90’s | Último decenio como unidad de medida pop
En Seattle, unos muchachos desaliñados y algo tristones crearon una cosa llamada 'grunge'
En los años noventa, el café era muy malo. Pero, afortunadamente, a nadie parecía importarle. Los videojuegos eran menos sofisticados, Internet iba muy lento y los móviles se movían poco. En aquellos años, la música aún era la gran forma de significación de la juventud. Las cosas sucedían una detrás de la otra y ser joven implicaba tomar decisiones. Los noventa fueron la última década con nombre. Después, ya nadie osó utilizar el decenio como unidad de medida pop.
Aquellos años empezaron con la caída del muro de Berlín y terminaron con los atentados del 11-S. Fue un tiempo que se vivió con la felicidad que conlleva no tener enemigo. Los comunistas se habían disuelto en 1990 y los yihadistas no se convirtieron en amenaza tangible hasta 2001. Con el fin de hacer de contrapeso a tanta ligereza, en Seattle unos muchachos desaliñados y algo tristones crearon una cosa llamada grunge. Todo iba bien, pero alguien quería morirse. Nirvana lanzaron en 1991 Nevermind, piedra filosofal del nihilismo MTV, y abrieron una brecha por la que se colarían en lo masivo artistas de vocación supuestamente contracultural. Años después, los británicos trataron de responder. Lo hicieron con el britpop. Si Kurt Cobain se odiaba y quería borrarse de la faz de la Tierra, Noel Gallagher, líder de Oasis, proclamaba que deseaba vivir para siempre. El primero era adicto a la heroína, el segundo celebró la victoria de Tony Blair esnifando cocaína en los baños del 10 de Downing Street.
Si los ochenta pertenecieron en España a los grupos, los noventa fueron para los solistas. Las cifras de ventas de Alejandro Sanz jamás serán superadas. Mientras, en el subsuelo aparecía el indie nacional (Los Planetas, Australian Blonde…), que certificó su llegada con el primer Festival Internacional de Benicàssim en 1995. Un año antes, la nueva música de baile se oficializó con el primer Sónar. La electrónica ya no era algo zafio y peligroso que sucedía en una carretera valenciana, sino algo suficientemente sofisticado como llamarla “cultura de club”.
La música aún era la gran forma de significación de la juventud. Las cosas sucedían una tras otra y ser joven implicaba tomar decisiones
Aquellos tiempos también fueron los del gran esplendor del hip-hop (Nas, Gang Starr, Mos Def…), que en los años posteriores sería comercialmente relevante, pero no volvería a ser socialmente indispensable hasta entrado el siglo XXI. También floreció la world music, invento para que los ingleses y norteamericanos que habían viajado un poco pudieran poner discos en idiomas raros cuando organizaran cenas en las que se servía cuscús. Y nació el trip hop, que abrió la veda para la música de baile imposible de bailar y para los sonidos casi huérfanos de sonido hoy tan en boga. Y hubo boy bands porque cada década necesita inventarse algo parecido a unos Beatles. Y hubo eurodisco, porque hubo despedidas de soltero.
1999, primer Starbucks en San Francisco. 2000, Coldplay editan Parachutes. 2001, Apple lanza el iPod. Así acabó la década y, con ella, casi todo.
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