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El kitsch en Auschwitz

'En el paraíso', de Matthiessen, incurre en la prosa de agencias de viajes y en la cursilería. El lector interesado hará bien en recurrir a los grandes de la literatura concentracionaria

Patricio Pron
Niños en el campo de Auschwitz.
Niños en el campo de Auschwitz.Getty Images

Tadeusz Borowski, escritor polaco y sobreviviente de Auschwitz, es (junto con Primo Levi, Jorge Semprún, Imre Kertész, Varlam Shalámov y Jean Améry) uno de los más destacados representantes de la literatura escrita a raíz de y a menudo después de la experiencia de los campos de concentración; también es el objeto de estudio de Clements Olin, el poeta y académico estadounidense que participa de “una semana de homenaje, oración y meditación silenciosa” en Ausch­witz en el invierno de 1996.

Ni Olin ni la reunión en Auschwitz son reales; sí los hechos sucedidos allí y ampliamente documentados, que Peter Mat­thiessen parece considerar (sin embargo) poco conocidos por el lector, de allí que se valga de la supuesta semana en Auschwitz, de su protagonista y de una pareja de jóvenes polacos para aleccionar al lector acerca de asuntos como el antisemitismo, el riesgo de relativizar los hechos históricos, la responsabilidad individual de los descendientes de víctimas y perpetradores, los vínculos entre justicia y venganza, el concepto de testimonio, la culpa del sobreviviente, Ana Frank, la vergüenza alemana, el carácter “elegido” del pueblo judío, la naturaleza del Vaticano, el amor, la trascendencia y, en líneas generales, “la capacidad insondable que tiene el hombre para hacer el mal”.

En el paraíso participa de la convicción (mayoritaria en numerosas literaturas, también en la española, desafortunadamente) de que sólo se puede escribir del horror horrorosamente y del mal absoluto absolutamente mal. En sus mejores momentos, este libro de Matthiessen de pretensiones didácticas incurre en la prosa de agencia de viajes (“En el lado norte, en su complejo vallado de un kilómetro y medio de ancho más o menos, están los cimientos de lo que queda de la pequeña ciudad de viejos establos que se usaban como barracones para los presos masculinos”, etcétera); en los peores, se hunde en la cursilería: las estrellas son “rígidas hasta la lobreguez”, el frío es una “tumultuosa inversión térmica”, todos los muros están “agrietados”, la maleta del personaje es (inevitablemente) una “vieja maleta”, los maquinistas del ferrocarril sólo pueden ser “hombres de caras ásperas y sucias de hollín (…) royendo mendrugos negros”, las “moradas se abalanzan sobre la carretera como si huyeran de las oscuras hileras de árboles perennes que bajan desfilando por las laderas blancas de las colinas de más allá, como si fueran regimientos prusianos”, etcétera.

El lector debe arrastrarse por algo más de doscientas páginas de buenas intenciones y prosa como la citada; su compensación es escasa: el descubrimiento de la implicación personal de Olin en el tema concentracionario (un whodunit excepcionalmente torpe) y su historia de amor con una monja (“El Señor ha querido que esta hermana de Cristo y este buen hombre, su hermano judío, se conozcan aquí en el Gólgota”, dice ella). El trazo grueso con que está contado todo, la simplificación hasta lo grotesco de la historia de Polonia, la caricatura de alemanes y polacos y un conocimiento nulo de la naturaleza de la estancia en Auschwitz, incluso de la más breve, hacen que la implicación del lector sea nula.

“El arte (…) es el único camino que puede llevar a la comprensión de esa maldad suprema que trasciende todo entendimiento”, sostiene un personaje (102). Se trata de una contradicción involuntaria (si la maldad “trasciende todo entendimiento”, el arte no puede aportar a su “comprensión”), pero también da cuenta del hecho de que no todo el arte puede contribuir a ese entendimiento (en el hipotético caso de que esta sea su función) y desde luego no el que pone de manifiesto En el paraíso. El lector interesado hará bien en recurrir a los nombres importantes de la literatura concentracionaria antes que al kitsch de sus entusiastas.

En el paraíso. Peter Matthiessen. Traducción de Javier Calvo. Seix Barral. Barcelona, 2015. 256 páginas. 18,90 euros

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