Editoriales como conejos
A este paso, al viejo ideal para una vida plena consistente en escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol habrá que añadir el de fundar una editorial
Nuevas
Al principio pensé que algún graciosillo/a de la Agencia del ISBN había echado unas gotas de ácido lisérgico en la máquina del café y que, por eso, en la sede de Cea Bermúdez todo el personal estaba alucinando. Tuve que llamarles tres veces por teléfono y ponerme pesadísimo para que me convencieran de que no, ni estaban equivocados, ni pirados, y de que, en efecto, los datos incontestables proclamaban a gritos estadísticos que en lo que va de año se habían registrado ¡403 nuevas editoriales! Y que en esa cifra no (NO) se incluían los autores-editores, sólo editoriales. Y que el estupefaciente portento no sólo se refería a este año: en 2015 se registraron 445, 467 en 2012, 488 en 2013, 535 en 2012. Y podría seguir la cuenta atrás. Todas ellas, al inscribirse, adquirieron el correspondiente paquete de números de ISBN para identificar los libros que publicasen en el futuro, por más que, luego, no lo utilizaran. Y aunque muchas no lo han hecho, otras muchas sí. Y ahora viene la batería de preguntas que me tiene tan patidifuso como si me hubieran inyectado una dosis doble de burundanga (el “aliento del diablo”): dónde están, qué existencia manifiestan, quiénes son sus dueños, que catálogo venden. A este paso, al viejo ideal para una vida plena consistente en escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol habrá que añadir el de fundar una editorial. Afortunadamente, recibo sólo una ínfima parte de lo que esa avalancha de nuevos sellos publica, lo que me permite reparar en lo más interesante de lo que me llega. Entre las nuevas editoriales de las que he tenido noticia destaco dos catalanas, Rata y Catedral, y una madrileña, Carpenoctem, cuyo lema, por cierto, es “la noche es para los que leen” (soy insomne). Y entre los libros que me han enviado elijo hoy los Diarios del Sáhara (Rata), de la escritora y trotamundos taiwanesa Sanmao (seudónimo de Chen Mao Ping, 1943-1991), publicado originalmente en 1976 y convertido rápidamente en un éxito en su tierra. Sanmao, que siempre hizo de la libertad y de la diferencia una norma de vida, se casó con un submarinista español (que moriría buceando) con el que se trasladó a El Aaiún, donde su sensibilidad de esponja se nutrió de la materia de la que impregnaría sus artículos y su diario. La frescura y espontaneidad de este libro, su visión externa de lo que para ella era lo “exótico” (Madrid, la colonia africana, la isla de La Palma), lo convierten en una lectura diferente en la que el “color local” constituye el telón de fondo para comprender lo que su autora veía y sentía. Sanmao (también llamada Eco, como la ninfa enamorada de su propia voz) se suicidó en Taiwán.
Estalinismos
La casualidad, que en el oficio de lector siempre es sospechosa, ha querido que en muy poco tiempo hayan caído en mis manos tres libros importantes en torno al apogeo del estalinismo. Sesenta años después de que Jruschov pronunciara en el XX Congreso del PCUS su “informe secreto” sobre los “errores, violaciones” (y crímenes) de Stalin, su sombra, su estilo de gobierno y su modo de entender la “dictadura del proletariado” todavía se dejan sentir en algunos lugares —no exclusivamente asiáticos— en el siglo XXI. Un libro importante y que pide a gritos ser traducido, The Last Days of Stalin (Yale), de Joshua Rubenstein, explora con exhaustividad el último año de la vida del dictador —la pretendida conjura de los médicos soviéticos para acabar con su vida, los rumores sobre la deportación masiva de judíos a Israel, las relaciones con los EE UU del recién elegido Eisenhower— antes de sumergirse en esa tremenda mezcla de drama y farsa que fue su muerte (1953) en la dacha donde solía emborracharse con sus “camaradas de armas”: los mismos —Beria, Malenkov, Mólotov, Jruschov y los demás— que organizaron la publicación del fallecimiento del Vozhd y se ocuparon de gestionar el primer posestalinismo. Precisamente sobre esos sucesivos “camaradas” a los que repartía algunas parcelas de poder —y sus únicos, aunque variables, confidentes— trata El equipo de Stalin (Crítica), un estupendo estudio de la conspicua sovietóloga Sheila Fitzpatrick sobre la más exclusiva camarilla del poder soviético antes y después de la Gran Guerra Patria; un retrato de grupo (y de las ambiciones de sus miembros) más equilibrado, menos maniqueo y “escandaloso” y mucho más al día que el que proporcionan Stalin y los verdugos (Taurus, 2003), de Donald Rayfield, o el sobrevalorado La corte del zar rojo (Crítica, 2004), del controvertido y muy mediático Simon Sebag Montefiore. Por último, si les interesa la visión de un novelista y revolucionario (fue miembro de la oposición de izquierda hasta su derrota tras la “reacción termidoriana” de 1927) que sufrió en carne viva la tortura y los horrores de la deportación, no se pierdan Medianoche en el siglo, de Victor Serge, un espeluznante testimonio hecho ficción que ha traducido para Alianza el elusivo Ramón García Fernández, a quien, además de otras cosas, debo mi lejana lectura de El azul del cielo, de George Bataille.
Broch
No se suele hablar en los suplementos de los libros de bolsillo. Y sin embargo es ahí donde a menudo encontramos lo mejor, lo más permanente, lo más audaz. DeBolsillo, por ejemplo, acaba de publicar en un solo volumen la trilogía de Los sonámbulos (‘Pasenow o el romanticismo’, ‘Esch o la anarquía’, ‘Huguenau o el realismo’), de Hermann Broch, tres novelas de estilo muy diferente que, en conjunto, constituyen una de las cumbres absolutas de la narrativa alemana de entreguerras. Les aseguro que por 14,95 euros encontrarán pocas cosas mejores en papel impreso.
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