¡A las armas!
La propuesta es muy lírica, agrada a los oídos y a los sentidos: “Embriagaos, embriagaos sin parar. De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis”. Lo aconsejaba Baudelaire en El spleen de París. Pero vamos a imaginar que se unen la sed de alcohol y la sed de poder. El resultado puede ser temible. La botella ofrece muchos placeres pero también altera la cabeza, te hace creer que eres capaz de cualquier cosa, puede hacer aflorar o potenciar lo peor de uno mismo. Bueno, Hitler y Franco al parecer no bebían y la historia puede certificar los resultados de sus sobrias decisiones.
Creo que el borrachuzo Yeltsin y el exalcohólico George W. Bush (no hay que fiarse, la enfermedad es a perpetuidad aunque se mantenga anestesiada) no coincidieron por muy poco en sus respectivos mandatos del universo, pero acojona lo que podría haber ocurrido si un Yeltsin mamado (como siempre) y un Bush atacado por una recaída alcohólica hubieran tenido una bronca a través del teléfono rojo en horas pálidas de la madrugada. O sea, lo de “por mis cojones que yo a ti te mato y el que te va a matar soy yo”. Y ambos disponiendo de las llaves de un maletín que dispara bombas atómicas. O sea, se acabó la humanidad por culpa del efecto de las copas en la cabeza de los dos matones más poderosos de la tierra.
Pienso en cosas tan ¿improbables? mientras que escucho en la tele declaraciones de Trump en las que afirma que la masacre de Orlando se hubiera evitado si los clientes de la discoteca hubieran ido allí armados. No hay datos de que Trump beba mucho o se meta sustancias que alteren su ánimo. Pero nadie que no esté zumbado puede creer que lo más sensato y necesario para salir de fiesta es portar una magnum y un kaláshnikov. ¿Imaginan a los borrachos y ajusticiables hooligans de la Eurocopa adquiriendo legal y fácilmente armas de fuego? Yo no quiero imaginarlo.
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