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Mundo desorientado

Fiona Tan lleva al Guggenheim Bilbao su visión sobre el Oriente colonial en la globalización

Parte de la dificultad para comprender el orden mundial, que es ahora un gran desorden o un rompecabezas de contradicciones, reside en la técnica representacional. Las imágenes que tomamos de la realidad tienen una capacidad de afectar de manera contrastada y diferente en cada caso particular. Es verdad que aquellas imágenes que no existen no pueden afectarnos, por lo que, si deseamos comprender la realidad económica y sociopolítica del capitalismo tardío, en primer lugar tenemos que fabricar esas imágenes. Parte del arte contemporáneo se afana en producirlas. Las imágenes son también modos de afecto.

Fiona Tan (Pekanbaru, Indonesia, 1966) opera en esta brecha representacional. La identidad y el viaje son claves para Tan, una artista de largo recorrido internacional cuya obra se inspira en los géneros cinematográficos del ensayo y el documental. De padre chino y madre australiana, residente en los Países Bajos desde 1988, su búsqueda es principalmente especu­lativa y poética, no exenta de un alto grado de perfeccionismo. Su videoinstalación Desoriente, concebida inicialmente para el pabellón de Holanda de la Bienal de Venecia en 2009, adquiere un mayor protagonismo a tenor de la coyuntura geopolítica.

Una primera proyección muestra lo que parece un gran almacén o bazar chino lleno de trofeos y suvenires, animales exóticos disecados, estatuillas, telas y otros objetos provenientes de un pasado remoto e idealizado. Enfrentadas en otra pared, desfilan imágenes low-tech que nos remiten a metraje encontrado en Internet: el montaje expone la manufactura de industrias textiles, la elaboración de especias y la explotación de un inframundo violento y hostil en zonas de Irak, Afganistán y China. La yuxtaposición de estas dos narraciones parece irreconciliable hasta que apercibimos que algunas imágenes de este segundo vídeo documentan la producción del rico almacén del primero. En una tercera pista de audio, una voz en off lee un fragmento del Libro de las maravillas del mundo, de Marco Polo, el mercader veneciano, donde se relata con fantasía novelada la exuberancia de ese Oriente soñado. La duración de estas tres fuentes visuales y sonoras varía sin llegar a coincidir en el bucle, produciendo en el espectador el doble desoriente al que el título alude.

La globalización o su sinónimo, la mundialización, es un proceso inacabado de alteridad y diferencia donde la deshumanización es un precio a pagar. ¿Qué pueden decir el arte y los artistas ante esta situación? ¿Cómo posicionarnos frente a unas imágenes que combinan texturas cálidas y exóticas con otras más ásperas e incómodas? Hay en Desoriente autorreferencialidad, autoconsciencia y un aspecto site-specific que en esta exposición permanece ausente: el almacén o bazar fue producido dentro del pabellón holandés diseñado en 1953 por Gerrit Rietveld como una escenografía para el filme, para acto seguido desmontar toda evidencia del tinglado y presentar solo la película. El espectador que veía la videoinstalación era entonces testigo de este ligero y pretendido desoriente en el interior de la arquitectura. Este hecho es ahora información que se suma a Marco Polo, y su ciudad, Venecia, lugar de partida de su viaje fabulado por Asia Oriental y una de las capitales hoy día del turismo mundial. La producción para la Bienal desvela asimismo las grandes dificultades logísticas que tiene esta ciudad anegada por el agua, y la importancia del transporte marítimo y aéreo en la globalización, al tiempo que hace un guiño al pasado colonial holandés. Esta globalización en la mirada del turista se reproduce ahora también en el Guggenheim Bilbao: las imágenes de explotación y miseria capturan de manera hipnótica al espectador. Sin embargo, por mucho que esas imágenes lleguen a afectarnos y a tomar consciencia, se evaporan al salir de la sala oscura. Queda pendiente el “trabajo” colectivo de pensar críticamente la imagen, uno de los retos más difíciles en la globalización.

‘Desoriente’. Fiona Tan. Guggenheim Bilbao. Hasta el 19 de marzo.

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