De guionista, William Shakespeare
Un repaso a diez grandes adaptaciones al cine del mundo del dramaturgo inglés, uno de los clásicos más presentes en la pantalla
Ian McKellen asegura que no hay mejor ni más prolífico guionista que William Shakespeare. Y lo dice un actor que lo ha disfrutado encarnando a sus personajes en teatro, televisión y cine -espléndido en Ricardo III (1995) para el cine, y legendario en la versión de Trevor Nunn de Macbeth (1979) para televisión, por poner dos ejemplos. Muchos directores y actores (Laurence Olivier, John Gielgud, Akira Kurosawa, Franco Zeffirelli, Orson Welles o Kenneth Branagh, entre los más destacados) han basado la mayor parte de su carrera o sus mejores trabajos en obras del bardo. Según la base digital de datos IMDB, web de obligada consulta para los cinéfilos, el inglés está acreditado como escritor o guionista en 1.150 largos, cortos y series de televisión. No hay nadie a su altura. Y casi una veintena de películas son obras maestras. Así que seleccionar una decena de títulos se hace complejo... y voluble. Otro día podrían ser otras.
Enrique V (1944). Laurence Olivier dirige y protagoniza un drama de Shakespeare, algo que ya dominaba desde sus 20 años. En este caso encarna al rey que se lanzó a la conquista de Francia en mitad de la Guerra de los Cien Años. Candidata a cuatros oscars, la película no ganó ninguno, pero la Academia concedió a Olivier uno honorífico en reconocimiento a su labor en este filme. En 1949 el cineasta ganó finalmente el de mejor actor por su Hamlet.
Planeta prohibido (1956). Pues sí, un shakespeare puede adaptarse hasta para la ciencia ficción (la acción transcurre a finales del siglo XXI). En este caso, la obra original es La tempestad. Vagamente, pero ahí está entre robots y música electrónica.
Campanadas a medianoche (1965). Orson Welles sabe darle una vuelta al mito con su encarnación de John Falstaff, personaje que aparece en las dos partes de Enrique IV, se habla de su muerte en Enrique V y destaca en Las alegres comadres de Windsor. Según Esteve Riambau, director de la Filmoteca de Catalunya, “Orson fue una máquina de creación. En el corazón de su arte palpitan Shakespeare y El Quijote. Para Welles, todo está ahí”. Y esta película, rodada en España, es el ejemplo.
El rey Lear (1971). El mismo año, dos creadores tan distintos como el soviético Grigori Kozintsev y el inglés Peter Brook versionaron uno de los grandes dramas de Shakespeare. El guion de Kozintsev se basaba en la traducción al ruso de Boris Pasternak, labor que juntos habían realizado previamente en su Hamlet de 1964. La visión de Brook cuenta con un enorme Paul Scofield como rey Lear.
Ran (1985). Akira Kurosawa ya había encarado el universo del dramaturgo en Trono de sangre (su Macbeth). Pero en Ran el despliegue visual y la meticulosidad con que mantiene el espíritu original de El rey Lear en su traslación al siglo XVI japonés apabulla.
Rosencrantz y Guildenstern han muerto (1990). ¿Se puede hurgar en el mundo de Shakespeare y encontrar sorpresas? Sí, y así lo demuestra Tom Stoppard, centrándose en dos personajes muy secundarios de Hamlet, primero en su obra de teatro y después en su propia plasmación en el cine. El punto de vista de Rosencrantz (Gary Oldman) y Guildenstern (Tim Roth) –o cómo se ve la Historia desde los aledaños del poder- sirve para disfrutar aún más de Hamlet. Merecido León de Oro en el festival de Venecia en 1990
Looking for Richard (1996) Al Pacino se lanzó a explicarle a la humanidad que era aquello del pentámetro yámbico (el ritmo habitualmente usado por el dramaturgo en su escritura). Como dice en su arranque el actor y director: "Siempre soñé con contar a otra gente lo que me hace sentir Shakespeare”. Juega con los formatos: a ratos adaptación de Ricardo III, a ratos documental, a ratos making of.
Hamlet (1996). Kenneth Branagh, el Olivier de la nueva generación, encara Hamlet en 243 soberbios minutos (el shakespeare más largo del cine). En la primera parte, consciente de que hay menos acción, mueve con agilidad la cámara. En la segunda, deja que las palabras hagan el trabajo. Con todo, hay por momentos demasiada megalomanía de su parte.
Hamlet (2000). Michael Almereyda lleva Hamlet (Ethan Hawke) al mundo de las grandes corporaciones neoyorquinas. Y parecería que Shakespeare hubiera escrito la obra pensando en aquellas oficinas y rascacielos. Todo un hallazgo, ese To be or not to be entre estanterías llenas de videos recitado por un niño rico.
César debe morir (2012). Los veteranísimos hermanos italianos Paolo y Vittorio Taviani representan Julio César en una cárcel de máxima seguridad de Roma y con presos como actores. Solo dura 76 minutos, pero son apabullantes en cada uno de sus segundos.
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