Los monstruos de un asceta
La Tate Britain expone una retrospectiva de Frank Auerbach, el célebre pintor alemán que engrandeció la pintura británica con la crudeza de su realismo
Trabaja 364 días al año, en una incesante carrera en contra del tiempo que solo interrumpe la mañana del día de Navidad. Los miércoles visita por las tardes a su mujer. Va al cine una vez al mes cuando se siente cansado, al teatro quizá dos veces al año, y en alguna de sus noches de insomnio se distrae con la televisión. Vive solo en su pequeño y destartalado estudio de Mornington Crescent, al que llegó en 1954. Se describe a sí mismo como “una bestia en su madriguera que no desea ser invadido” en el documental Frank Auerbach: To The Studio. Frank Auerbach (Berlín, 1931) ha sido al actor silente y esquivo del triunvirato formado por él y sus amigos Lucian Freud y Francis Bacon que en tiempos de posguerra logró situar en la vanguardia a la mediocre pintura británica, impregnándola con la crudeza de su realismo.
Llegó a Inglaterra en 1939, huyendo de los nazis. Se despidió de sus padres en Hamburgo. Fue la última vez que los vio. Las cartas que le enviaban dejaron un día de llegar; murieron en Auschwitz. Sin embargo, dice no tener ningún recuerdo desagradable de aquellos días. Quizá estos quedaron profundamente enterrados en su subconsciente, para poder seguir adelante, y son el germen de la inquietud que desprende su obra: rostros, desnudos y paisajes que parecen surgir de oscuras entrañas y que poco a poco se revelan ante el espectador entre gruesos y caóticos impastos de óleo aplicados vigorosamente sobre la tela. Cuanto más se mira, más se ve en la obra de este octogenario pintor, que se exhibe hasta el día 13 de marzo en la Tate Britain de Londres. Ha sido el propio artista quien ha elegido las obras expuestas en todas menos una de las salas. Catherine Lampert, que además de ser la comisaria de la exposición ha posado para el artista, se ha encargado del resto. Sobra decir que alguien tan despreocupado por su estatus como Auerbach ha puesto el énfasis de su elección en la pintura, no en su persona.
Una buena obra debe poder existir por sí misma, es la que se ha liberado de toda posible explicación”, dice el artista
Sus obras destilan una pasión equiparable a la que el artista ha demostrado por el acto de pintar y, sin concesiones, transmiten la energía y la lucha que ha mantenido el pintor en crear imágenes que “se asoman al mundo como un nuevo monstruo”, tal y como él mismo lo describe en el catálogo que acompaña a la exposición. De su maestro David Bomberg heredó su desdén por el estilo, intentando siempre lograr una imagen que sea válida para él, sin importarle lo que vean los demás. “Una buena pintura debe existir por sí misma y con sus propias leyes y es aquella que inexplicablemente se ha liberado de toda posible explicación”, dice el artista. La tactilidad que desprende su obra proviene no solo de la cantidad de pintura que la compone, sino también de la vida y crudeza que desprende; parece convertirse en materia viva.
De vez en cuando el silencio de su estudio se ve interrumpido por la llegada de uno de sus modelos. Ocurre una vez a la semana y a la misma hora. Solo un grupo de conocidos tiene el lujo de posar para él, algunos lo hacen ya desde hace décadas y posan entre veinte y a veces más de cien sesiones antes de que quede satisfecho con el retrato. Sentados en una silla, se olvidan de sí mismos. Mientras, el pintor distribuye densas capas de pintura que más tarde rascará y repintará innumerables veces, buscando captar su presencia en toda su diversidad de matices más que su parecido. “Creo que la gente empieza a pintar debido a un tipo de ansiedad acerca del tiempo. Uno sabe que la experiencia va a desaparecer, uno sabe que la gente va a desaparecer, de forma que uno trata de retenerlos”, decía el pintor en una entrevista con el crítico Richard Cork. Sin pretensión ni grandilocuencia, sino con la integridad y la humildad de un asceta, Frank Auerbach parece haberle ganado su batalla al tiempo. La autoridad de su obra lo confirmará.
Frank Auerbach. Tate Britain. Londres. Hasta el 13 de marzo.
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