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Cantando con Shakespeare

Dieciséis actores y quince músicos abordan en clave de musical 'Mucho ruido para nada', del dramaturgo inglés, a las órdenes de Àngel Llàcer, en el Teatro Nacional catalán

Marcos Ordóñez
Una escena de 'Mucho ruido para nada', en el Teatro Nacional de Cataluña.
Una escena de 'Mucho ruido para nada', en el Teatro Nacional de Cataluña.David Ruano

Hacía tiempo que no veía el Teatro Nacional de Cataluña (TNC) tan lleno y tan feliz. Àngel Llàcer, que ya nos había regalado en 2002 un brillante Sueño de una noche de verano en el Borràs barcelonés, se ha embarcado esta vez en una arriesgada aventura: montar Mucho ruido para nada en clave de musical. Y subrayo “en clave de” porque no estamos ante una pieza orgánica, como Kiss Me Kate o The Boys from Syracuse, sino más cerca de la adaptación fílmica de Trabajos de amor perdidos (2000), donde Kenneth Branagh esmaltó la comedia shakesperiana con canciones de Porter, Berlin y Kern. El equipo de Molt soroll per no res es tan numeroso como entusiasta: 16 actores interpretan la óptima traducción catalana de Salvador Oliva, bailan las coreografías, ligeras y eficaces, de Aixa Guerra, y cantan nada menos que 14 canciones (11 de Cole Porter, 2 de Irving Berlin y 1 de Herb Brown), servidas por una orquesta de 10 músicos, dirigida por Manu Guix, que también firma los arreglos con Bernard Hernández.

Àngel Llàcer y Marc Artigau han ambientado la trama en un estudio del Hollywood de los años cincuenta, durante un rodaje comandado por un director (Llàcer) y una productora, Leonata (Leonato en el original), madre de la joven Hero; el grupo de fools son los vigilantes del plató. Como la dramaturgia no brilla por su claridad, conviene saltar algunas vallas: a) Don Pedro y sus huestes llegan, nos dicen, “de otro rodaje en Europa”, pero extrañamente vestidos de oficiales y marineros; b) los conflictos parecen sucederles, de modo aleatorio, a los actores del estudio y a los personajes de la película: tiene poco sentido, por ejemplo, que la boda sea una ficción, y c) se diría que Claudio (Marc Pociello) siente mayor proclividad hacia Don Pedro (Jordi Coll) que hacia Hero.

Hay que aplaudir la escenografía de Sebastià Brosa: la orquesta está en lo alto; el plató juega (ingeniosa idea) a llenar de vacío el enorme espacio de la sala grande del TNC, y de la oscuridad brotan, como apariciones, los preciosos decorados: los camerinos, el despacho de Leonata (Victòria Pagès) y su hermano Antonio (Oriol Burès), el jardín de un hotel de Los Ángeles, y la capilla de la boda, todo ello iluminado, en un contraste de luz y sombra casi de cine negro, por David Bofarull y Albert Faura.

Se trata de una función desigual, pero con tanta alegría como generosidad, justamente recompensada por los espectadores

Benedicte, el empecinado soltero del relato, es David Verdaguer, que se convierte en el rey de la fiesta desde que pisa la escena. Canta (Let’s do it) y baila con soltura, se mete al público en el bolsillo con sus monólogos, y tiene una gracia controlada, eficacísima, que a mí me hizo pensar en un joven Tom Selleck. Bea Segura es una Beatrice luminosa pero con una tendencia innecesaria (lleva micro, como todos) al volumen alto y a los tonos y gestos subrayados. Felizmente, en la segunda parte desaparecen esos excesos de composición, afloran los matices y borda, con Verdaguer, la escena rematada por C’est magnifique.

Albert Triola es un tronchante Don Juan, aquí reconvertido en villano caricaturesco, casi de dibujo animado, muy bien secundado por Òscar Muñoz, naturalísimo Borachio. Veo a Aida Oset (Hero) todavía un poco insegura como actriz, aunque pletórica de encanto y con una voz deliciosa: arranca con un sensual Let’s do it en versión original (luego elevado a coral himno de batalla), y el Cheek to Cheek que se marca patinando con Marc Pociello es uno de los números más justamente aplaudidos del espectáculo, así como (en solitario) su dolienteÇa c’est l’amour. Pociello es otra voz notable, aunque para mi gusto le echa demasiada pompa (y azúcar) a Night and Day y Every Time We Say Goodbye: me gusta mucho más su interpretación de In the Still of the Night, acompañado por Borachio (Òscar Muñoz) al acordeón.

La veterana Lloll Bertrán vuelve a las tablas con el rol de la criada Margarida (aquí reconvertida en sastra), con un brioso número de canto y baile a su medida, y una coreografía, muy cinematográfica, de escalera en movimiento. En cuanto a los temas corales, no me convenció, ni por letra ni por interpretación, la versión arrevistada, rozando lo vulgar, del Love for Sale a cargo de la mitad del elenco femenino (quizás hubiera sido más adecuada Too Darn Hot): están mejor resueltas What Is This Thing Called Love, que rompe a cantar Victòria Pagès, y Puttin’on the Ritz, ilustrando la fiesta de disfraces, con estupendas máscaras (y vestuario) de Miriam Compte, aunque la escena resulta un poco confusa de puesta: cuesta seguir los juegos de Beatrice y Benedicte y de Don Pedro y Hero. Hablando de temas corales, el Be a Clown de El pirata, que contagia a toda la compañía, es un alegre, energético y adecuadísimo cierre de la primera parte.

En la segunda todo está ceñido y engrasado y va viento en popa. Abren con un fenomenal Beguin the Beguine cantado por Clara Altarriba (voz limpia, poderosa), Triola y Muñoz; Verdaguer y Segura, como decía antes, templan y afinan su química (formidable la escena de la declaración “con foco y ventilador”) ; Victòria Pagès manda en la parte dramática, cuando la historia está en un tris de desembocar en tragedia, y relumbran los payasos: el malapropístico Dog­berry/Cirereta (gran trabajo de Bernat Cot) y sus acólitos Agràs (Albert Mora), Betum (Oriol Burés) y Hug Civada (Enric Cambray), en un homenaje a los hermanos Marx que galopa a lomos del Good morning de Cantando bajo la lluvia (aquí vuelve a brillar Clara Altarriba como conejita invitada) y culmina con un guiño a la célebre escena del camarote. En el rol de director de la película, Àngel Llàcer se reserva parte del parlamento de Fra Francesc (Cambray) y ataca las primeras estrofas de Well, Did You Evah!, de Alta Sociedad, espoleta para el fin de fiesta, con toda la compañía cantando un remix de los mejores temas del espectáculo que pone en pie al público y deja un gratísimo sabor de boca. Molt soroll per no res es una función desigual, pero con tanta alegría como generosidad, justamente recompensada por los espectadores. Y es que no hay nada como un musical para levantar un teatro.

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