Ingobernables
Jorge Luis Borges se permitió formular un viejo anhelo: “Con el tiempo, mereceríamos no tener gobiernos”
El comienzo de esta declaración de principios es falsamente inocente y el final, demoledor, elitista, desdeñoso. Dice así: “Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”. Su autor también se permitió formular un viejo anhelo: “Con el tiempo, mereceríamos no tener gobiernos”. Son opiniones del ciudadano Jorge Luis Borges, uno de los escritores auténticamente grandes del siglo XX, dueño de una escritura que seguirá fascinando por los siglos de los siglos.
Recuerdo el deseo ácrata y utópico del creador de Historia universal de la infamia sobre la ausencia de gobierno en una época abusivamente tediosa, en la que ni cristo entre los que aspiran a dirigir la vida del resto se pone de acuerdo sobre quién debe dirigir el timón del barco. Personalmente no me afecta demasiado, no distingo los beneficios o los desastres de que el insustituible Rajoy (así lo afirma su bien alimentada tribu) vuelva a imponer su breviario de podredumbre o de que le busquen un sustituto para seguir salvando España. Me afectaría si al entrar en mi casa no hubiera luz ni gas. Pero sospecho que aunque se repitieran diez veces las elecciones, esas cositas tan elementales seguirían funcionando, ajenas a que nadie presidiera el imprescindible gobierno de la patria. Pero si eso fuera forzoso, que lo hicieran políticos que todavía no hayan tenido tiempo para envilecerse, que no hayan dispuesto de esa cosa tan golosa llamada poder absoluto y posibilidades de meter la pezuña en la caja.
Y hay que despreciar mucho el nivel mental del receptor para continuar con la matraca de que gracias a ellos ha llegado la recuperación económica para España. Y lo cuentan sabiendo que el último día de agosto trescientas mil personas han perdido su grandioso empleo de dos meses. Y cada uno a lo suyo. Y sálvese quien pueda.
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