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¿Analíticos o continentales?

El espléndido aislamiento de la isla siempre fue más que un tópico en el caso del pensamiento; allí prima la filosofía del lenguaje

Ludwig, Helene y Paul Wittgenstein, en una imagen antes de la I Guerra Mundial.
Ludwig, Helene y Paul Wittgenstein, en una imagen antes de la I Guerra Mundial.

La filosofía ha tenido siempre vocación universal, sobre todo tras la Ilustración, que proclamó la igualdad de todos los hombres. Eso no quita que en algunos países cuajen tendencias que en otros tienen menos importancia. Ha ocurrido en Reino Unido, en cuyas universidades ha dominado a lo largo del siglo XX y hasta hoy la filosofía analítica o del lenguaje. Hasta tal punto, que el que fuera presidente del Instituto Internacional de Filosofía, Raymond Klibansky (nacido en Francia, afincado en Canadá, ciudadano británico y profesor un tiempo en Oxford), escribió que la filosofía británica era “obstinadamente lingüística”. Ese interés por el lenguaje procede de pensadores insulares como Bertrand Russell, John Austin y Peter Strawson, pero hunde sus raíces en Europa, en el Círculo de Viena, que sacudió el pensamiento en las primeras décadas del siglo pasado. Una influencia que llegó a Reino Unido a través de Alfred Julius Ayer, pero también de dos austriacos: Ludwig Wittgenstein, instalado finalmente en Camdridge, y de Karl Popper, quien, tras un tiempo en Nueva Zelanda, recaló en la London School of Economics. Hay un libro que refleja bien la influencia en Inglaterra de Popper y Wittgenstein: El atizador de Wittgenstein. Sus autores, David J. Edmonds y John A. Eidinow, tratan de reconstruir un supuesto hecho que se dio en Cambridge, cuando Wittgenstein empuñó un atizador como argumento frente a la dura cabeza de Popper.

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El interés por el lenguaje se expresa por dos vías: la que se enfrenta al lenguaje ordinario, entendiendo que parte de los problemas filosóficos se disuelven con un uso adecuado del lenguaje, y la de quienes entienden que es preferible un lenguaje preciso, lógico. Esta influencia está bien representada por Michael Dummett, pero tiene su origen en el alemán Gottlob Frege.

El interés por el lenguaje no se agota en sí mismo. El análisis se orienta pronto hacia problemas externos. Además de las cuestiones relativas al significado y la referencia, hay dos potentes áreas de pensamiento en Inglaterra centradas en la ética, hasta el punto en que es un lugar común hablar del giro ético, tan importante como antes fuera el giro lingüístico. Entre los pensadores más centrados en la moral baste citar al escocés Alasdair MacIntyre o al australiano Peter Singer. Un segundo frente se abre a la filosofía de la mente, donde el pensador más conocido es Derek Parfit.

Ese interés procede de pensadores como Russell, Austin y Strawson, pero hunde sus raíces en el Círculo de Viena

En esos mismos años (desde las primeras vanguardias hasta el presente), en el continente predominaban el marxismo, por un lado, y la filosofía derivada de Husserl, por otro. En el primero destacan pensadores como el húngaro Georg Lukács o trabajos colectivos como la Escuela de Fráncfort, donde coincidieron autores tan dispares como Adorno, Horkheimer, Marcuse y Benjamin, que han tenido continuidad en Jürgen Habermas, Karl-Otto Apel o Axel Honneth. No significa esto que no hubiera marxistas en Reino Unido, como el canadiense profesor en Oxford Gerald Cohen. El marxismo enlaza, aunque de forma algo forzada, con un autor de raíz husserliana como Jean-Paul Sartre. Sartre sigue inicialmente la senda marcada por Hei­degger: el existencialismo. En el pensamiento contemporáneo continental, sobre todo en Francia e Italia, es clara la herencia de Heidegger en los pensadores agrupados en torno a etiquetas como “pensamiento débil” o posmodernidad. Un caso aparte, por la potencia de su obra, es Michel Foucault. En España cabría citar la influencia que ha tenido Heidegger en Emilio Lledó, si bien a través de Hans-Georg Gadamer.

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