Mike Brodie: “No puedo evitar ver un tren sin que me recorra un escalofrío”
La obra del joven y rebelde fotógrafo se expone por primera vez en España
Han pasado 14 años ya desde que un día 'saltó' al primer tren en marcha. Con 17 años y sin rumbo emprendió un viaje que le llevó a recorrer más de 80.000 kilómetros por distintos parajes de Estados Unidos. Escondido en vagones montacargas veía pasar América, y como un perro que asoma el hocico por la ventana, el viento alentaba sus sentidos y exacerbaba su ansia de libertad. Durante cuatro años Mike Brodie (Arizona, 1985) no tuvo muchos motivos para mirar atrás: su padre estaba habituado a pasar más tiempo entre rejas que en libertad, su madre había librado la batalla del alcohol gracias a la religión, su abuela conducía un camión y también se daba a la bebida, y su abuelo había abusado de él en repetidas ocasiones. “ Mi vida era aburrida”, cuenta Brodie, ”no había encontrado una dirección en la vida. Quería dejar mi pueblo y viajar, para ver qué pasaba. Era joven y no tenía responsabilidades, era lo mejor que podía hacer”.
Dos años más tarde, en aquellos trenes donde no era el único polizón, se le conocía por el apodo de Polaroid Kid. Era el nombre con el que subía sus imágenes a Internet. Aquellas imágenes surgidas con inmediatez, tan frescas y espontáneas como el aire de aventura que exudaban sus protagonistas, fueron sus primeros pasos hacía una fama no intencionada. “Realmente me sentí intrigado por la gente que me encontraba, y las cosas que veía”, dice Brodie. “Quería capturar esos momentos en fotografías, así que me convertí en un adicto a documentar mi experiencia y a compartirla con otros”.
Su pasión por la fotografía se vio reforzada por azar. Él y su amiga Savannah robaban libros para revenderlos en amazon.com. Un día el botín consistió en 4 libros de fotografía: The Bikeriders de Danny Lyon, se lo quedó Brodie, regalaron uno de Mary Ellen Mark, el de Sebastião Salgado fue para su amiga y el perro se comió el de Steve McCurry. Sin dinero, ni responsabilidades, él y aquellos nómadas inconformistas salidos del punk hacían de la acracia su escuela y del camino su credo. Algunos como Brodie huían de algo, otros simplemente seguían la senda iniciada por Kerouac y la generación beat; rebeldes atraídos por la llamada de lo auténtico y lo inesperado, por un camino de peligro y también de adicción. No eran unos sin techo, habían elegido estar fuera de la ley y encontrar gente, que como escribía Kerouac: “Nunca bosteza, ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”. “No sé mucho de Kerouac, confiesa Brodie, no me gusta la poesía ni tampoco leo mucho, así que no sé mucho sobre sus viajes. Pero me he sentido muy halagado al verme comparado con un icono americano”.
Mike Brodie nunca quiso ser un artista, ni vio en la fotografía un medio de vida. Su fotografía nació de un deseo espontáneo de mostrar aquella imagen precisa que tenía del mundo y su experiencia y durante un periodo de tiempo se convirtió en una autentica necesidad. Para conseguir cartuchos llegó a someterse a experimentos farmacéuticos como voluntario. “Otras veces robaba. Entonces, era malo”, recalca Brodie. Cuando Polaroid dejó de fabricar película, el joven se hizo con una Nikon F3 y un objetivo de 35 mm. Durante aquellos días produjo cientos de carretes que revelaba en los servicios de 24 horas. Cuando tenía suficientes regresaba a casa de su madre, los escaneaba y subía sus fotografías a Internet. Así nació su fama. El cronista del underground salía a la superficie.
La Sala Municipal de Exposiciones de San Benito, en Valladolid, expone Mike Brodie. Trenes y Libertad, la primera exposición que se celebra en España de este artista que abandonó la fotografía una vez que alcanzó la fama. Su obra exhibe, según declaraciones de Enrica Vigano, comisaria de la exposición, “unos encuadres, tonalidades y enfoques casi perfectos” raros en alguien tan joven. Ha sido observada como el canto a la libertad de una juventud en su esplendor, donde la lucha por la supervivencia, la suciedad, la precariedad, el dolor el desencanto, conviven con el candor, y el romanticismo de una vida a la intemperie. La cruda realidad de un viaje destinado a terminar, de una libertad a la que el tiempo acabaría poniendo bridas.
A medida que su fama se extendía por las redes sociales, Brodie se sentía más inseguro. Cerró sus perfiles y continuó fotografiando a sus compañeros, a quienes temía traicionar exponiendo públicamente sus andanzas. Pero pronto se rindió al influjo de la popularidad- aunque por poco tiempo- y llegó su primera exposición, luego, el Premio Baum para fotógrafos emergentes. Más tarde dos libros, A Period of Juvenile Prosperity y Tones of Dirt and Bone, publicados, por Twin Palm, le catapultaron a un reconocimiento internacional.
No está muy claro por qué Brodie abandonó la fotografía y sus viajes en 2009. Ahora, a sus 31 años está casado y trabaja como mecánico de motores de diésel. Dice no arrepentirse de su elección: “ No me arrepiento. A veces es duro, largas horas de trabajo me hacen cuestionarme las opciones de la vida pero nunca arrepentirme. Encuentro el mismo entusiasmo y la misma libertad haciendo este trabajo que cuando viajaba”. En cuanto a los motivos por los que abandonó la cámara, dice: “Siempre ha ocurrido lo mismo en mi vida: me entrego de lleno a algo y luego lo dejo y paso a otra cosa, dicen que es cosa de los zurdos como yo. No creo que vuelva a la fotografía, al menos de forma tan agresiva como antes”.
“No vivía en libertad, y no creo haber vuelto a un camino ya andado. El tren continúa en marcha, la vida es solo un viaje sin fin”, concluye Brodie. Sin embargo, reconoce que “no puedo evitar ver pasar un tren sin que me recorra un escalofrío”.
Mike Brodie. Trenes y Libertad. Sala Municipal de Exposiciones San Benito, Valladolid. Hasta el 17 de abril
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.