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Aníbal el caníbal

Flavio Ferri-Benedetti evoca la figura del "castrato" italiano Domenico Annibali

Hay que reconocer a la epidemia de los contratenores el mérito de habernos descubierto un gigantesco repertorio del barroco, incluso el ejercicio de identificación que cada uno de ellos ha concebido con un castrato del pasado, buscando y rebuscando hasta mirarse en el espejo del tiempo. Y trascendiendo la devoción común a Farinelli, cuya posición hegemónica en el siglo XVIII y en el siglo XXI no contradice que hayamos ido descubriendo las figuras que le hicieron la competencia, igual que hacen los planetas disputándose el Sol.

El contratenor argentino Franco Fagioli hizo campaña por la memoria de Caffarelli en un disco extraordinario, mientras que Andreas Scholl exhumó la trayectoria de Senesino en otra iniciativa discográfica ejemplarmente arropada por Dantone y las huestes de la Academia Bizantina.

 Hay más pruebas elocuentes de esta fiebre mitómana, precisamente porque el escalafón de contratenores y sopranistas ha logrado consolidar una posición absolutista en la extrapolación contemporánea de los antiguos castrati. Philippe Jaroussky, por ejemplo, escogió como modelo de identificación la figura de Carestini. No porque fuera concebible imitarlo, sino porque la mera iniciativa de emularlo establecía la pretensión de evocar un repertorio y una manera de cantar cuyos matices podría deducirse del patrimonio heredado a medida de un trabajo detectivesco.

Se trata de evocar el pasado, no de reproducirlo. Y de indagar en un periodo de la música tan fértil como aún desconocido. Téngase en cuenta que los castrati estimularon la creación musical. Y que los grandes compositores -Handel, Hasse, Porpora...- los necesitaban para darse a conocer y garantizarse la economía y la publicidad.

El último ejemplo de la emulación ha sido iniciativa de Flavio Ferri-Benedetti, artífice de un disco recién alumbrado (Panclassics) que rescata del “banquillo” la personalidad de Domenico Annibali. Fue el castrato italiano una primera figura en la corte de Dresde. Allí se estableció durante 35 años, sin perjuicio de algunas incursiones en los teatros de Italia, Viena y Londres, donde pudo conocerlo Handel y escribir a su medida tres óperas poco frecuentadas -Arminio, Giustino, Berenice- que el compositor anglogermano compuso compulsivamente en 1737.

Las incorpora Flavio Ferri-Benedetti en su disco de arias, del mismo modo que repasa algunas páginas que escribieron para Annibali tanto Hasse y Porpora como Ristori y el compositor checo Jan Dismas Zelenka, arraigado también en Dresde bajo la protección de Augusto II de Polonia.

No sabemos ni sabremos cómo cantaba Annibali más allá de sus afinidades estilísticas, su registro, su versatilidad de "caníbal", su reputación documentada,  pero Ferri-Benedetti se atreve a “invocarlo” en una grabación de gran belleza y sensibilidad. Tanto impresionan los pasajes pirotécnicos como lo hacen los momentos de quietud. Y predomina un ejercicio de intuición musical y de exhuberancia que convierten al contratenor italiano en el médium de una sesión de espiritismo.

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