setenta: el easy listening, el lounge, la exotica. Se supone que garantizaban el viaje a una época más lúdica; también fue bautizada como “música para pisos de solteros de la era espacial”.

Lo que hemos visto después es la especialización. Los discos de segunda mano han aumentado en precio, debido a las infladas cotizaciones que marca Internet. Los rebuscadores se han desplazado hacia artistas y géneros no santificados, donde todavía pueden hallarse gangas. Así asistimos al rescate de infinidad de discos digamos que no profesionales, autoeditados o publicados de forma underground. A veces, incluso se llega a tiempo de relanzar al artista, como explicó en una charla TALK el rebuscador Alexis Charpentier, al respecto del pianista haitiano Henri Pierre Noël.

Los crate diggers no se conforman con el hallazgo de la pieza única. A continuación, deben contextualizar al artista, situar su música. Y finalmente, dada la ya citada dejación de funciones por parte de las grandes compañías, hay que compartir el disco, mediante blogs, posdcasts y, si es posible, reediciones.

Hablo de “discos” en un sentido amplio. Ecstatic music, el nuevo lanzamiento de Alice Coltrane, se ha elaborado a partir de cuatro casetes que la arpista (y viuda de John Coltrane) editó para seguidores de sus creencias védicas. Una página web, http://www.awesometapes.com/, se dedica a difundir casetes africanas, procedentes de países donde esas modestas cintas eran el soporte habitual para la música. En algunos casos, cuando se localiza al artista, se reeditan –en vinilo, CD, audio FLAC- y se comparten los beneficios al 50 %. Algo parecido hace los sellos británicos Soundway o Finders Keepers.

De alguna manera, los rebuscadores de discos ofrecen una segunda oportunidad para músicas que no despegaron en su primer vuelo. Es más de lo que se permite a los artistas que firmaron su alma con grandes compañías.

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