Mucho, el cabreo como estado permanente
El último disco de Mucho, que tocan este sábado en el Sonorama, está impregnado de sátira y crítica hacia la política y la situación social en España
Un lugar en una urbanización muerta mientras un futbolista se disfraza de Dios dorado, una negativa a que les vendan el aire, ni el sueño. Ya no. El universo del grupo Mucho —ese anterior es de la canción Nuevas ruinas— ha ido saltando hasta este Pidiendo en las puertas del infierno (Marxophone, 2016), que se publicó a principios de año y que será el grueso de su concierto en el Sonorama
Ha quedado atrás —y no solo en el tiempo— The Sunday Drivers: la nueva identidad del grupo, cuyos componentes venían de aquella formación que se separó en 2010, ha terminado de solidificarse con este tercer trabajo, sin dramas ni traumas. Mucho, que ha ido haciendo giros de cintura dentro de su propio sonido, ha encontrado su fondo y forma en un ritmo con ecos de nigga que provoca un constante cabeceo, la pierna lleva el ritmo de forma inconsciente. En la comodidad de estas últimas canciones subirán al escenario Ribera del Duero la tarde de este sábado 13 de agosto (19.40). Y la mayoría de los minutos del concierto se los llevarán los temas de Pidiendo en las puertas del infierno.
Reniegan del pasado, y Martí Perarnau, vocalista y productor de este último album lo dice abiertamente, días antes y recién llegado del Low Festival, frente a un cortado con hielo: "Es algo que está en mí directamente. Cada vez que haces un disco nuevo, evolucionas. Hace unos días volví a escuchar el disco y ya me sonó viejo". Desde que se formaron, hace ya seis años, han estado buscando un espacio en el que sentirse cómodos, fluir. Lo han encontrado en esta vuelta a los 80, al ritmo entre los 80 y los 100 bpm, al groove, al gusto por Kendrick Lamar y a "la negritud", como lo denomina Perarnau, algo que ya probaron en su anterior trabajo.
Su filosofía musical no les permite encajarse. "Probablemente nunca tengamos un camino normal, pero es lo que nos gusta. Cambiar, avanzar. Y yo escucho a esos grupos, como Radiohead, o Beck, o Bowie... Bueno, con Bowie hablamos de otro mundo. Pero en el fondo, tienen el símil de hacer discos radicalmente diferentes". ¿Aunque todo sea parte de algo que ya existe? "Sí... ¡Sí! ¡Claro! La música es un arte relativamente joven, pero mira la pintura, Caravaggio, los oscuros de Goya... La música ha madurado muy rápido, las ruedas de acordes están todas inventadas, y probablemente las melodía, dentro de poco, también. Pero siempre hay algo nuevo que está en uno mismo".
Con todo ese ideario, las maquetas hechas de casa y unas cuantas maletas, se fueron ocho días a la Casa Murada de Tarragona con Ricky Falkner, Santos Berrocal y Fluren Ferrer para grabar un disco que no habían ensayado, ni querían. "Queríamos esa cosa fresca que tiene la primera vez que tocas una canción, yo tenía el sonido muy claro en mi cabeza, para la banda era un poco más jodido, pero no necesitamos muchas tomas, y salió bien". No hay ni una guitarra en las nueve canciones, el bajista tuvo que aprender a tocar el sintetizador, y el precipicio asustaba. "Nos dimos cuenta de que no servía de nada ponerse trabas y obstáculos a nosotros mismos y nos lanzamos, eso es la creatividad y el riesgo, a lo mejor no fue la mejor idea, pero así salió".
El resultado es la quemazón que el cantante y el resto de la banda sienten por los aspectos sociales y políticos de este país y la necesidad de exteriorizarlo: "Me sorprende que no haya muchos grupos que hablen de esto, que saquen a la luz la mierda que hay. Al final, parece que los grupos españoles solo están en el bussiness y en la canción light que habla de ligar y no es así". La conversación en este punto se alarga y Martí deja caer que el concepto que tenemos de canción protesta en España es viejuno: "Los ingleses lo hacen todo tiempo, la sátira y la crítica está en sus canciones".
Perarnau, que vive en estado permanente de cabreo, asegura que podría haber escrito un disco cuádruple si se pusiese a apuntar cada cosa que lo enfurece: la situación de desgobierno, el momento en el que se encuentra la industria de la música, el paro, la educación, la sanidad... Y eso solo en líneas generales. De cualquier forma, todas estas letras arrojadizas y pocas veces obvias, han cogido buen paso. Cuando se abre la veda en su escenario, toman el poder las teclas: "Ahora vamos sin tensión ni nervios, al poder del disfrute, la barbarie y el despelote". Sin miedos y sin vergüenza, prueba de ello es ese nuevo falsete que hasta ahora no había salido de las cuerdas vocales de Perarnau. Y sale bien.
Tres (seguras) sobre el Ribera de Duero
"Creo que esta nació de las últimas, y puede que fuera la única de la que no tenía la letra previamente. Tenía una estrofa súper bailonga, pero no me encajaba el estribillo. Tenía otra canción y como estaba en el mismo tono pensé que iba a probar... encajó perfectamente. Es un poco autobiográfica".
"La primera que salió. Abrió el camino de los sintes. Subí a casa, grabé ese loop, escribí la letra directamente. Es bonita, clara, sin hilo. Ahí pensé 'qué guay si pudiera ser solo con teclados".
"Es el baladón de la vida, tiene mil acordes... cada día que me sentaba le daba otra vuelta a la rueda de acordes, y ya un día hubo que terminarla. Todavía podría estar cambiándola. Surgió un día viendo en la tele una tertulia con un ministro (creo que era Wert), todas esas mentiras y esas basuras que no se creen ni ellos... Imaginé ser ese señor y hacer esa entrevista: 'Soy el dueño de España y puedo robar y nadie me va a pillar'. Imaginé un club de malos que fuman puros por la noche".
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