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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ruiseñores

En 'Pequeños gigantes', Telecinco demuestra su elemental habilidad para alargar inncesariamente la decisión del jurado sobre el concursante o buscar y rebuscar las lágrimas entre los pequeños o sus familiares

Ángel S. Harguindey

"Vuelve el baile". "Vuelve el canto". "Vuelve el talento". Lo que al parecer no vuelve a Telecinco es el sentido común, claro que eso tampoco es habitual en las televisiones. Y no vuelve porque el primer programa de la nueva temporada de Pequeños gigantes, el concurso para menores de 12 años, se emitió el pasado lunes desde las 21.50 a las 02.15 horas y una de dos, o en Telecinco piensan que los menores de 12 años son unos crápulas —lo que es probable— o es un programa destinado a los padres y abuelos de los concursantes, lo que es verosímil. En cualquier caso, el programa resultó rentable con un 20% del pastel y 2.943.000 espectadores, medalla de plata de la programación nocturna tras el oro que se llevó Antena 3 con su Mar de plástico (3.728.000 espectadores).

Desde el respeto a los niños y niñas que dedican buena parte de sus ratos de ocio a dar clases de canto o baile porque así disfrutan, resulta menos respetable la utilización que hace de todo ello una cadena que hace tiempo se ha especializado en las broncas personales, en la amargura y el dolor. No hay más que ver sus telediarios y comprobar cómo las noticias de catástrofes, personales o colectivas, ocupan la mayor parte del tiempo.

En el concurso, la cadena demuestra su elemental habilidad para alargar inncesariamente la decisión del jurado sobre el concursante o buscar y rebuscar las lágrimas entre los pequeños o sus familiares. El sufrimiento vende y eso lo sabe una cadena que desde la sobremesa —con esas impresentables discusiones entre los tertulianos de Sálvame— hasta el informativo de la noche, con esos planos de atropellos en Brasil o en China, da igual, encuentra en la amargura o en la pena su filón.

Arethas, Billy Elliots, Raphaeles, un desfile de críos y crías que gozarán de su cuarto de hora de fama para mayor gloria de Berlusconi.

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