Cholo: no puedes

Todavía puede existir algo peor para el Atlético de Madrid que perder la final de la Champions: el abandono de Cholo Simeone. Lo declaraba ante las cámaras de Bein Sport. Las retransmisiones más bien sosainas de la nueva cadena y Antena 3 no lograron disimular el drama en quienes cargaron con la derrota el sábado.

Sencillamente, es imposible. Un banquillo del Calderón sin Simeone acumularía el aire triste de un asiento de metro en el último trayecto. “Pensar, tengo que pensar... Quedar dos veces segundos es un fracaso. Pero cuando uno da todo, las lágrimas, a mí, no me salen”, declaraba, muy entero, ante los canutazos del postpartido.

Nadie como el argentino sabe repartir y absorber al tiempo puro carisma desde el borde del área. Con su lealtad al horóscopo, nos quiere convencer de que el fútbol es destino. Otros nos lo venden como ADN. Quizás ninguno lleve del todo razón, pero podemos concederle un tanto por ciento más elevado al pibe del barrio de Palermo, que aprendió la lección desde que jugaba en la calle de acera contra acera.

Cree que quizás no se haya aplicado lo suficiente para doblar el espinazo a esa gloria que en otros cae en serie. El orgullo le desarmó en mitad de la derrota la simple lógica de los agujeros negros. Podría firmar por quien quisiera, pero sabe que jamás sería lo mismo. Que la ilusión generada, el bello efecto contagioso de lucha por la vida que ha transmitido a sus seguidores en medio de estos tiempos tan duros, no puede traicionarse con un simple adiós. Que los suyos le necesitan para levantarse y volver a caminar, perfumados por la insobornable fe que les transmite su nobleza. Si el Cholo dejara de levantar los brazos cara a la grada pidiendo ánimo incondicional, representaría un drama no sólo para el Atlético. También para un país que, con su ejemplo, desea reinventarse.