Crímenes al ajoarriero
'Muerte en San Fermín' es un estupendo thriller que da lo mejor de la novela negra a la española: cinismo y mundanidad
Qué viene bien a la novela negra la mala leche de los españoles. El noir ha sido siempre, porque los americanos son así, territorio del nihilismo. La cínica de un Humphrey Bogart está envuelta en una aureola mítica, sobrehumana, propia de la épica de los héroes. La del género negro "a la española" tiene muchas veces un aire de mundanidad que desarma y que permite enriquecer las situaciones con una bis cómica imposible si no se adopta este tener los pies en la tierra que tan bien se nos da.
Muerte en San Fermín (Ediciones Traspiés, 2017) adaptación al tebeo de la novela Un extraño lugar para morir de Alejandro Pedregosa, es un ejemplo perfecto de cómo este filtro español enriquece una trama policíaca. Nuestro Bogart en cuestión es Uriza, un calveras pamplonés que tiene entre su cuadrilla de amigos a Miguel Induráin, que jamás lee un libro y que no se jugaría el pellejo ni de coña por su trabajo. Es un tío listo, cabal y en la madurez. Su trabajo lo pone en la situación de ver cosas desagradables día sí y día también. Pero no por ello su alma se ha ennegrecido hasta esas profundidades insondables larger than life que sufren personajes como el Rust Cohle de True detective. Es un tipo de pintxo, barra y caña. Y tan feliz.
Los azares del destino lo ponen en una situación surrealista. La muerte, con dos tiros en la cara, de un pope de la esfera gafapasta, algo que le pilla a años luz de su felizmente mediocre realidad. Para jorobar más el asunto, sucede en pleno San Fermín, con los pañuelicos al cuello, los borrachos en las calles y el jolgorio a todo volumen. Uriza se lo toma con filosofía y buen hacer, esto es, inventar las conjeturas justas para que la prensa no se cabree y avanzar en la investigación lo más rápido y discretamente posible que se pueda. Algo difícil cuando los amigos del finado, un escritor ganador del Nadal, Planeta y vaya usted a saber, no dejan en salir en la telebasura del cotilleo para contar las miserias y tinieblas de tal personaje.
Me gusta mucho Muerte en San Fermín porque su artífice, el debutante José Carlos Sánchez, abraza su labor de hacer un tebeo divertido con modestia y elegancia. Hay ideas brillantes de aprovechamiento del medio, por ejemplo los recursos del diseño gráfico para simplificar con iconos el mapa mental que se hace del caso Uriza en las páginas 18 a la 21. O ese pequeño calendario con el que arranca cada capítulo, los 9 días que van del 6 al 14 de julio y en el que se van tachando los días.
Otro acierto en el centro de la diana es el estilo visual. Hubiera matado la agradecida levedad del tono un estilo de dibujo demasiado realista. Estas caricaturas cabezonas, de línea clara y pocos trazos, y esa estética tricolor en el que solo caben el blanco y negro (colores del género), y el rojo (el San Fermín), conducen la historia sin estridencias. Y Sánchez se tira de vez en cuando algún triple y encesta. Como en ese cuadro a lo Jackson Pollock que encuadra a espaldas de un personjae que prefigura la vuelta de tuerca final de la trama.
En fin, que necesitamos más tebeos conscientes de ser tebeos. Los tres cuartos de hora que uno se pasa con las 92 páginas de Muerte en San Fermín son una manera estupenda de pasar el rato. Y es una rampa de salida con muchos kilómetros al futuro de un debutante que ya demuestra, a la primera, que sabe contar historias. A mí, desde luego, me tendrá como lector en lo siguiente que me quiera contar.
Babelia
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