Y 'Firefly' por fin aterrizó en España
Si Firefly, el western galáctico de Joss Whedon, se hubiese rodado y emitido hoy en día, probablemente hubiésemos tenido serie para unos cuantos años (un lustro al menos, tampoco hay que abusar). Son tiempos buenos para las producciones de ciencia ficción y/o fantasía, lo que no quiere decir que sea ciencia ficción buena lo que tenemos ahora en la parrilla. Pero sí triunfa, entre el público y entre las cadenas, el entretenimiento hecho con cariño y pensando en un mínimo de calidad. Lo han demostrado Netflix, con producciones propias excelentes como Daredevil o Showtime con Penny Dreadful, y lo está intentando AMC con productos concretos como Into the Badlands (dejamos fuera The Walking Dead o Juego de Tronos, que están en otra liga). Y por supuesto Syfy de vez en cuando da en el clavo. Pero Firefly llegó con el inicio del nuevo milenio, en 2002. Series que han cambiado la historia de la televisión como The Wire o The Shield estaban entonces empezando. Otras fundamentales (cada una a su manera, que nadie se alarme) estaban asentándose, como Los Soprano, Alias o 24. No se hablaba todavía de la edad de oro de las series y el nicho de los dramas espaciales estaba saturado con la última entrega de Star Trek, la propuesta de Stargate o Farscape (ya ni se emitía Babylon 5).
La serie cuenta la historia de un grupo de contrabandistas, capitaneados por Mal Reynolds (Nathan Fillion, sí, al que conoces por Castle), perdedores de una guerra civil del futuro -año 2517- en un sistema solar adaptado para la vida humana. Como en Blade Runner, el futuro es medio chino, y como en Star Wars, los planetas del exterior parecen el salvaje oeste. Whedon jugó con estos aspectos y con las películas de aventuras antiguas (como hizo George Lucas), a lo que añadió un toque oscuro en sus personajes. No en vano, Mal Reynolds es lo más cercano que hay en la television a un Han Solo cabreado.
Firefly tiene todos los elementos para disfrutarla: personajes (y actores) carismáticos y bien construidos, diálogos ágiles, imaginación, aventuras, humor, el toque justo de romanticismo y el toque idóneo de oscuridad (uno de los motivos por los que se dijo que Fox canceló la serie). Ah, y el gran atractivo de una nave, la Serenity, de las que se te quedan en la memoria porque acaban siendo un personaje más de la ficción. La serie aguanta el tipo durante los 14 capítulos, desarrolla bien los diferentes arcos con los motivos de las acciones de sus personajes y no olvida que el espectador necesita seguir una historia capítulo a capítulo. Y es entretenida. Mucho. De verdad.
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