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De Enzensberger a Enzensberger

En el tardofranquismo, años de ebullición intelectual, las nuevas cohortes de universitarios ampliaban a borbotones el campo de lectura

Joaquín Estefanía
Ilustración de Setanta.
Ilustración de Setanta.

En el principio fue Materialismo y empirocriticismo, una de las obras más herméticas y minoritarias de Lenin, ya que no podían publicarse, por ejemplo,¿Qué hacer? o El Estado y la revolución. Eran los estertores del franquismo y el inicio de la Transición. Todo parecía posible. Una nueva generación de editores arriesgaba sus posibilidades ante una censura que boqueaba, que tenía menos lógica que nunca, para encontrar los intersticios mediante los cuales colocar la literatura política que se había enseñoreado del panorama europeo después de Mayo del 68. Una literatura muy mayoritariamente de izquierdas y muy poco liberal.

En el tardofranquismo, años de ebullición intelectual, las nuevas cohortes de universitarios ampliaban a borbotones el campo de lectura. Se trataba de salir de las trastiendas en algunas librerías de vanguardia en las que se dejaba entrar a los pocos clientes enterados, ávidos de comprar lo prohibido, que llegaba fundamentalmente de las casas de libros latinoamericanas, para empezar a vender a todos las fuentes primarias del pensamiento de las diferentes izquierdas (marxismo, anarquismo, socialismo, cristianismo progresista, situacionismo, surrealismo…) en los anaqueles de novedades y en las ferias del libro.

La Transición acabó con los sueños revolucionarios y con las utopías de conseguir la transformación a través de la violencia y la ruptura

La censura presentaba fisuras. A través de ellas, a riesgo de multitud de procesos y secuestros de libros, empezaron a publicarse los textos que daban cuenta de la muy heterogénea agitación política de la época. Lo contaba con exactitud Jordi Herralde, el patrón de Anagrama (una de las editoriales que nacieron con esos presupuestos), en el libro que homenajea los primeros 45 años de la empresa: el procedimiento habitual en aquellos tiempos consistía en presentar los manuscritos originales, o libros extranjeros sin traducir, a la “consulta voluntaria”. La censura autorizaba la publicación, la “desaconsejaba” o suministraba una serie de pasajes a suprimir. Había una serie de temas particularmente tabúes: la revolución cubana, la china, el Mayo Francés, la guerrilla urbana o cualquier alusión no canónica a la Guerra Civil. “Existía la posibilidad de presentar el libro ya editado al Ministerio [de Información y Turismo] y quedar a la espera de su reacción. Una vez cumplido el plazo de un día por cada 50 páginas del libro, podía empezarse la distribución, a menos que en el intervalo se produjera el secuestro de este y el correspondiente proceso por el Tribunal de Orden Público. El editor jugaba así más fuerte que con la ‘consulta voluntaria’. Por una parte, arriesgaba el coste económico de la edición, pero por otra ampliaba el campo de maniobra”.

Anagrama cumple en estos días los primeros 500 ensayos publicados de su colección Argumentos. Es una de las efemérides de estos días junto a los 200 primeros ensayos de Galaxia Gutenberg. En ambos casos, están muchos de los nombres de autores españoles y de fuera de España, que han marcado el mainstream intelectual de nuestra época. Herralde comenzó la colección con el sabio Hans Magnus Enzensberger, recién estrenada entonces la edad de la cuarentena (Detalles, 1969), y ha llegado al medio millar de libros otra vez con el mismo autor, esta vez cerca de ser nonagenario (Ensayos sobre las discordias, 2016). En medio, toda la obra del ensayista alemán, entre muchísimos otros autores (Habermas, Deleuze, Bourdieu, Foucault, Perry Anderson, Said, Sachs, Sennett…) que son las señas de identidad del pensamiento de esos años. Joan Tarrida, en Galaxia Gutenberg, ha editado a gente como Canetti, el recientemente fallecido Imre Kertész, Bellow, Milosz, Pasternak, Vargas Llosa, Havel, Todorov, Magris, Vasili Grossman, etcétera.

Fue esa década prodigiosa (finales de los sesenta, principios de los setenta del siglo pasado) la testigo de la eclosión de las editoriales que forman parte de la educación sentimental de una generación: por citar sólo algunas, el Fondo de Cultura Económica y la Alianza de Javier Pradera, Cuadernos para el Diálogo y las que se juntaron para formar la mítica distribuidora Enlace (entre las que se encontraba Tusquets, también muy relevante en sus inicios en la distribución del pensamiento heterodoxo, con sus colecciones Acracia, Cuadernos Ínfimos, Marginales, con nombres como Musil, Gramsci, Karl Kraus, Cioran, Thomas Bernhard…), La Gaya Ciencia, Ruedo Ibérico (desde Francia), Siglo XXI, Akal, etcétera. Y otras más pequeñas, desaparecidas, pero también centrales en esos años, como Ciencia Nueva (muy vinculada al Partido Comunista), ZYX (cercana a los movimientos progresistas católicos), De la Torre (que publicó en España los míticos Cuadernos de educación popular, de Marta Harnecker) o Ricardo Aguilera. Esta última era una editorial especializada en el mundo del ajedrez, que publicó masivamente textos cortos de algunos de los clásicos del marxismo; se le autorizaba una primera edición corta en ejemplares y los reimprimía constantemente sin advertirle al ministerio de que se trataba de nuevas tiradas. Así vendió miles de ejemplares de Carlos Marx et altri.

El final de los sesenta fue testigo de la eclosión de las editoriales que forman parte de la educación sentimental de una generación

De esta manera, rellenando lagunas, “océanos por colmar”, sin sistematización precisa, llegaron a España los textos de la izquierda ortodoxa y la heterodoxa, las vanguardias culturales y contraculturales, el radicalismo, el Che Guevara y el príncipe anarquista Kropotkin, Althusser, Stalin, Mao y Trotski, y la mejor escuela del marxismo italiano, la banda Baader Meinhof y Cohn Bendit, economistas como Ernest Mandel, Paul Baran y Paul Sweezy, y muchísimos filósofos, sociólogos, politólogos, historiadores y el resto de científicos sociales españoles que han sido los maîtres à penser hegemónicos en nuestro país en el último medio siglo.

Sin embargo, aquella ebullición izquierdista fue efímera. La Transición acabó con los sueños revolucionarios y con las utopías de conseguir la transformación a través de la violencia y la ruptura. La democracia devino en el programa máximo de los antiguos rebeldes. Llegó la época del desen­canto. Comenta Herralde que aquellos lectores inquietos que se interesaban por todo dejaron de leer no sólo textos políticos, sino también libros de pensamiento, de teoría, lo cual provocó la desaparición, o el letargo, de la casi totalidad de las revistas políticas (Zona Abierta, Materiales, Mientras Tanto, El Cárabo, El Viejo Topo, En Teoría…) y el colapso de la mayoría de las editoriales progresistas. Las que sobrevivieron se transformaron y aumentaron su foco hacia la ficción. Ahora viven una segunda juventud.

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