Gracias, ‘Vis a vis’
Que 'Vis a vis' termine en su segunda temporada es síntoma del drama de las series españolas, muchas veces obligadas a hacer concesiones para plegarse ante las audiencias masivas
Esta noche termina Vis a vis. La historia de las presas de Cruz del Sur solo ha durado dos temporadas. Aunque era de prever (y lo deseable) que la serie de Antena 3 no estirara demasiado, es evidente que la historia y los personajes daban para una tercera entrega en muy buenas condiciones. Pero los datos de audiencia han ganado. Esto no es HBO, ni Netflix, ni una cadena de pago que pueda permitirse mantener una serie que aporte caché y reputación olvidándose de cuántos espectadores dicen los audímetros que están al otro lado.
Que Vis a vis termine en su segunda temporada es síntoma del drama de las series españolas, muchas veces obligadas a hacer concesiones para plegarse ante las audiencias masivas que buscan/necesitan las cadenas. Si arriesgas, lo que ganas por un lado (reconocimiento, aplauso y alabanzas de la crítica) lo pierdes por otro. Antena 3 y Globomedia decidieron intentarlo y no claudicar. Si había que torturar en pantalla, se torturaba. Si había que violar, se violaba. Si había que mostrar desnudos frontales, se mostraban.
Y el que no quiera mirar, que no mire.
El atrevimiento se agradece. Y se aplaude. Gracias a esa valentía hemos podido disfrutar de una de las series más rompedoras y más cuidadas del panorama nacional en los últimos años. Vis a vis ha roto moldes y ha demostrado que otra televisión es posible. Igual que lo ha hecho El Ministerio del Tiempo. Si ninguna de las dos pasa de su segunda temporada (TVE aún no ha renovado El Ministerio), habrá que pensar seriamente qué televisión quieren las cadenas que tengamos.
Vamos a quedarnos con lo bueno. Con personajes femeninos tan poderosos como Zulema. Con un grupo de actrices (y actores, pero ellas eran mayoría) que han aportado humanidad y fuerza a sus papeles. Con una fotografía y una iluminación cuidada al detalle. Con una narrativa que se atrevía a romper la sucesión lineal de los acontecimientos y a jugar con las elipsis temporales. Con unas tramas que llevaban a los personajes y al espectador al límite de su aguante. Pero aguantábamos, porque sabíamos a lo que veníamos.
Y a quien no le guste, que no mire.
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