Antonio Chacón para coleccionistas
Un exquisito libro-disco con material inédito reúne 57 cantes del histórico cantaor jerezano, en una época demonizado
Resulta difícil encontrar una obra con el grado de exhaustividad que presenta el primer volumen de la colección Carlos Martín Ballester, dedicado a don Antonio Chacón. El libro, de edición exquisita y con artículos del propio editor y escogidos especialistas, se acompaña de tres cedés que recogen 57 cantes provenientes de antiguos soportes: cilindros fonográficos o discos de 78 rpm que han sido convenientemente digitalizados. Sobre ese proceso, hay que señalar que el productor, el mismo Martín Ballester, ha optado por una intervención mínima, apostando por la fidelidad a la grabación original, aun a riesgo de conservar un cierto nivel de ruido.
Aunque quizás la clave resida en la calidad de los discos de referencia, lo cierto es que la edición permite una escucha sorprendente de ellos —otra cosa son los cilindros—, con un sonido natural que permite la apreciación tanto de la voz como de la guitarra. En esa labor de apreciación, el aficionado se va a encontrar con un eficaz e impagable compañero de viaje: el completísimo análisis, corte a corte, de los cantes y de sus acompañamientos, obra de Ramón Soler Díaz y Guillermo Castro Buendía, respectivamente. Los comentarios de Soler rebasan de largo la mera guía de escucha para adentrarse en ilustrativas contextualizaciones en las que la erudición no está reñida con la amenidad.
La obra supone un rescate que dignifica el flamenco y, de forma especial, el legado artístico del Papa del Cante
Se demuestra documentalmente que Chacón tuvo una ingente producción de cilindros fonográficos (de cera), pero, debido a la extrema fragilidad del formato, apenas se han conservado o encontrado. Martín Ballester lo ha hecho con cuatro de ellos —malagueñas, soleares y seguidillas gitanas (2)— incluidos en la colección. En algún caso, se trata de registros “no identificados hasta la fecha”, lo que no los convierte en inéditos, al haber sido comercializados, aunque fuera a finales del XIX. Sí reúne esa condición una placa de 78 rpm de 1928, etiquetada como “muestra invendible” por tener “mucho ruido”. La granadina (sic) que contiene desvela que el criterio comercial era, cuando menos, caprichoso.
El histórico cantaor jerezano registró cuatro series de grabaciones para discos de pizarra. Según el editor, que efectúa una minuciosa reconstrucción de ellas, estas se efectuaron en 1908, 10 discos dobles para el sello Odeón con la guitarra de Juan Gandulla, Habichuela; en 1913, para Gramophone, otros 10 discos dobles con el maestro Ramón Montoya y, en 1928, 5 discos dobles con Perico el del Lunar para Odeón y 4 para Gramófono con Montoya. No todos ellos se comercializaron. Los que sí lo fueron, más el señalado inédito, completan una selección que recorre la trayectoria artística del cantaor desde sus momentos de plenitud a una marcada pérdida de facultades —que no de gusto o afinación— en los registros postreros.
Sobre el repertorio, Soler Díaz se extraña “grandemente de la insistencia (del cantaor) de grabar muchas veces —demasiadas— un mismo estilo musical”, desatendiendo otros de su vasto repertorio y por los que sentía especial veneración, como confiesa en una de las entrevistas de época incorporadas a la obra. Efectivamente, Chacón registró 15 malagueñas, 10 cartageneras, 8 seguidillas, 6 granaínas y 5 soleares, entre otros cantes. Lo disculpa Martín Ballester cuando afirma que el cantaor “se vio zarandeado por la moda de las ‘malagueñas nuevas”.
Entre textos y discos, la obra supone un rescate que dignifica el flamenco y, de forma especial, el legado artístico del Papa del Cante. De él se reivindica tanto su función de trasmisor de estilos antiguos gitanos como de creador de otros nuevos. Su figura es valorada de forma diacrónica por José Manuel Gamboa, que recorre la historia de su demonización en una determinada etapa de la historia del flamenco para terminar subrayando su vigencia e influencia en el cante contemporáneo.
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