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Polvo enamorado

Vicente Gallego despliega en 'Ser el canto' un himno que tiene mucho de fraternidad panteísta o de mística franciscana.

Tras la lección concentrada en Saber de grillos, Vicente Gallego despliega en Ser el canto (Premio Generación del 27) un himno que tiene mucho de fraternidad panteísta o de mística franciscana. El discurso fluye entre inquisiciones existenciales, asombros exclamativos y destellos de una claridad extática a la que se le funden los plomos cuando el poeta está a punto de abandonarse a la “bendita extrañeza”.

Las mejores composiciones son aquellas en las que el autor dirige su alma a “las cosas del montón de la hermosura”, como el vuelo de algunas aves, la portentosa metáfora de una rosa abriéndose igual que el mar Rojo, o la recreación de las últimas horas de Juan de Yepes antes de ser san Juan de la Cruz: “No habiendo menester en su morir, / qué delicadamente vio / en su muerte sus flores Juan de Yepes”.

Gallego convoca la calcinación solar y el hechizo de la luna, el ascua de la melancolía y la gatera de la imaginación, la pulsión vitalista y la manía funeraria. Convencido de que “lo esencial es plegarse al puro pasmo / y hacer camino a ciegas”, en estos versos se observa la reapropiación de frases hechas y la germinación de una lujuria verbal que resulta más efectiva cuando el poeta acierta a contener su ebriedad metafísica y a suavizar su retórica. En los momentos en que la dicción se pasea “como Pedro por su casa” por unos versos elásticos y excepcionalmente modulados, Ser el canto adquiere su condición de partitura cósmica, música enamorada y “canción polvo de estrella”.

Ser el canto. Vicente Gallego. Visor. Madrid, 2016. 66 páginas. 10 euros

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