Lo que hay
En los momentos que invitan a la rendición, siempre queda Leonard Cohen
Hace muchos años, cuando la muerte era algo que en el fondo sonaba a lejano aunque coquetearas con ella, siempre con aire romántico y desgarrado, leí una convicción impagable de Oscar Wilde, aquel ser tan libre y brillante que terminó escribiendo inconsolables baladas desde la cárcel de Reading, pagando muy caras sus transgresiones ante los poderosos de siempre. Decía: “Señor, líbrame del dolor físico, que del moral ya me encargaré yo”. ¿Demasiado cinismo? No, lucidez sobre el equilibrio o el desequilibrio entre los dolores del cuerpo y del alma. Y, cómo no, en los momentos que invitan a la rendición, Leonard Cohen me recuerda que “aún hay tiempo, puedo inventarme un camino, falsificar un pasaporte, hablar un nuevo idioma”. Y mi amigo Manolo Marinero, que se tiró por un balcón, me animaba con un verso de Claudio Rodríguez: “Y ahora que estamos en derrota, pero nunca en doma”.
¿Que por qué me asaltan estas tonterías en una columna en la que debo informar de lo que exhiben las televisiones? Pues porque tengo un catarro fuerte, porque tengo fiebre, porque lo que se me pide a cambio de cobrar puntualmente todos los meses mi abultada y justificada nómina (no la pedí como en todos mis trabajos anteriores, me la ofrecieron) es que les cuente lo que veo y escucho en la televisión. No todo, por supuesto, las frivolidades sobran.
Pero resulta que busco programas que me apasionaban como Jara y sedal, o sea caza y pesca para iniciados, algo que distrae al ánimo del siniestro estado de las cosas, o el campeonato mundial de minigolf, pero con el continuo trasvase de canales en la tele me resulta imposible encontrarlos. Por tanto, veo en Sálvame durante infinito tiempo a un señor con la cabeza afeitada al que acusan de que una vez se retrasó en la pensión mensual a su exmujer y a sus hijos. Apasionante. Que toda España lo sepa, como dicen esos seres trascendentales en el programa. Contado está.
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