Rafael Riqueni: “A mí el flamenco nunca me ha dejado”
El maestro sevillano de la guitarra regresa a la vida tras casi dos años en la cárcel con un concierto en Madrid y un disco
Son las seis de la tarde del pasado sábado en el centro de inserción social del penal Sevilla I, en Mairena del Alcor. La temperatura en la campiña alcanza cotas propias de la sabana africana cuando Rafael Riqueni aparece por la puerta con una mano en un bolsillo y la guitarra en la otra. Hoy es día de concierto y al interno, maestro del flamenco en tercer grado, le han dejado salir a tocar, con la condición de que se recoja a medianoche. Se cruza con los familiares de un condenado y les sonríe: “Unos llegan y otros se van”.
Esta vez, Riqueni se va. Este domingo firmará por última vez en el registro de la cárcel tras cumplir casi dos años. Por la noche, en una de esas vueltas de la vida, presentará en Madrid, en el festival Suma Flamenca y con invitados ilustres, su nuevo y sensacional disco, Parque de María Luisa (Universal), el primero en 21 años, inspirado en su Sevilla natal, a medio camino entre el quejío y la música para concierto.
Le cayeron 14 meses en julio de 2015 por una acumulación de delitos leves, altercados domésticos y callejeros, “relacionados” con el trastorno bipolar que le fue diagnosticado a mediados de los noventa. Una infracción del tercer grado prolongó el año pasado su pena. “La cárcel es una lección inolvidable. Si logras salir vivo, te agudiza la sensibilidad”, dijo Riqueni el sábado, sentado en el asiento trasero del coche que le llevaba a la localidad sevillana de Arahal. Allí, solo en el escenario, ofreció ante aficionados locales y guitarristas llegados de toda la provincia un emocionante concierto en el festival Al Gurugú, XVI Memorial Niña de los Peines, que le ha distinguido con el premio Verde, que te Quiero Verde a toda su carrera.
"Acumulé denuncias. Me metían en el calabozo y me dejaban en libertad, pero eso suma y acabé entrando"
Conducía el coche Francisco Bech, amigo, coproductor de Parque de María Luisa y compañero de fatigas. Tras un relativo éxito en 2007 como director de un documental sobre Silvio, ídolo del rock sevillano fallecido en 2001, Bech se acercó a principios de los años diez a Riqueni con idea de hacer una película sobre él. “Una especie de documental sobre la grabación del disco. A las dos semanas nos dimos cuenta de que no era posible ni una cosa, el disco, ni la otra, la película”, recuerda. Hoy, seis años después, Bech aún toma imágenes con el objetivo de, “algún día”, terminar lo empezado, mientras reza porque “nada se tuerza” en la vuelta a la vida de Riqueni. A sus 55 años, el músico tiene previsto comenzar de nuevo el lunes en una casa de alquiler en el tranquilo municipio sevillano de Cantillana.
Poco después de conocer a Bech, el guitarrista volvió a Sevilla desde Madrid, adonde se mudó a mediados de los ochenta como un genio precoz de la guitarra, con una mano izquierda tan fuera de lo común como lo era el hecho de que siendo flamenco contara con estudios de clásica. “Aquí no había sitio para los jóvenes. En Madrid lo encontré. Era una maravilla, porque de joven todo es maravilloso. La candidez, el atrevimiento, el querer conseguir un puesto en la guitarra, esas ganas de estudiar… Me tocó un tiempo muy competitivo. Había mucho virtuoso: Cañizares, Gerardo Núñez, Tomatito, los de Caño Roto... Me acuerdo que Gerardo siempre decía al entrar en el Candela [punto de reunión nocturna de flamencos]: ‘¡Rafael, esto está lleno de guitarristas!”.
En esos años se hizo un nombre acompañando a los mejores cantaores y como intérprete solista y compositor delicado y emocionante. Grabó seis discos. Basten dos canciones para ilustrar su arte: la minera incluida en Flamenco (1987), disco de guitarra grabado en Alemania en prácticamente una sola toma, o el garrotín contenido en Mi tiempo (1990). Esta está en Spotify. En la Sala García Lorca , en Casa Patas, suena antes de comenzar cada concierto de flamenco puro o impuro para “mandar buenas vibraciones a Rafael”, dice Antonio Benamargo, amigo de atrás de Riqueni y programador de la sala, en la que los artistas cantan y tocan sin micrófonos.
Cuentan los asiduos a Casa Patas de la época que uno de los primeros síntomas de su deriva llegó el día en que el guitarrista se presentó en el tablao vestido de Mozart, en homenaje a su “compositor clásico favorito”. Eso fue antes de que algo se torciera del todo, cuando su padre, dueño de una tienda de bicicletas en Triana, un hombre que había alimentado el talento de su hijo dejándolo frecuentar de niño la compañía o la música de Niño Miguel, Manolo Sanlúcar o Paco de Lucía, se suicidó en 1997. La madre aún vive. “A mí se me destrozó la vida entonces, me tiré dos años en cama, por poco me muero detrás de mi padre”, cuenta Riqueni mientras enciende otro pitillo. Fuma “como un condenado, valga la redundancia”, dice con sorna. “Lo de mi padre quiero que se sepa. Mucha gente nada más que ve la parte golfa de mi vida, y es verdad que yo la he tenido, pero también hay mucho de tragedia en mi historia. Llevo tomando pastillas desde entonces. 20 años. Bastante bien estoy”.
“La cárcel es una lección inolvidable. Si logras salir vivo, te agudiza la sensibilidad”
A aquello le sucedieron los tiempos en los que el nombre de Riqueni dejó casi de escucharse, hasta que en 2002 se organizó un homenaje de dos días en Madrid con figuras del flamenco del momento para recaudar dinero para su tratamiento. Fue un éxito. “Aparecieron por allí hasta los hermanos Coen y [la actriz] Frances McDormand”, recuerda Benamargo. Para el guitarrista, aquello sigue siendo la prueba, tantos años después, de que “el flamenco nunca” le “ha dejado”.
Menos exitoso resultó lo que vino después. Riqueni siguió “pasando unas fatigas tremendas” en Madrid, debido en buena medida a sus adicciones, que, si siempre son una mala idea, aún peores resultan en un enfermo bipolar. “He dormido en la calle en enero, aguantado en los bares para coger el metro, me he quedado sin casa, me ha pasado de todo. Fue una época muy marchita de mi vida, muy dura”.
Entre aquellos que no le dieron la espalda durante un tiempo en el que pocos se atrevían a emplearlo para evitarse complicaciones destaca Joaquín San Juan, de la academia de flamenco Amor de Dios. En un sofá cama de su sede en el primer piso del Mercado de Antón Martín, Riqueni halló descanso durante años. “El flamenco tiene reglas distintas a las de la cultura en general”, aclara San Juan. “Por ejemplo, porque es un mundo en el que el débil tiene razón y merece toda la atención, pero es que además hablamos de uno de los cinco músicos más importantes de España de los últimos 50 años. ¡Cómo no cobijarlo!”.
Otro que siempre estuvo ahí fue Enrique Morente, que lo contrató como tocaor cuando pudo. “Uno no es el mismo después de que pierde a un amigo”, explica Riqueni al recordar la repentina desaparición en 2010 del cantaor granadino. “Era muy especial. Muy cariñoso, un genio. Todos íbamos siguiéndole. Enrique se ponía una camiseta, todos nos poníamos una camiseta. Enrique se ponía unas botas altas, todos nos las poníamos”. El vínculo artístico lo ha heredado en cierto modo su hija Estrella Morente, que fue a la cárcel a actuar con Riqueni en una jornada que quedó registrada con la esperanza de publicar un disco en directo.
Todo cambió cuando, “tras ver a muchos médicos”, el guitarrista dio con el tratamiento correcto. El crédito se lo otorga al psiquiatra Indalecio Leonsegui, que le hizo recobrar “la ilusión por vivir y por tocar”. Parte de la rehabilitación consistió en un retiro de un año en la sierra de Huelva, donde se apartó de los malos vicios.
Y cuando todos lo daban por regresado del otro lado, llegó la condena, con un contrato para inaugurar la Bienal de Sevilla por cumplir. “Se fueron acumulando denuncias. Me metían en el calabozo y me dejaban en libertad, pero eso va sumando. Al final, entre que entraba y que no, acabé entrando. Imagino que estarían hartos de mí y dijeron: ‘Pa dentro el guitarrista, a ver si aprende a tocar”.
En prisión ha practicado “más que nunca”. Y ahora, que ha recobrado el contacto con su hijo Rafael, de 25 años, por fin está listo, dice, para sacar del repertorio Amarguras, la lectura pasada por el tamiz de su experiencia vital de una marcha de Semana Santa de Manuel Font de Ana. Es una de sus canciones más conocidas.
Al menos, eso (“estoy harto de amarguras”) fue lo que dijo antes de que en el concierto del sábado en Arahal interpretara la pieza en los bises por petición popular.
Parque de María Luisa está editado por Universal. Rafael Riqueni actúa mañana en Madrid en los Teatros del Canal, dentro del festival Suma Flamenca.
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