Dos heterodoxos en un palacio
La Virreina de Barcelona actualiza los relatos del escritor Copi y el cineasta Alexander Kluge
"Copi dibujó toda la vida, eso fue lo primero. Creo que tenía dos años, estábamos en Córdoba y él decía ‘pipi, pipi’; yo creí que quería hacer pis, pero era que dibujaba los pichones que estaban sobre la ventana”. Si esta anécdota, narrada por la madre de Copi, ocupara una página en Charlie Hebdo, esos pichones ya estarían conversando con el autor. Así era Raúl Damonte, alias Copi, que nació en Argentina en 1939 y murió en Francia a los 48 años, sin ocultar que fue de sida, enfermedad de la que se contagió pronto, porque hasta en esto tenía que ser vanguardista. Lo dijo él mismo con una ironía que también se adivina en La hora de los monstruos, exposición que nos rescata en La Virreina al Copi de Gastón, el Perro Oligarca; de Kang y, sobre todo, La Mujer Sentada; personajes serializados que emergieron en la Francia de los sesenta.
De lejos, sus viñetas parecen un pentagrama. De cerca, son la destilación de una voz minimalista y absurda, que en teatro sonaría más sardónica (Eva Perón, Una visita inoportuna) y, en novela, dio un giro al barroco (La Internacional Argentina, El baile de las locas, La ciudad de las ratas). En este caso, los textos del escritor Patricio Pron, que se estrena de comisario en esta muestra, nos descifran algunos aspectos formales y éticos del autor. Pron enfatiza cómo éste renunció muy pronto a las convenciones del cómic, para adoptar un marco rígido y reiterativo, aburrido incluso, si no fuese porque pone en circulación toda clase de anomalías: desde una mujer terca que conversa indistintamente con niñas, pollos y caracoles a ratas que escriben y lobos afeminados. Aira llamó a sus dibujos prototeatro y es esta dimensión, la teatral, la que aquí se pone en valor, al reivindicar su legado gráfico. Si en sus viñetas eran frecuentes la disolución de contrarios (hombre/mujer, animal/humano), en unas fotos de 1978 que tomó el cineasta Jorge Amat en el Saló Diana de Barcelona, vemos al mismo Copi vestido de folclórica y haciendo de ventrílocuo de una rata. A esta figura se le debía una exposición.
También al escritor y a uno de los padres del nuevo cine alemán, Alexander Kluge. Jardines de cooperación, que es como se llama la otra exposición, se articula en torno a distintos ejes temáticos, desde la guerra a lo que él llama “el poder de los sentimientos”. Todos ellos plasman a un pensador culto y muy original, que trabaja distintas temporalidades y lo mismo se plantea cómo hubiera narrado Marcel Proust el affaire entre Clinton y Monica Lewinsky, entrevista a personajes con profesiones ficticias (Fakes & Facts), reflexiona sobre la dificultad de adaptar El capital de Marx o le pregunta a Jean-Luc Godard si las orejas envejecen más rápido que los ojos. No en vano, su mirada arrastra una determinada poética. Bastará oírle leer en voz alta ‘Manos siamesas’, ese relato en el que una amante pega la palma a la de su pareja, pendiente de extradición, con un adherente para carrocerías de coche. El vacío legal que genera esta situación, la de las manos juntas, indisolubles, nos remite a otra de las constantes de su trabajo, quizás la más importante: la colaboración.
Ni la de Copi ni ésta son exposiciones de gran presupuesto, pero, tal y como afirma Valentí Roma, el nuevo director de exposiciones, obedecen a la voluntad del centro “de pensar otros usos y manifestaciones de las imágenes y, sobre todo, rescatar figuras carentes de relato o que necesitan reactualizarlo porque siguen siendo muy relevantes”. El énfasis está ahí, en el relato, cuya presencia es muy distinta a la escultórica, aunque hay algo de eso. No todo el mundo entenderá esta clase de apuestas, pero, con esta apertura, La Virreina marca una nueva línea, que compaginará con muestras clásicas como la de August Sander en junio.
‘Copi. La hora de los monstruos’ / ‘Alexander Kluge. Jardines de cooperación’. La Virreina. Centre de la Imatge. Barcelona. Hasta el 5 de febrero de 2017.
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